Al
acostarnos, después de rezar,
las
reflexiones nos inundan.
Amén.
Gracias señor por haberme ayudado y haberme guiado para conseguirlo.
Mañana
de nuevo a trabajar. Media hora con el coche y empezará mi primer día en este nuevo trabajo.
¡Más de
año y medio hasta llegar aquí! Dos oposiciones. Meses de trabajo. Días y días
de estudio. Y muchas horas dedicadas a que él entendiera el temario en
detrimento de mi estudio.
Ha sido
un encaje de bolillos. Pero mañana empiezo.
Cartas
y cartas con mi currículum. ¿A cuántas empresas lo habré enviado? ¿Cien? Yo
creo que más de cien.
¡Y me
han contestado cinco! De las cuales sólo dos serían interesantes.
En
ellas ganaría más, pero a quinientos kilómetros de aquí.
¡Y me
dice que debería renunciar a mi plaza! Dice que yo puedo trabajar donde quiera
y que él no va a tener otra cosa, que va a ser un desgraciado. No lo entiendo.
Deberían
estar contentos por mi logro y parece que están de duelo. ¡Por mis logros! Si
él ha quedado el primero de la reserva es por mi ayuda y por mi ánimo.
Y luego
dice que “tiene dos dedos” y que “¿cuál me cortaré que no me duela?”
Vista la
alegría que tienen por mí, creo que uno de los dedos es postizo.
Pero me
da igual lo que diga ella, ¡mi madre!, y lo que digan los demás. ¡Lo he
conseguido!
Me
gustaría verlos alegres disfrutando de la miel que he alcanzado. El triunfo es
mío y ellos quieren quitármelo. Es difícil de entender. Hijos somos los dos.
Mañana
empiezo a trabajar. Mañana es el primer día del resto de mi vida.
He de
dormirme ya. ¡Mañana a disfrutar!
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