viernes, 26 de agosto de 2016

Reflexiones tras los toros

En las corridas y en la vida la faena
la marcan el vigor y la fuerza.


¡Cómo cansan los toros! El año que viene no me saco el abono, si me apetece vengo a un par de corridas, pero las seis se me hacen ya muy pesadas. Hay pocos de ochenta y cuatro años que se saquen el abono.

Pero también hay pocos que sean treinta y un años más viejos que su mujer. ¡Y con ésta van seis!

Muchos me intentan tomar el pelo. “¡Que harás con ella! ¡Te va a matar!” Y como siempre, a todos, les contesto lo mismo: “¿Qué voy a hacer? Lo que pueda… ¿O no?”

¡Cómo fatiga esta cuestecilla hasta la vía del tren! Me voy quedando sin resuello. Pero aunque me agote no puedo dormirme como hice anoche. ¡Me quedé dormido encima! Si es que con ochenta y cuatro años me atrevo con una de cincuenta y tres…

Mis hijos me dicen que están conmigo por los cuartos. ¿Y por qué van a estar si no? ¡Han descubierto América!

La primera me dio a los cuatro que tengo. Si hubiera tenido una chica… Puede que si hubiera tenido una chica no me metiera en los fregados que me meto.

¡Fin de la cuesta! Necesito respirar.

La pobre se murió con cincuenta años. Yo tenía cincuenta y tres y muchas ganas de mujer. Nunca me ha gustado ir de putas. Ya lo decía mi abuelo: “Amor de puta y vino de frasco, a la noche gustosos, a la mañana dan asco”.

La Juana era soltera, tenía poco más de cuarenta años y estaba de muy buen ver. Ya pasado el luto empecé a ir detrás de ella con requiebros. No les hacía ascos. Se reía con ganas y picardía. Una mañana de julio le dije que si podía pasar a ayudarme a hacer la cama. ¡Y pasó!

Desde ese día dormimos juntos todas las noches durante quince años. No puedo decir que cumpliera todas las noches, pero sé que ella estaba bien servida. ¡Se le notaba en la cara!

Semáforo en rojo. No cruzo que hay mucho coche. ¡Que me limpian!

Un día, en el mercado, se desplomó. Dijeron que fue un infarto fulminante. Hubo gente del pueblo que dijo que yo la había reventado de tanto dale que dale. ¡Incultos! Eso no mata. ¡Da vida! ¡Y envidia a los demás!

Verde, a cruzar.

Setenta años y otra vez sin mujer. ¿Y quién iba a querer a un viejo como yo después de haber enterrado a dos? La paga de seiscientos no da para mucho, pero las rentas de ochenta y seis hectáreas son sustanciosas. ¡Y querían mis hijos que les diera las tierras! ¡Una mierda! Si me quedo sin tierras me quedo sin fiesta, pues no me piden estas lagartas…

Las dos siguientes fueron cubanas. ¡Vaya marcha tenían! Papito por aquí, papito por allá. ¡Nunca decían que no! Pero tenían un hambre de billetes…

La primera me sacó cerca de tres millones. Hasta que dije basta. ¡Y se fue!

Con la segunda cubana fui más listo. Duró la mitad que la otra. Al año calculé que me había sacado ya un millón y el que le dio la licencia fui yo.

La quinta estuvo más conmigo. Seis años. ¡Como estaba la tía! Del pueblo del al lado y sin pudor ninguno. ¡Cómo bailábamos en el hogar del pensionista! ¡Y qué envidia les daba a los demás! Alguno se llevó una buena colleja de su mujer por babosear más de la cuenta.

Y las noches… ¡Vaya noches me daba! Pero mis cuartos me costaban… Era una antojadiza de mucho cuidado. No sé cuánto me sacó ni lo quiero saber. ¡Pero vaya noches!

Ya queda poco para llegar… Llaneando no me canso tanto.

Discutimos en Benidorm. No me gustó como bailaba con aquel negro. En la barra del bar le dije que si bailaba otra se despidiese de mí. ¡Y me dijo adiós! La tía se fue con el negro y no la volví a ver hasta que subimos al autobús para volver. ¡Su cara hablaba claro, que luminosidad! Eso sólo lo da el placer. Desde entonces no nos hablamos.

Ahí está mi portal.

Ella me estará esperando con la cena preparada. Es muy cariñosa.

