sábado, 30 de abril de 2016

Paga a fin de mes

Paga a fin de mes.
Mentiras para toda una vida.


Fin de mes. En la cuenta está la nómina, abonada ayer. Los préstamos ya están pagados. Queda suficiente para la tarjeta, que la cargarán mañana. Este mes no me cobrarán la comisión.

Un mes más. Una nómina más. Una mentira más.

¡Un trabajo para una vida mejor!

¿Una vida mejor para quién?

¿Para quién me vendió el piso en la cresta de la ola inmobiliaria?

¿Para el directivo del banco que me clavó la cláusula suelo al 4%?

¿Para los directivos de la multinacional que cobran el bonus a cambio de venderme un coche engañándome con su índice de no contaminación?

Una vida mejor…

Me siento parte de un ganado que los pastores vigilan mientas lo apacientan en las verdes praderas de la mentira social, de las promesas de felicidad, del espejismo de una vida mejor que tenemos al alcance de la mano cuan zanahoria guía un burro.

Una vida mejor… Una mentira más… Una promesa más…

Mientras. Los políticos nos prometen pagas por no trabajar, casas gratis, comida a hartar, vacaciones en la playa… Promesas para que el ganado siga paciendo, engordando las cuentas de los pastores que los vigilan.

Hago recuento de los momentos felices que me ha proporcionado ese apunte en la cuenta en el lado del haber. Termino pronto.

Un mes de trabajo. Como todos los asalariados.

Unos dejándose los ojos en una pantalla que no daña la vista.

Otros tratando con niños o adolescentes, esos dulces angelitos que consiguen encontrar nuestro lado más hosco, por muy escondido que esté.

Otros vendiendo productos que quien los compra no los necesita, pero les crean la necesidad, les ponen el lacito rojo y a hacer caja.

Otros mintiéndonos con las bondades de un ordenador, de un móvil, de un coche… ¡Vendiéndonos la moto con los argumentos que el buen pastor les ha preparado!

Otros… Otros y tantos otros paciendo mientras siguen al artificial holograma de una vida mejor… ¡Mejor sólo para quien lo ha diseñado!


Pero en fin… Es fin de mes. En la cuenta está la nómina abonada ayer. Préstamos pagados. Queda suficiente para la tarjeta y mañana podré seguir usándola para sentirme bien.



viernes, 22 de abril de 2016

22 de abril de 1616

Cervantes y Shakespeare.
¿Se fueron de este mundo de la mano?


¡Ay! ¡El tiempo y la forma de medirlo!

La ventaja de estar aquí es que el tiempo no es algo tangible. Aquí el tiempo simplemente no es.

Por eso estos días, terrestremente hablando, estoy viendo, no en el sentido literal, claro está, las disputas sobre las celebraciones por el cuatrocientos aniversario de mi muerte, comparándolas con las organizadas por los ingleses con motivo del también cuatrocientos aniversario de la muerte de mi buen amigo Shakespeare.

Ambas celebraciones van casi al unísono.

En mi partida de defunción aparece que mi óbito ocurrió el veintidós de abril de 1616.

Los ingleses fechan la muerte de mi amigo el veintitrés de abril de 1616.

Pero yo le vi llegar once días después de mi llegada a este mundo…

¿Dónde estuvo mientras?

¡Ay! ¡El tiempo y la forma de medirlo! Los hombres somos unos seres muy curiosos…

Cada año, al ver las dos celebraciones juntas, a mi alma (o sea, yo, porque cuerpo no tengo) se le marca un sonrisa digamos que sarcástica.

Mi buen amigo vivió once días más que yo en aquel mundo y siguen recordando ambas muertes como si hubiesen ocurrido una al día siguiente de la otra.

En Castilla ya era mayo cuando Shakespeare exhalaba su último aliento en la húmeda Inglaterra, pero allí, en sus iglesias, la fecha era 23 de abril.

¡Ay los hombres y sus conveniencias!

