viernes, 23 de noviembre de 2018

Hubo un tiempo.


El tiempo degrada
hasta lo que creímos eterno.


Hubo un tiempo en el que nuestros corazones sonreían.

Hubo un tiempo en el que mis ojos buscaban los tuyos y se entendían.

Hubo un tiempo en que nuestras pieles se erizaban cuando, queriendo o sin querer, sentían el roce de la piel del otro.

Hubo un tiempo en el que al dormimos nos dábamos un beso y, abrazados, nos dejábamos llevar por Morfeo con la certeza de que, en sueños, también volaríamos juntos.

Hubo un tiempo en el que desayunar juntos en la cocina era tomar una taza de café con leche endulzado con caricias.

Hubo un tiempo...

Pero el tiempo pasa y la vida ha erosionado nuestros corazones, nuestras pieles, nuestras miradas, nuestras caricias... Hasta nuestras tazas de café con leche.

Nos ha erosionado a nosotros.

En este tiempo no desayunamos juntos, nos sentimos incómodos solos tú y yo en la mañana.

En este tiempo si nos rozamos por casualidad nos pedimos perdón.

En este tiempo nuestros pies no se buscan bajo las sabanas.

En este tiempo si se cruzan nuestros ojos sentimos miedo y desviamos la mirada.

En este tiempo...

Hace muchos años decidimos coser con amor, cariño, complicidad, fantasía y esperanza nuestro traje de amistad y futuro para vestir nuestro amor.

Hace muchos años creímos que las puntadas que dábamos uniendo telas para nuestro vestido serían para siempre.

Hace muchos años éramos unas personas diferentes, sin erosiones.

Hace muchos años...

Hoy asistimos impávidos, inmóviles, impasibles, al espectáculo desde ver cómo se van descosiendo las costuras de la prenda que ha servido para proteger nuestro amor. Nos miramos cual gatos huraños, nos culpamos el uno al otro y nos encogemos de hombros sin importarnos que nuestro raído atuendo se esté deshilachando.

Hoy, enfundados cada uno en su particular traje gris, hemos olvidado las lecciones de Momo, hemos pactado con los hombres grises y luchamos por aprovechar el tiempo para provecho de quién sabe qué, pero desde luego no para dejarlo pasar y disfrutarlo el uno junto al otro.

Hoy no nos sentimos bien y no acertamos a saber la causa de esta desazón.

La causa de esta desazón…

La causa de esta desazón es simplemente el frío que le entra a nuestro amor por las raídas costuras se su deshilachado vestido.

Hemos de gastar tiempo en arreglarlo, en coserlo, en zurcir las costuras gastadas y los rotos que el tiempo ha ocasionado en su dulce tela.

Pero no tenemos tiempo…

¿No tenemos tiempo?

¡Sí tenemos tiempo!

¡Tenemos todo el tiempo que queramos emplear!

¿Cuánto quieres que empleemos?



sábado, 17 de noviembre de 2018

Treinta horas


Un reencuentro va más allá
 del hecho de estar juntas.


El sol poniente nos ilumina por la espalda. Nuestros contornos van por delante de nosotras, proyectándose sobre nuestros pasos.

La sombra de las cinco. Cinco sombras. Sombras alargadas, como largo ha sido el tiempo que ha pasado desde la última vez que, juntas, dormimos fuera de casa.

Nuestras siluetas oscuras parecen las mismas que cuando aún no éramos mayores de edad. Las veo y no me parecen diferentes de las que nos acompañaban antaño, igual que nuestra forma de sentir. Anoche en el apartamento veía a cinco amigas de dieciséis años hablando como mujeres de cuarenta y nueve.

Se me hacía extraño.

Estos treinta y tres años solo han pasado para nuestra componente fisiológica, pero ha sido un suspiro para nuestra conciencia, para nuestra aurea, que sigue sintiéndose como aquellas niñas que fuimos.

Aquellas niñas que fuimos…

Aquellas niñas que somos…

Aquellas niñas que seremos…

Durante estas treinta horas juntas hemos retrocedido treinta y tres años.

El apartamento ha sido nuestra residencia de las Pepas en el que hemos revivido sentires adolescentes. Sentires que hoy siento con la misma intensidad que antaño. Sentires de amistad. Sentires de inocencia. Sentires de querer volar fuera del mundo que creemos nos aprisiona.

Se acaba el tiempo de esta nuestra experiencia juntas. Como se acaba el día en el ocaso que nos ilumina dibujando nuestras cinco sombras atemporales en esta acera de la Gran Vía madrileña.

Quisiera congelar este momento...

Quisiera seguir sintiéndome adolescente en compañía de mis cuatro amigas de instituto.

Cinco niñas de cuarenta y nueve años que dentro de unos minutos llorarán al despedirse.

¡Que el Sol se pare! ¡Que el tiempo se detenga! ¡Que las sombras, como la edad, no se alarguen más!

¡Que pronto volvamos a repetir estas sensaciones!