¡Ay los toros! Que cansado vengo. Seis toros por corrida para tres toreros. Yo ya llevo seis mujeres. No sé lo que estará conmigo, no será mucho, noto que mis fuerzas van flojeando. Mi corrida está tocando a su fin, ya me están dado el primer aviso, oigo los clarines en mi interior.


 Esta noche creo que no me duermo encima, esta noche lo perdono. ¡Vengo para el óleo! 


sábado, 20 de agosto de 2016

Una noche en la curva

En verano, durante la juventud,
no todas las noches se recuerdan.


¿Qué hora será? Por el tiempo que llevamos aquí son más de las tres. ¡Seguro!

¿Dónde va Erre?

¡Ah! A mear. No me extraña. Nos hemos bebido las dos botellas de ponche caballero entre los cinco.

¿Qué se ha dormido? El Caimán está dormido. ¡Yo creo que lo que está es borracho!  Hace un rato se fue para allí y dijo, como otras veces: “¡Cuerpo a tierra!”. Y dio un barrigazo. Yo pensaba que seguía en el juego, pero se ha dormido tumbado debajo del pino, boca abajo.

Churchill está que se parte. ¡Vaya risa contagiosa! La verdad es que en cuando se toma dos tragos tiene una risa que contagia a cualquiera. ¡Y sin tomarlos también!

¡No me puedo creer lo que propone Caracaballo! ¡Le está diciendo a Erre que mee encima de El Caimán!

Churchill dice “¡No hay huevos!”. ¡No me lo puedo creer! ¡Quieren que Erre mee encima de El Caimán!

Y Erre contesta “¡Que os apostáis a que lo meo!”. ¡Increíble!

Ahora las risas son de Caracaballo y de Churchill al unísono.

¡Las tres de la mañana y las risas que nos traemos! Menos mal que por aquí no vive nadie, si no nos refrescarían con un cubo de agua…

Ahora es El Ganso el que lo dice: “¿A que no eres capaz de mear encima de El Caimán?”.

El Ganso siempre con retraso. Su vida trascurre con diez minutos de diferencia.

“¡Un cubata!”. Dice Caracaballo. “Te pagamos un cubata si te meas encima”.

“¡Dos!”. Contesta Erre.  “Uno para mí y otro para él. El pobre va a pasar toda la noche mojado y se merece una recompensa”.

¡Vaya risas…! Pero Erre aun no ha meado. ¡Éste seguro que lo mea!

“Te pagamos un cubata si lo meas”. Dice El Ganso, con su retraso acostumbrado.

“¡Dos cubatas! ¡Echo! Si eres capaz de mearlo te pagamos dos cubatas entre los tres”. Contesta Churchill.

¿Pero qué hace?  ¡Erre se ha puesto al lado de El Caimán y se ha sacado la cola! ¡Va a mearse encima de El Caimán!

“¡Dos cubatas nos debéis! Uno para mí y otro para El Caimán”. ¡No me lo puedo creer! ¡Lo está meando! Y mientras Churchill, Caracaballo y El Ganso se están partiendo de la risa.

¿Y quién soy yo?

El ponche caballero ha debido afectarme demasiado. Si bajamos cinco a la curva de la carretera a bebernos las botellas y yo estoy viendo a cinco… ¿Quién soy yo?

¿Soy Churchill, Caracaballo, Erre, El Caimán o El Ganso?

¡Uf! Creo que bebí demasiado. Mi cuerpo espectral se ha separado del material y estoy flotando viéndonos a los cinco. ¡Qué resacón me espera! ¡Cuerpo a tierra!




sábado, 13 de agosto de 2016

Arroz blanco

El amor rutinario despierta
el deseo de probar otros sabores.


Otra vez arroz. Arroz todos los días. ¡Cómo cansa el arroz!

En casa todas las noches arroz. Y casi siempre frío. Por eso no me lo como, me da una pereza calentarlo…

Antes, los fines de semana, se aderezaba con otros ingredientes: con caldo, en paella, en ensalada, a la cubana… La verdad es que así daba gusto comérselo. Pero últimamente no hay aderezos, tengo arroz blanco y frío incluso los fines de semana.

Y mientras en el trabajo viendo solomillos al punto, cocidos calentitos, ensaladillas sabrosas, mejillones fresquitos…

Me está entrado hambre al recordarlos.

