Recuerdos intensos
que parece ocurrieron ayer.
El tiempo avanza y mi registro mental de paralelismos
contigo me dice que cuando tú tenías mi edad yo tenía catorce años.
Aparecen los recuerdos, mis recuerdos, de entonces.
Recuerdos discontinuos.
Recuerdos de las cosas que hacíamos juntos.
Recuerdos de imágenes tuyas.
Entre esos recuerdos hoy viene a mi mente un día soleado de
primavera en el que, antes de irme a la escuela, te ayudé a descargar un camión
de cemento quitándole a cada palé cinco sacos para que el tractor pudiera con
él. Al terminar me quité el mono, me lavé y me vestí; cogí los libros y me fui.
Recuerdo volver la cabeza antes de girar la esquina y mirar cómo entrabas con
el tractor y el último palé al almacén.
Siento nostalgia.
Aquella primavera fue la última en la que viví en casa.
Me emociono recordándolo.
Ese otoño salí a estudiar fuera, me llevaste tú con el
camión.
Hoy yo tengo los cincuenta y un años que tú tenías entonces
y en ese pasado, que está sucediendo al mismo tiempo que este presente, me veo
como ese niño que está viviendo la última primavera completa con su padre y no
le da el valor emocional que hoy siento que tenía.
Pensar que tengo la edad que tú tenías cuando transcurría la
última primavera en la que dormimos bajo el mismo techo todos sus días me
produce nostalgia, melancolía, pena...
Te echo de menos, igual que aquel niño de 14 años te echará
de menos en el internado en el que vivió durante el otoño siguiente a mi última
primavera contigo.
Que sepas que sigues vivo, porque mientras yo te recuerde no
morirás.
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