sábado, 17 de noviembre de 2018

Treinta horas


Un reencuentro va más allá
 del hecho de estar juntas.


El sol poniente nos ilumina por la espalda. Nuestros contornos van por delante de nosotras, proyectándose sobre nuestros pasos.

La sombra de las cinco. Cinco sombras. Sombras alargadas, como largo ha sido el tiempo que ha pasado desde la última vez que, juntas, dormimos fuera de casa.

Nuestras siluetas oscuras parecen las mismas que cuando aún no éramos mayores de edad. Las veo y no me parecen diferentes de las que nos acompañaban antaño, igual que nuestra forma de sentir. Anoche en el apartamento veía a cinco amigas de dieciséis años hablando como mujeres de cuarenta y nueve.

Se me hacía extraño.

Estos treinta y tres años solo han pasado para nuestra componente fisiológica, pero ha sido un suspiro para nuestra conciencia, para nuestra aurea, que sigue sintiéndose como aquellas niñas que fuimos.

Aquellas niñas que fuimos…

Aquellas niñas que somos…

Aquellas niñas que seremos…

Durante estas treinta horas juntas hemos retrocedido treinta y tres años.

El apartamento ha sido nuestra residencia de las Pepas en el que hemos revivido sentires adolescentes. Sentires que hoy siento con la misma intensidad que antaño. Sentires de amistad. Sentires de inocencia. Sentires de querer volar fuera del mundo que creemos nos aprisiona.

Se acaba el tiempo de esta nuestra experiencia juntas. Como se acaba el día en el ocaso que nos ilumina dibujando nuestras cinco sombras atemporales en esta acera de la Gran Vía madrileña.

Quisiera congelar este momento...

Quisiera seguir sintiéndome adolescente en compañía de mis cuatro amigas de instituto.

Cinco niñas de cuarenta y nueve años que dentro de unos minutos llorarán al despedirse.

¡Que el Sol se pare! ¡Que el tiempo se detenga! ¡Que las sombras, como la edad, no se alarguen más!

¡Que pronto volvamos a repetir estas sensaciones!



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