La
naturaleza nos enseña en segundos
lo que no
veríamos en años
Ha
empezado a nevar con más fuerza. Lo que hace unos minutos era poco más que agua
nieve, ahora son copos como jirones de algodón.
Ahora
sí que va cuajando en el suelo. Antes sólo había blanqueado un poco los
tejados. Estaba haciendo con ellos lo que la edad con mi pelo: pintando manchas blancas.
Los
tejados ahora sí que se están poniendo totalmente blancos. Mi pelo, en pocos
años, también se pondrá. Los años al pelo de las personas son lo que los
minutos a los tejados cuando nieva. Solo que cuando sale el sol los tejados
vuelven a lucir su color de juventud y a nosotros el color de la juventud sólo
podemos verlo en las fotos. Fotos borrosas si las comparamos con las que ahora
hacemos con los móviles, como si el tiempo hiciera con ellas lo que con nuestra
memoria, emborronarla para no distinguir los detalles de lo que fue.
La
nieve va cubriendo todo.
Al
árbol de enfrente parece que no le
afecta… Sus hojas siguen verdes, la nieve se derrite en él, no cuaja y no
oculta su lozano verdor. ¿Será que aun no hace suficiente frío?
Su copa
se proyecta en el césped. Es como una sombra protectora.
Es un
árbol protector. Todo él se une para protegerse: sus hojas, sus ramas, sus raíces…
Es como la familia cuando se vive bajo el mismo techo. Los padres protegemos a
los hijos del frio del exterior y no dejamos que les hielen el corazón.
Derretimos la nieve con nuestras acciones, como ese árbol derrite la nieve con
sus hojas. Hojas cálidas como el recuerdo del que era mi hogar cuando aún vivía
con mis padres.
Entonces
estaba en mi árbol protector. Me orientaban. Me corregían. Me aconsejaban.
Decidían muchas cosas por mí. No tenía nada por lo que preocuparme, salvo por
no infringir las normas impuestas. Infringirlas significaba castigo, a veces un
zapatillazo, a veces sentarse largos minutos en una silla… Pero recuerdo el
calor, calor emocional, seguridad, protección… ¡Mi árbol protector!
Hoy soy
yo quien mantiene un árbol protector. Soy yo quien lo riega, quien lo abona,
quien lo poda, quien lo cuida… Soy yo quien debe decidir, quien debe orientar,
quien debe aconsejar, quien debe guiar, quien debe educar… El que hoy es mi árbol
protector no está criado para protegerme a mí, si no a mis hijos, mis retoños,
mis brotes nuevos cuyos genes son míos en su mitad.
Mi
hogar, hoy, es ese árbol al que la nieve no puede no puede cubrir. No puede
cubrir ni siquiera el césped que lo rodea. Es un árbol fuerte, seguro, cálido.
He de cuidarlo bien. Otros árboles a su alrededor ya están cubiertos de nieve.
No son tan cálidos, no son tan fuertes…
Este árbol
me está indicando cual es mi misión en estos próximos años: Mantenerme fuerte
frente a las inclemencias diarias, ante el viento, ante la nieve, ante el frío,
ante el sol abrasador… Meteoros que día tras día amenazan a mi hogar, a mis
retoños y al sentido de mi propia vida.