Quien no sabe pedir
no sabe vivir.
Dieciocho de agosto. En quince días me voy al pueblo.
Ya no habrá mucha gente, pero aun quedará el fin de semana
de la romería y de la feria con los toros.
Tengo que llamar a Bécquer para pedirle la casa. Yo creo que
no he hablado con él desde la fiesta del Cristo, pero es que no lo soporto.
Tendré que hacerme el simpático aunque no me salga de
dentro. No me apetece nada, me da mucha pereza.
No es santo de mi devoción, pero como no tengo casa me tengo
que buscar la vida para poder ir al pueblo y éste con poco que le diga seguro
que me la deja, como todos los años.
La verdad es que sale bien tener un amigo así. Hace todo lo
que le solicito y me pide poco, y a lo poco que me pide intento escaquearme
para no hacérselo.
No es muy listo, no. Así no se puede ir por la vida, si
haces todo lo que te piden consigues que se aprovechen de ti. Favores hay que
hacer los justos, que aunque creas que no te perjudicas siempre que haces uno sales
perdiendo.
Por eso cuando Bécquer me pide algún favor eludo hacérselo.
Se lo hago cuando ya no tengo más remedio, cuando tengo que pedirle yo alguna
cosa; así evito que me diga que no, no vaya a ser que aprenda y empiece a
negarme cosas que necesito, como su casa en el pueblo, que si no me la deja no
me puedo pasar los quince días de vacaciones allí.
Este fin de semana tengo que llamarlo y tratarlo de amigo.
La táctica es la de siempre, yo no sé cómo no se da cuenta de que lo único que
me une a él es lo que de él obtengo. Si no fuera por su casa… ¡Ni lo saludaría!
Pero merece la pena hacer el sacrificio y tener casa gratis para mí y mi
familia en el pueblo. ¡Sale a buen precio!
Siempre le digo lo mismo: “Si te tengo que dar algo por los
quince días dímelo.” Siempre contesta lo mismo: “¿Qué te voy a pedir a ti? Con
que me la dejes limpia cuando te vayas es suficiente.” ¡Conmovedor!
Recuerdo que un año, cuando le dije que si le tenía que dar
algo, me dijo que le llevase una ensaimada, que hacía mucho que no la comía y
que las de aquí son las mejores. Ese año se me olvidó llevársela. ¡Que cabeza
la mía! No notó mi ironía cuando le dije que me la había dejado en casa, encima
de la mesa de la cocina, que con las prisas para ir al aeropuerto se me había
olvidado. ¡Vergonzoso! No se puede ser más tonto, yo creo que se lo hace…
Voy a poner una nota en el frigorífico para llamarlo mañana,
el día uno quiero estar allí y cuanto antes se lo diga mejor, no vaya a ser que
piense quedarse más este año. Me gusta que mi familia y yo estemos solos en su
casa y cuanto antes se lo diga mejor, para que vaya organizándose y se vaya
antes del treinta y uno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario