domingo, 6 de agosto de 2017

La mirada al horizonte

La luna y tu destino comparten
tu mirada al horizonte.


Ya se empieza a ver. El orto lunar coincide con el ocaso solar. Hay luna llena.

Su silueta anaranjada va apareciendo por el horizonte. Enorme.

La dama de la noche se presenta gigantesca.

Como nuestros sueños.

Como nuestros objetivos, anhelos y deseos.

Perseguimos nuestros sueños atisbándolos en el horizonte, magnificados. Como a la luna.

¿Será eso lo que le pasó?

Se imaginó como sería su vida sin mí. Probó y experimentó a hurtadillas como sería esa nueva vida plena de deseo y lujuria.

Vislumbró en el horizonte su destino, su aparente grandioso destino.

Pero no se dio cuenta del espejismo. Pensó que esa nueva realidad, una vez en ella, sería tan maravillosa, tan estupenda, tan grandiosa como la adivinaba en el horizonte.

Ilusión. Solo tuvo una ilusión. Como lo es el tamaño de la luna cuando aparece por oriente.

Y la realidad, la curiosa realidad, es que el mayor tamaño de la luna en el horizonte es producto de nuestro cerebro, de nuestra interpretación de la realidad, de cómo creemos que son las cosas cuando las miramos.

Cómo nuestras quimeras. Cómo su quimera.

A la luna no la agranda la atmósfera, la agranda nuestro cerebro, que interpreta como más grande algo situado en el horizonte que situado en el cenit. La luna la puedo medir con mi dedo y veré que mide lo mismo cuando está saliendo, anaranjada, que cuando está encima de mí, brillante.

Fue lo que le ocurrió. Extrapoló al todo la pequeña parte que había experimentado furtivamente,  sin darse cuenta que las relaciones con determinadas personas con las que nos cruzamos en la vida son como los alucinógenos, que probados en pequeñas cantidades pueden llevarte al éxtasis  pero en grandes cantidades pueden matarte.

Pero en su ilusión vio su nueva vida, allá en el horizonte, magnífica, fastuosa, radiante…

Y una vez se ha zambullido en ella, en su nueva realidad, ha descubierto su delirio.

Pero en la travesía a su entelequia quemó las naves y no es posible el retorno.

Ahora, con la ropa empapada y la mente despejada por el frío de su existencia, mira a occidente, de donde partió, y, viéndolo también magnificado, se arrepiente de su decisión, de su irrevocable decisión.

Vive en tu luna. Yo prefiero mi tierra. 


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