sábado, 31 de octubre de 2020

Café a las 4

Frío exterior.

Frío interior.

 

Café a las 4. 

Todos los días. 

Me sienta yo como me sienta.

Piense yo lo que piense.

Quiera yo lo que quiera.

De lunes a viernes café a las 4.

Después, sonrisa forzada, palabras banales, preguntas vacías... Mi relación con mis compañeras no debe saber de mis íntimos sentimientos por verme como una mujer perdida, náufraga en este mar de conversaciones sin sentido con la clientela en la que cada cual me cuenta su vida y yo no puedo hablar de la mía salvo con contadas personas con las que siento afinidad y a las que me aferro cuales restos de otros naufragios encontrados a la deriva.

¿También se sentirán como yo? ¿También querrán escapar como yo? ¿Tampoco se atreverán?

Fracasada. Me siento  fracasada pese a tener un trabajo que da para vivir la vida que me recetaron, que me recetaron y que yo he aceptado.

Vivir...

¡Vivir!

¿Vivir?

¿Qué es vivir?

Se nota el frío hasta en el café. Se ha quedado helado mientas la daba vueltas. ¡Ea! Es lo que tiene tomar café en una terraza en octubre... ¡Maldito virus!

Esta fría pequeña ciudad hiela cualquier calor, el calor del café y mi calor. Una ciudad sin mar, sin playa, casi sin gente, en la que no hay lugar donde escapar.

Me mantiene a flote mi pequeña. Si no fuera por ella...

¡Si no fuese por ella!

Ella me da la vida. Vivo por ella.

Cuento los minutos que restan para cerrar y salir con ella a caminar, patinar, montar en bicicleta… ¡Qué más da! El caso es estar con ella. 

Ella es la razón por la que he de mantener esta sinrazón, mi íntima sinrazón.

¡Pero me ahogo!

La rutina me puede. Mi casa me agobia. Mi marido me obvia. Yo no me reconozco...

¡Quiero romper! Pero no puedo...

¿No puedo? ¿O no me atrevo?

¿Por qué no me dejo guiar por mis impulsos?

Quiero hacerlo...

¡Que frío está! Se ha quedado helado... 

¡Café frío! ¡Matrimonio helado! ¡Deseos congelados!

Las 4 y cuarto. Toca trabajar. Toca seguir viviendo esta farsa.

¿Hasta cuándo?

 


 

domingo, 4 de octubre de 2020

Sé que me miras.

 

Sólo el corazón sabe

de los deseos reprimidos.


Sé que me miras.

Sé que no pierdes detalle de mi perfil.

Te gusta mirarme.

Te gusta saber de mí.

A mí me gusta que me mires.

A mí me gusta saber que te hubiese gustado que tu realidad hubiese sido otra. Otra realidad, junto a mí.

¿Recuerdas nuestra canción?

Sé que sí.

Sé que la recuerdas y que te gustaría volverla a oír mientras nuestros ojos se miran fijamente y asienten igual que aquel día en el que se miraban fijamente mientras tu mano derecha apretaba mi cintura para pegarme a ti y mi codo izquierdo impedía que lo que los dos deseábamos se materializara en aquella sala repleta de parejas de cuatro lascivos ojos, todos posados sobre ti y sobre mí, esperando mi derrota y ansiando tu victoria.

Lo sé. Sé que la recuerdas.

Cuando subo al mercado y cruzo la esquina de la calle con la plaza siento cómo tus ojos me escrutan y se posan sobre cada pliegue  de mi vestido y sobre la poca piel que deja ver  entre él y mis zapatos. Vestido que cosí mientras pensaba en cómo me mirarías cuando cruzara la invisible línea que separa la privacidad de la calle con la notoriedad de la plaza. A cada paso que doy y me acerco a la esquina mi corazón se acelera sabiendo que te veré, de reojo, ahí junto a la parecilla de la plaza, con tu sombrero, mirándome, a hurtadillas, sin esconderte pero sin descaro. En ese momento es cuando mi corazón se desboca y mis piernas flaquean y mi vista se nubla y noto el sopor del calor de lo que pudo haber sido y no fue. Y noto la rabia de saber que yo no fui suficiente para ser tu esposa. Que te decidiste por otra mujer con quien creíste serías más feliz pero que te ha empobrecido la vida y acartonado el corazón. Acartonado el corazón a ti y a mí.

Nunca te dije que no. Nunca te dije que sí. Nunca te dije porque nunca me preguntaste. Porque nunca te atreviste. Porque siempre me deseaste pero no tuviste el valor de imponerte a tu madre y decidirte a estar con la mujer que querías y no con la que te imponían. Nunca tu palabra. Siempre tus ojos. Nunca y siempre. Siempre y nunca. Eso es lo es lo que esto ha llegado a ser: un nunca y un siempre.

Nunca por imposición.

Siempre por nuestras miradas cuando subo y cuando bajo por la plaza, que se encuentran y se esconden, que se miran y se niegan, que se mienten y se sinceran, que se quieren y alejan.

Siempre y nunca.

Cuando me ves escrutas mi perfil como el sol perfila la sombra de mi talle sobre el polvo apretado de la calle. Minucioso. Paciente. Resignado.

Me miras. Te siento.

Me sientes. Te miro.

Y día tras día esta historia inacabada escribe un nuevo capítulo de miradas escondidas y deseos reprimidos presos de la tiranía del destino que inclinó la balanza de la guerra hacia el bando contrario y terminó enterrando mi futuro en una fosa común y con nuestros deseos en esta fosa que día tras día abrimos con nuestras miradas para arrojar nuestros impulsos y cerramos con nuestras lágrimas derramadas en sábanas frías de camas semivacías ocupadas por nuestros cuerpos deseosos de encontrar el calor mutuo que sólo nuestros corazones conocen al oír cada uno cómo palpita el otro por mucha distancia que separe nuestras furtivas miradas en mi camino plaza arriba y plaza abajo sintiendo tu mirada en mi perfil, en mi talle, en los pliegues de mi vestido, en mis piernas, en mi sobra…