Y aquí estoy. Sentado en el sofá, en la tele la peli de Antena Tres, mi arroz frio durmiendo en el sillón y yo viendo cómo el protagonista de la película se está comiendo un filete de primera, jugoso, en su punto de sal…

¡Qué hambre me está entrando!

El filete de la peli me está recordando a un solomillo al que no hay manera de hincarle el diente. Y eso que lo intento una y otra vez. ¿O será mi hambre la que hace que vea parecidos?

Menos mal que en el trabajo de vez en cuando pico un poco de queso de oveja, si no picara no sabría qué me podría pasar. ¡Paso tanta hambre! No tiene una forma muy atractiva pero cuesta poco trabajo cortar un trozo para comérmelo. ¡Me sabe tan sabroso!

La verdad es que mi arroz tiene buena presentación, el cuenco es atractivo. Un amigo me ha llegado a decir que no es arroz, que es caviar iraní, que soy yo quien no aprecia su textura. Pero es arroz. ¡Blanco y frío!

Alguna noche que el arroz está templado me lo como, con pocas ganas pero me lo como, no vaya a descubrir que estoy comiendo fuera de casa...

Picar siempre queso también me cansa, aunque sea fácil de cortar, me apetecen platos más elaborados. Hace unas semanas intenté prepararme una ensaladilla, pero se me cortó la mayonesa. ¡Huyó!

Tengo que procurar ampliar mi menú. Quizás si probara en alguna web de comida preparada… No sé. Eso lo dejaré para si en vez de hambre paso hambruna, de momento el queso me va satisfaciendo.

En el trabajo tengo algunos mejillones que parecen accesibles. Aunque el queso se vuelve un poco duro cuando me acerco a ellos. He de procurar que no me vea salivando por esa carne rosada, no vaya a ser que me quede sin queso.

¡Vaya chuletón se está comiendo el de la peli! No voy a tener más remedio que coger la batidora y hacerme un buen batido…


domingo, 7 de agosto de 2016

Paquete a la cuarta planta

Tu subconsciente te domina.
¿Eres más fuerte que tus miedos?


La cuarta planta, saliendo de los ascensores…

Pues no me dice el vigilante que a quien debo entregarle el paquete trabaja en la cuarta planta: “Saliendo de los ascensores la primera puerta de la derecha.”

Este trabajo y mi la fobia a los ascensores se llevan muy, muy mal…

Ese que llega por ahí parece empleado del banco. Sí, se dirige a los tornos de entrada. Lo espero y me subo con él.

Llevo sin subir solo a un ascensor desde aquel día. No recuerdo un día más horrible en mi vida.

Tenía siete años e iba al parque de al lado de casa a jugar con mis amigos.

Recuerdo que llevaba un camión volquete amarillo para jugar con la arena.
Entré al ascensor y pulsé la “B” para bajar.

Se empezó a mover, como siempre, pero a medio camino se paró bruscamente.

Sí, es empleado del banco. Ya va a pasar el torno. Está buscando la tarjeta de entrada.

La luz se apagó. Busqué los botones y los pulsé nervioso. No sabía a cuales les daba. Les daba a todos. Comencé a llorar, y a dar golpes en la puerta del ascensor. La alarma no sonaba.

Aún siento la presión en el pecho cuando lo recuerdo.

No oía nada. Sólo mis golpes en la puerta que hacían que el ascensor vibrara. Solo. Con mi camión en la mano.

Empecé a gritar mientras golpeaba nervioso las paredes para hacer el mayor ruido posible. Alguien debía oírme. Sentía que mi fin estaba llegando.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que oí una voz gritar preguntando si había alguien en el ascensor. Me puse a gritar más fuerte, más fuerte aun. “¡Socorro, socorro! ¡Estoy atrapado!” La garganta me ardía. Sentía que el corazón se me iba a salir por la boca.

Oí que la voz decía que me calmara, que iba a dar aviso.

Me acurruqué en el suelo. No podía gritar más. Me ahogaba. Me abracé a mi camión llorando. Cerré los ojos y lloré. Lloré y lloré. Inmóvil. Sentado en el rincón. ¡Aterrado!

Me dijeron que fueron tres horas. A mí me pareció una vida entera. ¡Me da escalofríos el estar aquí dentro!

Este hombre va a la tercera planta. Me bajo en la tercera y a la cuarta subo por las escaleras, pero solo en el ascensor no me quedo.

Ya estuve bastante tiempo solo entonces.