sábado, 24 de septiembre de 2016

Fariseos

Pero ¡ay de vosotros,
escribas y fariseos, hipócritas!


Amén.

Cumplida la penitencia, tengo limpio mi espíritu y preparado mi cuerpo para recibir Su cuerpo.

El oficio comienza en quince minutos. He de mantener mis pensamientos alejados de toda tentación. Falta una media hora para la eucaristía. Creo que soy capaz de no tener ningún pensamiento pecador.

Seguiré de rodillas un rato más.

Siempre me pongo en el mismo banco. Siempre ocupo el mismo sitio, en la fila de la derecha a la derecha, en el segundo banco de delante. He comprobado que ahí es donde más se me ve. Es mi banco.

Venir a misa y que no te vean no tiene sentido.

Las autoridades siempre se sientan delante. Los catequistas siempre buscan un sitio visible. Yo tampoco hago como los que se ponen de pie en los laterales de las iglesias, creo que eso es excesivo, pero este sitio es el que más se ve en toda la iglesia.

Ser cristiano requiere poco esfuerzo. Ya lo dijo Jesús: “Tus pecados te son perdonados”. Creo recordar que lo menciona Lucas en su capítulo siete. Los pecados se perdonan, sean o no intencionados. Sólo es necesario, para obtener el perdón, tener propósito de enmienda, pero el hombre es débil… El maligno nos tienta una y otra vez y provoca que pequemos. ¡Qué suerte tener la confesión!

Ya va llegando más gente. Siento cómo me miran al llegar.

Queda poco para que llegue mi familia. Aguantaré de rodillas hasta que ellos lleguen. Nadie se está sentando en este banco, todos saben que aquí nos sentamos nosotros.

¡Ay la confesión…! Si no existiera habría que inventarla… Si algo hago que resulta ser pecado es fácil obtener el perdón.

Me gusta confesarme los domingos por la mañana. Si me confesase por la tarde nadie me vería estar de rodillas cumpliendo la penitencia. No sentiría las miradas de los demás. No serviría de nada pues nadie se enteraría. No entiendo el hacerlo y que nadie sepa que lo hago. No entiendo a los que confiesan y cumplen la penitencia en las sombras de la tarde, con las luces de la iglesia apagadas, cuando nadie los ve.

Las cosas se hacen para que se vean. Estar en paz con Dios no es suficiente para mí si los demás no saben que soy practicante. La confesión en tinieblas es para las viejas que rezan el rosario en su cama, a solas. Yo sólo rezo el rosario en la iglesia y vengo cuando sé que hay más feligreses.

Ahí llega mi familia. Ya me estaban doliendo las rodillas… Ahora toca persignarse, levantarse y, cuando lleguen a mi banco, sentarme. 


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