La ficción a veces parece realidad.
La realidad a veces parece ficción.
Parece como si estuviese viendo una película…
Aun no sé si lo ocurrido entre ayer y hoy es real o lo he visto en
un capítulo de una serie de Netflix.
Clases suspendidas por tiempo indefinido, la mitad de las
tiendas del Centro Comercial cerradas, bares cerrados, negocios que no saben si
mañana podrán abrir…
¡Todo por culpa de un bichejo microscópico!
¡Todo por culpa de un virus!
Aun no sé si esto que estoy viviendo es realidad o ficción.
Toda esta realidad se está mezclando en mi cabeza con
recuerdos de películas de suspense o de terror cuyo nombre no acierto a
recordar.
Se está mezclando con capítulos de “Ensayo sobre la ceguera”
de mi admirado Saramago.
Se está mezclando con historias bíblicas de plagas, de
lepra, de éxodos…
Noto que todo se mezcla en mi cabeza. Noto que todo da
vueltas en mis sesos.
¿Pero es real?
¿Es real o lo que estoy viendo y viviendo es parte de una
película en la que me he metido tanto que parece que soy uno de los
protagonistas?
Todo está ocurriendo a velocidad de cinemascope, a
veinticuatro fotogramas por segundo, donde cada fotograma que veo en la
pantalla de mis párpados cerrados refleja una visión de esos recuerdos que mi
mente está confundiendo y mezclando, igual que el barman de aquella noche
mezcló los ingredientes de aquel coctel sabor a piña con nombre sugerente que
no acierto a recordar.
El coctel me encantó.
La realidad de hoy me asusta.
El virus puede que me esté matando.
Recomiendan no salir de casa. Puede que mañana no lo
recomienden, si no que directamente lo prohíban.
Recomiendan no acercarse a nadie. Recomiendan confinar a los
niños en casa y no sacarlos al parque. Recomiendan no tocar a nadie y mantener
una distancia de seguridad de un metro en caso de que necesites hablar con alguien.
Recomiendan…
Recomiendan elegir vivir y no morir en una camilla aparcada
en un polideportivo en el que se ha improvisado una sala de cuidados
intensivos.
Uf…
Me da vueltas todo a pesar de que mis ojos permanecen
cerrados, pero el cinemascope sigue funcionando, oigo el zumbido de la máquina
proyectora dentro de mi cabeza, el mismo zumbido de aquella máquina que en el
bar el “El Pólvora” proyectaba una del oeste sobre una sábana blanca en un bar
en el que se había improvisado un cine.
Pero lo que hoy se está improvisando no son cines en bares,
sino hospitales en polideportivos y en hoteles para mal atender a aquellos
desgraciados infectados por este maldito Covid-19 que amenaza con diezmar la
población que peina canas y pasea nietos.
Este maldito Covid-19 que dejará sin trabajo y tal vez sin
sustento a familias y familias, que pasarán a depender de la limosna del
estado, de ese estado que hoy quizás no esté tomando las medidas más acertadas
para contener esta amenaza. O quizás sí.
Este maldito Covid-19 que deja sin colegio, sin instituto,
sin universidad al futuro de nuestra sociedad.
Una sociedad seguidista y analfabeta políticamente hablando que
no dice lo que realmente piensa sobre las decisiones de nuestros gobernantes,
sino que replica cuan papagayo o loro ecuatoriano lo que manifiestan aquellos
políticos que lograron engatusarles para que los votasen en las últimas
elecciones.
“Quizás sea necesario este tamiz que nos llega.”
¿Quién ha dicho eso?
Uf… ¡Ya oigo voces en mi cabeza…! ¿Un tamiz? ¿Para eliminar
gente?
Me explota la cabeza. La maldita máquina de cinemascope y
los gritos de esos indios proyectados en la sábana me están provocando un
dolor de cabeza terrible… Y este humo… ¿Por qué fumarán tanto? No puedo
respirar, me duele el pecho, no paro de toser… ¡Y que frío! Deben haber abierto
una ventana para ventilar…
¿Quién me llama? ¿Quién ha encendido la luz? ¿Qué pasa? ¿Por
qué me muevo? ¿Me zarandean? ¿Quién eres tú? ¿Qué llevas en la cara? ¿Por qué
vas tapado? ¿Dónde estoy?
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