viernes, 24 de octubre de 2014

No eres tú.

A todos aquellos que ya no están.
Y a lo que están pero como si no estuvieran.



No eres tú. Es tu cuerpo. Pero no eres tú.

Ríes, pero no se oye lo que fue tu risa. Es como si piedrecitas grises chocaran en tu interior y al reírte revelaran  el vacío que hay en ti.

No eres tú. Es tu cuerpo. Pero no eres tú.

Miras y no sé qué ves. Veo tus ojos mirándome. Pero siento que no me ves. No siento tu mirada. Es como si mirases detrás de mí.

No eres tú. Es tu cuerpo. Pero no eres tú.

Tu voz se oye extraña. Gangosa. Como si te costase pronunciar. Es difícil entenderte si además no sé de qué me hablas. Hablas y no sé qué me dices.

No eres tú. Es tu cuerpo. Pero no eres tú.

Te quejas. Y esos ayes se me antojan chirríos de bisagras, tizas en la pizarra, garruchas no engrasadas… Llegan hasta  mi alma y la encogen, la desgarran.

No eres tú. Es tu cuerpo. Pero no eres tú.

Te miro y veo un gesto deformado, un mentón caído, unos ojos abiertos en exceso… ¡No quiero recordarte así!

No eres tú. Es tu cuerpo. Pero no eres tú.

Siento que mis lágrimas quieren aflorar, pero he de ser fuerte, no debes verme llorar, debes verme reír, debes sentirme cerca, mi pena no debe apenarte.

No eres tú. Es tu cuerpo. Pero no eres tú.

Prometo recordarte años atrás. Tu risa alegre, tu mirada cómplice. Tu alegría desbordante. Tu fuerza para ser nuestro motor. Tu abnegación. Tu dedicación. Tú.


Ya no eres tú. Pero estuviste ahí. Y a mí siempre me tendrás.

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