El papa católico que promulgó la bula por la que se cambiaba el calendario la publicó en 1582, después que Luis Lilio enviara un manuscrito explicando por qué la Pascua de Resurrección cada vez se anticipaba más debido a que la primavera con los años cada vez llegaba antes, ocurriendo en aquel entonces a primeros de marzo.

Cuando el cambio del calendario ocurrió yo vivía en Madrid, o malvivía… La verdad es que tampoco he de quejarme, el amor, aunque con cuernos de por medio, no me faltaba. Por aquel entonces comencé a escribir la primera obra que publiqué, “Primera parte de La Galatéa, dividida en seis libros”, de cuyo éxito inicial no quiero acordarme…

El caso es que los ingleses, al ir su credo por otros lares, decidieron que eso del cambio del calendario era una tontería y no admitieron la bula del papa. ¿Quién era él para darles órdenes? ¡Y no lo instauraron hasta ciento setenta años después! Estos ingleses siempre han sido muy especiales…

A mi colega la guadaña de la muerte le concedió once días más. Expiró un veintitrés de abril según el antiguo calendario juliano pero un tres de mayo según el gregoriano.


¡Ay! ¡El tiempo y la forma de medirlo!

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viernes, 8 de abril de 2016

La firma

Tu firma te representa en documentos escritos.
¿Es sincera tu firma?


¡Qué cara me ha puesto!

¡Y la vergüenza que me ha dado!

He de controlar mejor mis reacciones…

La verdad es que me ha parecido curiosa su firma. ¡Curiosa por decir algo! Ver a un señor de unos cincuenta años firmar con su nombre y una simple rúbrica me ha parecido raro y, digamos, gracioso.

¡Si parecía la firma de un niño de cinco años!

Y no he podido reprimir mi comentario. “Firmar en el aparato éste de digitalización es difícil, fíjese en que firma le ha salido. ¡Si parece la firma de mi hijo que tiene cinco años! ¿Quiere cambiarla?”

¡Cómo me ha clavado los ojos! Mi sonrisa se ha congelado. Se ha convertido en una mueca grotesca. ¡Esos ojos negros clavados en los míos, ese gesto serio…!

Y me ha dicho: “Prefiero ser un niño de cinco años y tener la ilusión de los cinco años, a esconderme detrás de una imagen artificial que intente esconder lo que no se puede ni siquiera disimular. La firma representa a la persona. Yo estoy orgulloso de ser quien soy, de ser como soy y de cómo me llamo. Mi vida es como mi firma: soy como aparento y no aparento lo que no soy. ¿Usted también puede decir lo mismo?”.

Me he quedado en blanco. La grotesca mueca dibujada en mi cara. He apartado la mirada para no sentir la suya en el centro de mi cerebro, como si supiera que en ese momento estaba sintiéndome la persona más ridícula del mundo. He mirado a la pantalla del ordenador, donde estaba la firma, y en ella he vuelto a ver el trazo de un niño: fresco, sincero, abierto, transparente…

He vuelto mi mirada a su cara. Su gesto no había cambiado. Sus ojos seguían clavados en los míos. Esperando una respuesta a su pregunta: “¿Usted puede decir lo mismo?”.

Mi conciencia en ese momento me ha contestado: “¡No, no puedes decir lo mismo!”.

Simplemente le he contestado: “Disculpe, no siempre se ve una firma como la suya, estoy acostumbrada a verlas diferentes. A todos los clientes les hago la misma pregunta ¿Está conforme entonces?”.

Él simplemente ha asentido. Le he dado a aceptar y le he dicho que el proceso de digitalización de firma estaba finalizado y que si deseaba hacer otra gestión. Simplemente me ha contestado “Nada más, señorita” y se ha levantado y se ha marchado.

Cuando se iba ha vuelto la cabeza y me ha mirado. En su gesto me ha parecido ver la cara de un niño. Un niño grande, feliz, ilusionado, divertido… He visto mi firma junto a la suya en el documento que me ha devuelto la impresora. Me he sentido mayor. Me he sentido artificial. He recordado la de veces que ensayé mi firma para hacerla sofisticada… ¡Y él simplemente pone su nombre y lo rubrica!

He sentido envida.