Los reajustes hormonales
no solo los sufre ella.
Hoy completo una semana durmiendo en cama. Siete días
seguidos. Hacía ya años que no dormía tantas noches seguidas en una cama.
Hoy es el séptimo día que escribo en este diario. Encontré
la recomendación en una página de internet: “Si vives solo, para esquivar la
soledad, escribe en un diario. El mejor momento es poco antes de irte a la
cama. Te hará reencontrarte contigo mismo y no sentirás tanto la soledad de la
noche.”
Hoy hace una semana que me fui de casa. Durante los últimos
cinco años la relación con ella cada día se deterioraba más, hasta llegar al
punto en el que la convivencia ya no es posible.
Recuerdo que el primer día que dormí en el garaje fue un viernes,
el día de San Blas. Ese día, tan importante para mí, discutimos después de
comer. No recuerdo el motivo, seguramente fue por cualquier nimiedad, pero ni
ella ni yo dimos marcha atrás. El día terminó con otra fuerte discusión después
de acostar a los niños y yo opté por dormir esa noche en el coche para evitar
seguir discutiendo. Puse tierra de por medio. Fue mi primera noche pasada en el
coche. Hace ya cinco años. No imaginaba entonces cuantas más iba a pasar en ese
asiento…
Ella empezó a estar cada vez más nerviosa a partir de
cumplir los cuarenta años. Ese día de San Blas ya tenía cuarenta y uno cumplidos,
los cumple en diciembre. Su carácter se fue tornando cada vez más agrio, más
irascible, más colérico… De un grano de arena terminaba haciendo un castillo,
argumentarle era misión imposible. La única opción que me quedaba era dar media
vuelta y desaparecer.
Y así fue pasando el tiempo. Ella cada vez se sentía peor.
Se sentía infravalorada en el trabajo, en la casa, en su familia, en el amor…
Hace unos dos años visitó a su médico de cabecera. No dormía
bien por las noches. Se acostaba tarde, se levantaba temprano y se despertaba
varias veces en la noche. Le dijo que su situación se debía a la edad, que era
el comienzo de la menopausia, que dada su edad tendría cada vez más síntomas: tendría
cambios repentinos de humor, estaría irascible… Le recetó unas pastillas para
dormir. ¿Y para el día?
Para el día no le dio nada. Solo le recetó paciencia.
¿Paciencia? Ella cada vez iba tenido menos, hasta que la perdió. La mía también
se fue agotando. Ver como la mujer que amaba se convertía en lo que se estaba
convirtiendo me desgarraba el alma. Ver como cada día su metamorfosis de hada
luminosa a bruja oscura avanzaba con paso firme me rompía el corazón.
En el trabajo fue buscando hacerse con puestos que le
reportaran satisfacción, que le hicieran sentirse realizada.
Con su familia fue rompiendo los maravillosos lazos que la
unían y se fue separando de ellos argumentando que nunca habían pensado en ella
y que la única que los había ayudado había sido ella, que todos eran lo que
eran gracias a ella.
En casa todos intentábamos no provocarla. No hacíamos nada que ella no hubiese aprobado. Sólo
hacíamos las cosas que ella dictaba, pero había situaciones infumables y la
chispa siempre saltaba, provocando un incendio de dimensiones impredecibles.
¿Y en el amor? Yo era “ese que la había
utilizado para vivir mejor” como ella me decía. Cada vez se fue alejando más de
mí y acercándose a otros que ella creía eran más merecedores de su compañía. Un
compañero de trabajo suyo era su preferido. Siempre me comparaba con él: “Él era más caballeroso, él era más
capaz, él era más sufrido… Él había vivido unas circunstancias que si me
hubieran tocado a mí hubiera sido el más desgraciado del mundo”.
Finalmente después de estas navidades todo se precipitó. Una
bronca más, una discusión a cara de perro más… fue el primer fin de semana después de las
vacaciones navideñas. Todo terminó con un “¡No te quiero en mi casa!” por parte de ella. Me fui y
dormí en el coche como en otras ocasiones.
La semana siguiente me planteé tomar otro rumbo. Decidí que sería
mejor que me fuera de casa. Ella me animó a hacerlo.
Hoy van siete días seguidos de paz, siete días seguidos sin
discutir, siete días seguidos durmiendo en una cama…
Ella está cambiando, en plena metamorfosis por su menopausia,
pero quien paga las consecuencias y debe cambiar de vida soy yo.
¿Es justo?