Tenemos
deseos tan intensos
que
resulta imposible reprimirlos.
¡No
puedo dejar de pensar en él!
Lo
necesito…
Llevo
ya seis días sin él y no sé si voy a poder resistirlo.
Prometí
dejarlo. Prometí que la última vez sería ese sábado por la noche.
Fue en el
hotel, hacia la media noche, tomándonos una copa de cava.
Pero siento
ansiedad, quiero volver. ¡Lo necesito!
Mi
marido me dice que debo resistir, que debo respetarme a mí misma, que debo ser
fiel a mis promesas…
Él no
quiere que vuelva. Dice que no le importa que lo haga, que entiende mi
necesidad, pero que está convencido que no me conviene, que al final me hará
daño, mucho daño.
¡Siento
un mono increíble!
Esa
sensación… Sentir como entra dentro de mí. Cómo me llena. Sentir su calor…
Acariciarlo
con mis labios.
Sentirlo
entre mis dedos…
Sólo de
recordarlo se me acelera el corazón.
La
última vez fue especial. Muy especial. Era la última vez y para mí fue como un
ritual. Preparé incienso. Preparé el cava. Dos copas encima de la mesita de la
terraza del hotel. Me vestí para la ocasión. Me puse el picardías y las medias que
más le gustan. Sabía que después haríamos el amor.
Le dije
a mi marido que ese día sería el último. Me siento apoyada por él. Sólo él sabe
que lo hacía. Incluso no le importaba que lo hiciera delante de él.
Esa iba
a ser la última vez. Pero no sé si voy a poder aguantar… ¡Siento la necesidad!
Nos
tomamos las copas sentados en las sillas de la terraza mientras charlábamos. De
vez en cuando nos besábamos. De vez en cuando, él acariciaba mis piernas
suavemente, casi sin tocarme, tratando de que yo sintiera la inducción de sus
caricias a través de las medias. Confieso que estaba nerviosa, muy nerviosa.
En la
mesa las dos copas de cava, la barrita de incienso humeando y el cenicero.
En ese
cenicero apagaría mi último cigarro.
Lo
encendí. Le di una calada profunda. Sentí su calor. Sentí cómo el humo me
llenaba, me embriagaba. Lo saboreé sabiendo que era el último. Había prometido
dejarlo durante las vacaciones y ésta era la última noche en el hotel. Sentía su
textura entre mis dedos. Llevármelo a los labios. Acariciarlo con ellos. Sentir
su sabor…
Mi
marido, como tantas veces, estaba conmigo. Los dos, cada uno con su copa de
cava. Él acariciándome, pasando sus dedos de mis medias a mi picardías,
disfrutando de la suavidad de mi piel y la sensual textura de las prendas.
Era la
última vez. ¡Era el último cigarro!
Al
menos el sábado estaba convencida de que ese sería el último cigarro.
Pero
hoy no estoy tan segura. Siento una gran ansiedad, un mono terrible.
¡Deseo
volver a fumar!