domingo, 9 de abril de 2017

Casi 18000

Diecisiete mil novecientos noventa días.

Desde que nací.

Casi dieciocho mil.

Cuarenta y nueve años, tres meses y dos días.

Y da la impresión que la vida, simplemente, es una rueda que rueda y rueda sin parar.

Cuando mis padres tenían mi edad, yo tenía doce o trece años. Recuerdo su vida entonces. Recuerdo lo que sentían. Recuerdo su relación…

El destino hizo que cuando mis padres tenían cincuenta y cincuenta y un años (cincuenta mi madre y cincuenta y uno mi padre), yo tuve que salir de mi pueblo y de mi hogar a estudiar. Un día de primeros de octubre subí al camión de mi padre y en él me llevó a Cheste. Ese día todo terminó. Desde ese día  mis recuerdos familiares se reducen a unos días en Navidad, unos días en Semana Santa y el verano.

Por todo ello, hoy, estando cerca de la edad que tenían mis padres cuando emigré, vivo con nostalgia el recuerdo que tengo de cuando ellos tenían mi edad.

Dentro de poco, de muy poco tiempo, me quedaré sin su recuerdo de cuando ellos tenían mi edad. Sobrepasaré los 50 años de mi madre y los 51 de mi padre y me quedaré sin referencias de quienes eran ellos cuando tenían mi edad.

La sensación me produce cierto vértigo.

Hasta hoy mi vida la he ido comparando con la de mis padres. Su vida ha sido para mí una referencia. La menopausia de mi madre, sus ahogos,  sus depresiones puntuales, su desesperación, sus risas, su llanto, su dedicación a sus hijos, su trabajo en el negocio familiar…

Mi padre siempre fuera. Levantándose muy temprano. Llegando a casa y yéndose a dormir. Su no entender a mi madre. Su dedicación al trabajo para obtener recursos con los que pagar los estudios de sus hijos.

La vida ha sido esa rueda que rueda y rueda sin parar y va repitiendo la posición de sus radios como nosotros vamos repitiendo los actos.

Pero dentro de muy poco sobrepasaré la edad que ellos tenían cuando me fui y me quedaré sin su referencia.

Será una segunda metamorfosis. La primera hace 35 años con mi salida de casa para vivir a doscientos cincuenta kilómetros y estar solo. Esta segunda será por la pérdida de referencias aplicadas a mi vida actual.

¿Qué les pasó a mis padres? ¿Qué me pasará a mí? ¿Cómo devendrá el futuro?

Hoy, mi mujer y yo tenemos la misma edad que tenían mis padres cuando yo volé del nido. Comparo nuestra relación con mis recuerdos y encuentro paralelismos que me ayudan a decidir. Dentro de muy poco no tendré referencias.

Casi  dieciocho mil días vividos y tengo la sensación de que me faltan recuerdos, de que el destino me ha robado lo que era mío. La convivencia con mis padres, sentir sus emociones, sentir sus anhelos, sentir su preocupaciones, sentir sus alegrías…

Me siento huérfano de recuerdos.

Me siento huérfano.

El destino rueda. A la rueda del destino le toca apoyar los mismos radios que apoyó hace treinta y cinco años. Yo me quedo sin referencias, a ciegas, solo dependiendo de mí mismo, como ocurrió antaño.

Siento vértigo. No tengo referencias. Estoy perdido.