Sólo el corazón sabe
de los deseos reprimidos.
Sé que me miras.
Sé que no pierdes detalle de mi perfil.
Te gusta mirarme.
Te gusta saber de mí.
A mí me gusta que me mires.
A mí me gusta saber que te hubiese gustado que tu realidad
hubiese sido otra. Otra realidad, junto a mí.
¿Recuerdas nuestra canción?
Sé que sí.
Sé que la recuerdas y que te gustaría volverla a oír
mientras nuestros ojos se miran fijamente y asienten igual que aquel día en el
que se miraban fijamente mientras tu mano derecha apretaba mi cintura para
pegarme a ti y mi codo izquierdo impedía que lo que los dos deseábamos se
materializara en aquella sala repleta de parejas de cuatro lascivos ojos, todos
posados sobre ti y sobre mí, esperando mi derrota y ansiando tu victoria.
Lo sé. Sé que la recuerdas.
Cuando subo al mercado y cruzo la esquina de la calle con la
plaza siento cómo tus ojos me escrutan y se posan sobre cada pliegue de
mi vestido y sobre la poca piel que deja ver entre él y mis zapatos.
Vestido que cosí mientras pensaba en cómo me mirarías cuando cruzara la
invisible línea que separa la privacidad de la calle con la notoriedad de la
plaza. A cada paso que doy y me acerco a la esquina mi corazón se acelera
sabiendo que te veré, de reojo, ahí junto a la parecilla de la plaza, con tu sombrero, mirándome, a hurtadillas, sin
esconderte pero sin descaro. En ese momento es cuando mi corazón se
desboca y mis piernas flaquean y mi vista se nubla y noto el sopor del calor de
lo que pudo haber sido y no fue. Y noto la rabia de saber que yo no fui
suficiente para ser tu esposa. Que te decidiste por otra mujer con quien
creíste serías más feliz pero que te ha empobrecido la vida y acartonado el
corazón. Acartonado el corazón a ti y a mí.
Nunca te dije que no. Nunca te dije que sí. Nunca te dije
porque nunca me preguntaste. Porque nunca te atreviste. Porque siempre me
deseaste pero no tuviste el valor de imponerte a tu madre y decidirte a estar
con la mujer que querías y no con la que te imponían. Nunca tu palabra. Siempre
tus ojos. Nunca y siempre. Siempre y nunca. Eso es lo es lo que esto ha llegado
a ser: un nunca y un siempre.
Nunca por imposición.
Siempre por nuestras miradas cuando subo y cuando bajo por
la plaza, que se encuentran y se esconden, que se miran y se niegan, que se
mienten y se sinceran, que se quieren y alejan.
Siempre y nunca.
Cuando me ves escrutas mi perfil como el sol perfila la
sombra de mi talle sobre el polvo apretado de la calle. Minucioso. Paciente.
Resignado.
Me miras. Te siento.
Me sientes. Te miro.
Y día tras día esta historia inacabada escribe un nuevo
capítulo de miradas escondidas y deseos reprimidos presos de la tiranía del
destino que inclinó la balanza de la guerra hacia el bando contrario y terminó enterrando
mi futuro en una fosa común y con nuestros deseos en esta fosa que día tras día
abrimos con nuestras miradas para arrojar nuestros impulsos y cerramos con
nuestras lágrimas derramadas en sábanas frías de camas semivacías ocupadas por
nuestros cuerpos deseosos de encontrar el calor mutuo que sólo nuestros
corazones conocen al oír cada uno cómo palpita el otro por mucha distancia que
separe nuestras furtivas miradas en mi camino plaza arriba y plaza abajo
sintiendo tu mirada en mi perfil, en mi talle, en los pliegues de mi vestido, en
mis piernas, en mi sobra…
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