Para que algo cambie a nivel social
debemos primero cambiar a nivel individual.
Hoy, como cada día que libro, he ido a comer con mi abuela.
Tiene 97 años y vive sola. Se sabe mi cuadrante en el hospital mejor que yo, el
día de antes siempre me llama para que le confirme que iré a comer con ella.
Después de comer siempre nos tomamos un té. A ella siempre
la han encantado las infusiones. Una de sus favoritas es el té verde. Siempre
me dice que tiene la edad que tiene gracias a los antioxidantes que aporta.
Durante esas sobremesas me suele contar cosas de cuando ella
era joven y el mundo era de otra forma.
Hoy me ha sorprendido.
Hoy, veinticinco de noviembre, me ha contado que se celebra
el día internacional contra la violencia machista. Yo no tenía ni idea.
Me ha contado que hace cincuenta años el universo de la
mujer comenzó a cambiar. Me ha contado que a principios de siglo el mundo
padecía una pandemia de maltrato a las mujeres. Que una de cada tres mujeres
padecía al menos una vez en su vida violencia física o sexual y que cada diez
minutos moría una mujer a manos de su pareja o de su expareja.
Mientras me lo contaba estaba seria. Me miraba fijamente con
su penetrantes ojos azules mientras abrazaba son sus manos su taza de té.
“Aquel 25 de noviembre empezó todo. Recuerdo que cuando me
levanté, como todos los días, aún no había amanecido. Salí al patio para
fumarme un cigarro. Entonces yo aún fumaba tres o cuatro cigarros al día. Miré
al cielo y me pareció precioso. La luna estaba en cuarto menguante y me
sorprendió su posición, estaba al lado de una estrella y la abertura de su arco
apuntaba hacia la estrella. Era como si la Luna quisiera comerse la estrella.
Pensé, al verlas, que había muchas cosas en el mundo que la Luna debería
comerse.”
Ha ido haciendo pausas en su relato para dar pequeños sorbos
a su taza de té.
“En aquellos días la Luna estaba muy cerca de la Tierra.
Decían que no había estado tan cerca en los últimos sesenta años. Cuando tú
cumpliste los dieciocho años aun estuvo más cerca. La Luna vino a saludarte el
seis de diciembre de dos mil cincuenta y dos, tu seis de diciembre.”
Me ha alagado con su comentario. He sentido que me
ruborizaba. Ella ha sonreído… Me sorprende la memoria que tiene.
“No sé si la Luna tuvo algo que ver, pero aquel día el mundo
se movilizó. Fue como una marea viva que fue empapando las conciencias. La
Luna nueva que hubo aquel fin de mes de noviembre también fue noticia y algún
periodista buscó analogías entre la movilización ciudadana contra el maltrato a
la mujer y las aguas empujadas por la Luna nueva inundando las playas.”
Se ha quedado callada unos segundos, pensativa, mientras sus
ojos miraban a su derecha, como recordando aquellos días.
“Aquel veinticinco de noviembre de dos mil dieciséis fue el
principio del fin de la desigualdad, el principio del fin de la violencia, el
principio del fin de las muertes sólo por ser mujer. Hoy
vemos aquellos acontecimientos como lejanos, como parte de la Historia, pero yo
los viví con ilusión. Tu abuelo y yo nos implicamos en el movimiento por medio
de las redes sociales. Fuimos un eslabón más en la cadena que ató a los
maltratadores y liberó a las mujeres del silencio resignado.”
Después ha vuelto a fijar sus preciosos ojos azules, cansados,
en los míos y sonriendo ha dicho: “Seguro que la Luna también tuvo algo que
ver. ¿Sabes qué hicimos para iniciar la movilización? Usamos el color morado. ¡Las
calles se inundaron de personas vestidas con alguna prenda morada! Por eso hoy
llevo este vestido.”
La verdad es que me había fijado en su precioso vestido
morado, pero como ella siempre va tan bien vestida y tan bien arreglada no me
había llamado especialmente la atención. Cincuenta años de aquellos acontecimientos
y mi abuela aun los vive como si hubiesen sido ayer. Hoy, jueves veinticinco de
noviembre de dos mil sesenta y seis, cincuenta años después, mi abuela no
olvida el sufrimiento de muchas mujeres a principio de siglo.
Me ha encantado comer hoy con mi abuela.