viernes, 22 de abril de 2016

22 de abril de 1616

Cervantes y Shakespeare.
¿Se fueron de este mundo de la mano?


¡Ay! ¡El tiempo y la forma de medirlo!

La ventaja de estar aquí es que el tiempo no es algo tangible. Aquí el tiempo simplemente no es.

Por eso estos días, terrestremente hablando, estoy viendo, no en el sentido literal, claro está, las disputas sobre las celebraciones por el cuatrocientos aniversario de mi muerte, comparándolas con las organizadas por los ingleses con motivo del también cuatrocientos aniversario de la muerte de mi buen amigo Shakespeare.

Ambas celebraciones van casi al unísono.

En mi partida de defunción aparece que mi óbito ocurrió el veintidós de abril de 1616.

Los ingleses fechan la muerte de mi amigo el veintitrés de abril de 1616.

Pero yo le vi llegar once días después de mi llegada a este mundo…

¿Dónde estuvo mientras?

¡Ay! ¡El tiempo y la forma de medirlo! Los hombres somos unos seres muy curiosos…

Cada año, al ver las dos celebraciones juntas, a mi alma (o sea, yo, porque cuerpo no tengo) se le marca un sonrisa digamos que sarcástica.

Mi buen amigo vivió once días más que yo en aquel mundo y siguen recordando ambas muertes como si hubiesen ocurrido una al día siguiente de la otra.

En Castilla ya era mayo cuando Shakespeare exhalaba su último aliento en la húmeda Inglaterra, pero allí, en sus iglesias, la fecha era 23 de abril.

¡Ay los hombres y sus conveniencias!

El papa católico que promulgó la bula por la que se cambiaba el calendario la publicó en 1582, después que Luis Lilio enviara un manuscrito explicando por qué la Pascua de Resurrección cada vez se anticipaba más debido a que la primavera con los años cada vez llegaba antes, ocurriendo en aquel entonces a primeros de marzo.

Cuando el cambio del calendario ocurrió yo vivía en Madrid, o malvivía… La verdad es que tampoco he de quejarme, el amor, aunque con cuernos de por medio, no me faltaba. Por aquel entonces comencé a escribir la primera obra que publiqué, “Primera parte de La Galatéa, dividida en seis libros”, de cuyo éxito inicial no quiero acordarme…

El caso es que los ingleses, al ir su credo por otros lares, decidieron que eso del cambio del calendario era una tontería y no admitieron la bula del papa. ¿Quién era él para darles órdenes? ¡Y no lo instauraron hasta ciento setenta años después! Estos ingleses siempre han sido muy especiales…

A mi colega la guadaña de la muerte le concedió once días más. Expiró un veintitrés de abril según el antiguo calendario juliano pero un tres de mayo según el gregoriano.


¡Ay! ¡El tiempo y la forma de medirlo!

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