Nos hacemos
daño sin darnos cuenta.
Evitarlo
sólo está en tu mano.
Toca
cambiar.
Si no
cambio corro peligro.
Mis
ataques de histeria pueden acabar conmigo.
“Eres
una bomba andante. Te estás suicidando.”
Ha sido
tajante. El déficit de colágeno unido a mis explosiones histéricas pueden hacer
que revienten mis venas. Me puedo provocar un derrame cerebral.
¡Toca
cambiar!
Pero
aquí no he llegado en unos días. Han sido años. Años de estrés. Años de quiero
y no puedo. Años en los que se me escapaban las cosas por poco. Eso me ha
generado una sensación de insatisfacción con la vida que unida a la estresante dinámica
diaria me ha llevado a esta situación.
Así que
ya tengo la receta: Dejar de quejarme.
La
queja, según el doctor, me lleva a tener el sentimiento de insatisfacción y esa
insatisfacción me lleva a querer hacer más de lo que puedo, a ser
perfeccionista, a buscar los fallos para seguir quejándome.
“Se
acabaron las quejas, excepto los lunes de diez a doce.” Es su receta. No puedo
quejarme salvo los lunes de diez a doce. Si tengo ganas de quejarme, me ha
dicho, lo puedo escribir y quejarme el lunes, sólo el lunes. Si no estoy en la hora de
la queja nada de nada, no puedo quejarme.
He de
cambiar y mucho. De estar viendo los fallos constantemente, diciendo lo que
hacen mal, yendo detrás de todos para
ver si cumplen con su tarea… A ahora no poder decirlo en el momento y guardarlo
todo para el lunes va a significar un gran esfuerzo.
Pero lo
primero es salvar mi vida. No quiero suicidarme en un ataque de histeria.
Quejarme me hace ver todo mal, hace que sienta al mundo contra mí, cuando en
realidad contra mi sólo estoy yo… ¡y mi estrés!
¡Las
quejas los lunes de diez a doce!
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