Cervantes
y Shakespeare.
¿Se
fueron de este mundo de la mano?
¡Ay!
¡El tiempo y la forma de medirlo!
La
ventaja de estar aquí es que el tiempo no es algo tangible. Aquí el tiempo
simplemente no es.
Por eso
estos días, terrestremente hablando, estoy viendo, no en el sentido literal,
claro está, las disputas sobre las celebraciones por el cuatrocientos
aniversario de mi muerte, comparándolas con las organizadas por los ingleses
con motivo del también cuatrocientos aniversario de la muerte de mi buen amigo Shakespeare.
Ambas
celebraciones van casi al unísono.
En mi
partida de defunción aparece que mi óbito ocurrió el veintidós de abril de
1616.
Los
ingleses fechan la muerte de mi amigo el veintitrés de abril de 1616.
Pero yo
le vi llegar once días después de mi llegada a este mundo…
¿Dónde
estuvo mientras?
¡Ay!
¡El tiempo y la forma de medirlo! Los hombres somos unos seres muy curiosos…
Cada
año, al ver las dos celebraciones juntas, a mi alma (o sea, yo, porque cuerpo no
tengo) se le marca un sonrisa digamos que sarcástica.
Mi buen
amigo vivió once días más que yo en aquel mundo y siguen recordando ambas
muertes como si hubiesen ocurrido una al día siguiente de la otra.
En
Castilla ya era mayo cuando Shakespeare exhalaba su último aliento en la húmeda Inglaterra,
pero allí, en sus iglesias, la fecha era 23 de abril.
¡Ay los
hombres y sus conveniencias!
El papa
católico que promulgó la bula por la que se cambiaba el calendario la publicó
en 1582, después que Luis Lilio enviara un manuscrito explicando por qué la
Pascua de Resurrección cada vez se anticipaba más debido a que la primavera con
los años cada vez llegaba antes, ocurriendo en aquel entonces a primeros de
marzo.
Cuando
el cambio del calendario ocurrió yo vivía en Madrid, o malvivía… La verdad es
que tampoco he de quejarme, el amor, aunque con cuernos de por medio, no me
faltaba. Por aquel entonces comencé a escribir la primera obra que publiqué, “Primera
parte de La Galatéa, dividida en seis libros”, de cuyo éxito inicial no quiero
acordarme…
El caso
es que los ingleses, al ir su credo por otros lares, decidieron que eso del
cambio del calendario era una tontería y no admitieron la bula del papa. ¿Quién
era él para darles órdenes? ¡Y no lo instauraron hasta ciento setenta años
después! Estos ingleses siempre han sido muy especiales…
A mi colega la guadaña de la muerte le concedió once
días más. Expiró un veintitrés de abril según el antiguo calendario juliano pero un
tres de mayo según el gregoriano.
¡Ay!
¡El tiempo y la forma de medirlo!
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