Las confesiones al psicólogo
dicen mucho de nuestra vida
Hoy he tenido un extraño sueño. Me veía a mí mismo como un
globo. Un globo ligero, con poca presión en su interior, que se dejaba llevar
por el viento. Que alegremente danzaba cabalgando sobre las ráfagas de un cálido
aire.
Era azul, un azul desenfadado. Todo lo que lo rodeaba era de
tonos alegres. Era como si mi mundo fuese desenfadado, alegre, feliz.
En ese ir y venir a lomos del viento me cruzaba con otros
globos. Unos rosas. Otros azules. Alguno de otro color. Cada uno con dibujos
diferentes. Cada uno de un tamaño. Sentía una especie de atracción por los
globo rosas. Aunque algunos parecían huir al sentir que yo me acercaba. Otros
parecía que aceptaban mi presencia, danzando a mi lado, dejándose llevar por la
cálida brisa. Algunos parecían perseguirme y eso no me gustaba.
Poco a poco iban quedando cada vez menos globos rosas a mi
alrededor. Unos porque simplemente habían tomado una dirección diferente. Otros
porque yo los había dejado atrás. A
algunos porque se les veía danzar pegados a un globo azul. Hasta que sólo quedó
un globo.
Los dos nos dejábamos llevar por el viento. Sintiendo la
brisa, sintiendo su calor, sintiendo sus caricias. Danzábamos y danzábamos.
Casi como si fuéramos un solo globo.
Pasado un tiempo empecé a sentir un extraño aumento de la
presión en mi interior. Aunque ese aumento de la presión lo compensaba con un
aumento de la resistencia de mi piel. Aunque la presión aumentaba, mi tamaño no
aumentaba en la misma proporción. Era una sensación chocante. Me sentía más
pesado. Mi danza no era tan grácil. Mi ligereza no era la de antes.
El globo rosa seguía ahí, junto a mí. De vez en cuando
chocaba conmigo. Entonces sentía de nuevo ese insólito aumento de presión. Era
como si ese globo provocara en mí un aumento de la presión interior y no había
manera de bajarla. Empecé a sentir cierto rechazo por el rosa, pero su danza
era tan atractiva que me dejaba llevar por la brisa junto a él. Olvidaba el
aumento de la presión con sus choques. Par mí sólo existía el gozo de la danza.
Mi piel se adaptaba y por fuera no se notaba la gran presión que estaba
acumulando.
Los choques con el globo rosa continuaban y cada vez eran
más frecuentes. Cada choque provocaba un aumento de presión sin que nada
consiguiera rebajarla. Sólo el aumento de mi resistencia compensaba esa presión
cada vez mayor. Cada vez más insoportable.
Empecé a notar que el hilo que ataba mi boquilla empezaba a
resbalar y cada vez se acercaba más al borde. Sabía que si llegaba a cierto
punto abriría la boquilla y dejaría escapar la presión que me estaba
asfixiando.
También sabía que si eso ocurría la corriente generada por
el aire saliendo a presión me alejaría del globo rosa y puede lo perdiese su
compañía. Pero era ese globo rosa el que con sus choques provocaba el aumento
de mi presión, la resistencia de mi piel, haciéndola más resistente y a la vez
más resbaladiza para el hilo que cerraba mi abertura.
En medio de la danza que teníamos los dos se produjo un
nuevo choque. No fue un choque mayor que los demás, fue uno de tantos. La
presión aumentó. Mi piel se adaptó. El hilo resbaló ligeramente. Sentí que mi
presión empezaba a disminuir. Sentí el aire alrededor mientras volaba en
espirales, alejándome del globo rosa con el que tanto había disfrutado en
nuestra danza sobre la cálida brisa.
Poco después la presión se estabilizó y noté como mi
boquilla se cerraba de nuevo. No sabía dónde estaba. Era un paisaje extraño. Un
aire diferente me rodeaba. No reconocía nada. Pero mi presión era menor. No la
deseable, pero aceptable. Mi piel era más dura, como curtida. Ningún globo se
veía cerca. A lo lejos se veían otros de diferentes colores.
De pronto de desperté.
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