sábado, 14 de marzo de 2020

Delirio


La ficción a veces parece realidad.
La realidad a veces parece ficción.


Parece como si estuviese viendo una película…

Aun no sé si lo ocurrido entre ayer y hoy es real o lo he visto en un capítulo de una serie de Netflix.

Clases suspendidas por tiempo indefinido, la mitad de las tiendas del Centro Comercial cerradas, bares cerrados, negocios que no saben si mañana podrán abrir…

¡Todo por culpa de un bichejo microscópico!

¡Todo por culpa de un virus!

Aun no sé si esto que estoy viviendo es realidad o ficción.

Toda esta realidad se está mezclando en mi cabeza con recuerdos de películas de suspense o de terror cuyo nombre no acierto a recordar.

Se está mezclando con capítulos de “Ensayo sobre la ceguera” de mi admirado Saramago.

Se está mezclando con historias bíblicas de plagas, de lepra, de éxodos…

Noto que todo se mezcla en mi cabeza. Noto que todo da vueltas en mis sesos.

¿Pero es real?

¿Es real o lo que estoy viendo y viviendo es parte de una película en la que me he metido tanto que parece que soy uno de los protagonistas?

Todo está ocurriendo a velocidad de cinemascope, a veinticuatro fotogramas por segundo, donde cada fotograma que veo en la pantalla de mis párpados cerrados refleja una visión de esos recuerdos que mi mente está confundiendo y mezclando, igual que el barman de aquella noche mezcló los ingredientes de aquel coctel sabor a piña con nombre sugerente que no acierto a recordar.

El coctel me encantó.

La realidad de hoy me asusta.

El virus puede que me esté matando.

Recomiendan no salir de casa. Puede que mañana no lo recomienden, si no que directamente lo prohíban.

Recomiendan no acercarse a nadie. Recomiendan confinar a los niños en casa y no sacarlos al parque. Recomiendan no tocar a nadie y mantener una distancia de seguridad de un metro en caso de que necesites hablar con alguien.

Recomiendan…

Recomiendan elegir vivir y no morir en una camilla aparcada en un polideportivo en el que se ha improvisado una sala de cuidados intensivos.

Uf…

Me da vueltas todo a pesar de que mis ojos permanecen cerrados, pero el cinemascope sigue funcionando, oigo el zumbido de la máquina proyectora dentro de mi cabeza, el mismo zumbido de aquella máquina que en el bar el “El Pólvora” proyectaba una del oeste sobre una sábana blanca en un bar en el que se había improvisado un cine.

Pero lo que hoy se está improvisando no son cines en bares, sino hospitales en polideportivos y en hoteles para mal atender a aquellos desgraciados infectados por este maldito Covid-19 que amenaza con diezmar la población que peina canas y pasea nietos.

Este maldito Covid-19 que dejará sin trabajo y tal vez sin sustento a familias y familias, que pasarán a depender de la limosna del estado, de ese estado que hoy quizás no esté tomando las medidas más acertadas para contener esta amenaza. O quizás sí.

Este maldito Covid-19 que deja sin colegio, sin instituto, sin universidad al futuro de nuestra sociedad.

Una sociedad seguidista y analfabeta políticamente hablando que no dice lo que realmente piensa sobre las decisiones de nuestros gobernantes, sino que replica cuan papagayo o loro ecuatoriano lo que manifiestan aquellos políticos que lograron engatusarles para que los votasen en las últimas elecciones.

“Quizás sea necesario este tamiz que nos llega.”

¿Quién ha dicho eso?

Uf… ¡Ya oigo voces en mi cabeza…! ¿Un tamiz? ¿Para eliminar gente?

Me explota la cabeza. La maldita máquina de cinemascope y los gritos de esos indios proyectados en la sábana me están provocando un dolor de cabeza terrible… Y este humo… ¿Por qué fumarán tanto? No puedo respirar, me duele el pecho, no paro de toser… ¡Y que frío! Deben haber abierto una ventana para ventilar…

¿Quién me llama? ¿Quién ha encendido la luz? ¿Qué pasa? ¿Por qué me muevo? ¿Me zarandean? ¿Quién eres tú? ¿Qué llevas en la cara? ¿Por qué vas tapado? ¿Dónde estoy?




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