Cuando una historia comienza con ilusión,
la ilusión alimenta la historia.
Recuerdo tener una idea de lo que buscaba, pero no tener
pensado nada en concreto.
Recuerdo ir mirando los escaparates de las joyerías que
encontraba camino de la calle Mayor.
Recuerdo quedarme parado delante de la joyería de la calle
Tinte, después de haber recorrido la calle Talamanca.
Recuerdo escrutar los colgantes expuestos, uno a uno, sin
prisa.
Recuerdo que mis ojos quedaron prendados de uno de ellos, un
pequeño librito, chapado en oro, que dentro tenía un corazón.
Recuerdo pasar a verlo más de cerca y preguntar para saber
si estaba dentro de mi presupuesto.
Recuerdo que me lo llevé.
Recuerdo que ese fin de semana descubrí que mi tesoro era
una delicada flor de pupilas azules a cuya piel, casi transparente, solo le
convenían los metales preciosos.
Recuerdo preguntar, con cara de “dime que sí por favor”, si
te lo podrías poner.
Recuerdo tu cara de “no hay problema” cuando me contestaste
que si lo llevabas un rato, solo cuando estuvieras conmigo, no pasaría nada, y
que alguna vez tenías que llevarlo más tiempo te pondrías un jersey con cuello alto para que no
te rozase la piel.
Recuerdo verte radiante con él.
Recuerdos…
Recuerdos de hace treinta años.
Yo entonces tenía veintiuno y era el primer regalo que le compraba
a una chica. A mi chica.
Tenía muy claro que eras la chica con la que quería
compartir mi vida. Estaba totalmente seguro, me lo susurraba mi corazón y lo
corroboraban las mariposas que, sábado tras sábado, me acompañaban, en el tren
que de Alcalá de Henares me llevaba a Cuenca, rozando con sus alas mis sentimientos
más profundos.
Recuerdo pensar que en ese pequeño librito de amor
empezaríamos a escribir nuestra historia.
Recuerdo que fue el sábado de la semana de San Valentín
cuando te di mi regalo.
Recuerdo quererte tanto…
Tanto, tanto, tanto ya entonces te quería, que esos
sentimientos siguen, treinta años después, tan presentes como antaño, con la
misma intensidad...
Noto la presencia de mi amor por ti a cada instante. Treinta
años juntos es toda una vida acompañándonos.
Treinta años de recuerdos que empezamos a escribir en aquel
colgante chapado en oro, aquel pequeño
librito con un corazón en su interior, que te regalé en febrero de mil
novecientos ochenta y nueve…
No hay comentarios:
Publicar un comentario