viernes, 25 de noviembre de 2016

Veinticinco de noviembre

Para que algo cambie a nivel social
debemos primero cambiar a nivel individual.


Hoy, como cada día que libro, he ido a comer con mi abuela. Tiene 97 años y vive sola. Se sabe mi cuadrante en el hospital mejor que yo, el día de antes siempre me llama para que le confirme que iré a comer con ella.

Después de comer siempre nos tomamos un té. A ella siempre la han encantado las infusiones. Una de sus favoritas es el té verde. Siempre me dice que tiene la edad que tiene gracias a los antioxidantes que aporta.

Durante esas sobremesas me suele contar cosas de cuando ella era joven y el mundo era de otra forma.

Hoy me ha sorprendido.

Hoy, veinticinco de noviembre, me ha contado que se celebra el día internacional contra la violencia machista. Yo no tenía ni idea.

Me ha contado que hace cincuenta años el universo de la mujer comenzó a cambiar. Me ha contado que a principios de siglo el mundo padecía una pandemia de maltrato a las mujeres. Que una de cada tres mujeres padecía al menos una vez en su vida violencia física o sexual y que cada diez minutos moría una mujer a manos de su pareja o de su expareja.

Mientras me lo contaba estaba seria. Me miraba fijamente con su penetrantes ojos azules mientras abrazaba son sus manos su taza de té.

“Aquel 25 de noviembre empezó todo. Recuerdo que cuando me levanté, como todos los días, aún no había amanecido. Salí al patio para fumarme un cigarro. Entonces yo aún fumaba tres o cuatro cigarros al día. Miré al cielo y me pareció precioso. La luna estaba en cuarto menguante y me sorprendió su posición, estaba al lado de una estrella y la abertura de su arco apuntaba hacia la estrella. Era como si la Luna quisiera comerse la estrella. Pensé, al verlas, que había muchas cosas en el mundo que la Luna debería comerse.”

Ha ido haciendo pausas en su relato para dar pequeños sorbos a su taza de té.

“En aquellos días la Luna estaba muy cerca de la Tierra. Decían que no había estado tan cerca en los últimos sesenta años. Cuando tú cumpliste los dieciocho años aun estuvo más cerca. La Luna vino a saludarte el seis de diciembre de dos mil cincuenta y dos, tu seis de diciembre.”

Me ha alagado con su comentario. He sentido que me ruborizaba. Ella ha sonreído… Me sorprende la memoria que tiene.

“No sé si la Luna tuvo algo que ver, pero aquel día el mundo se movilizó. Fue como una marea viva que fue empapando las conciencias. La Luna nueva que hubo aquel fin de mes de noviembre también fue noticia y algún periodista buscó analogías entre la movilización ciudadana contra el maltrato a la mujer y las aguas empujadas por la Luna nueva inundando las playas.”

Se ha quedado callada unos segundos, pensativa, mientras sus ojos miraban a su derecha, como recordando aquellos días.

“Aquel veinticinco de noviembre de dos mil dieciséis fue el principio del fin de la desigualdad, el principio del fin de la violencia, el principio del fin de las muertes sólo por ser mujer. Hoy vemos aquellos acontecimientos como lejanos, como parte de la Historia, pero yo los viví con ilusión. Tu abuelo y yo nos implicamos en el movimiento por medio de las redes sociales. Fuimos un eslabón más en la cadena que ató a los maltratadores y liberó a las mujeres del silencio resignado.”

Después ha vuelto a fijar sus preciosos ojos azules, cansados, en los míos y sonriendo ha dicho: “Seguro que la Luna también tuvo algo que ver. ¿Sabes qué hicimos para iniciar la movilización? Usamos el color morado. ¡Las calles se inundaron de personas vestidas con alguna prenda morada! Por eso hoy llevo este vestido.”

La verdad es que me había fijado en su precioso vestido morado, pero como ella siempre va tan bien vestida y tan bien arreglada no me había llamado especialmente la atención. Cincuenta años de aquellos acontecimientos y mi abuela aun los vive como si hubiesen sido ayer. Hoy, jueves veinticinco de noviembre de dos mil sesenta y seis, cincuenta años después, mi abuela no olvida el sufrimiento de muchas mujeres a principio de siglo.

Me ha encantado comer hoy con mi abuela.


sábado, 19 de noviembre de 2016

Para que haya listos...

Nuestro futuro se forja
cuando no tenemos conciencia de él.


Hoy también está haciendo calor. Llego acalorada del campo y ahora a preparar la comida.

Menos mal que esta cocina es fresca.

Vaya manos tengo. Llevamos tres días desmatando los girasoles y ya las tengo llenas de callos. Si no me pusiera los guantes gordos las tendría llenas de ampollas.

Cuarenta y ocho años y que tenga que ir al campo a desmatar. Mi madre iba a ir… En cuanto el mayor tuvo once años dejó de ir al campo. Ella no tenía aún los treinta y cinco.

La vida se ha puesto mejor para muchas cosas, sobre todo para los críos. Antes los padres bien jóvenes se jubilaban de tareas del campo y se las adjudicaban a los hijos. Nos sacaban de la escuela y a trabajar. Quisiéramos o no. Ya podíamos valer para los estudios que nos daba igual.

El aceite ya humea, a echar el pollo. Parto los ajos y preparo las patatas. Lo más rápido que puedo hacer es pollo al ajillo con patatas fritas. ¡Traemos un hambre!

Claro, que mientras ellos están descansando a mí te toca preparar la comida. Ésta es mi vida…

Menos mal que mis hijos son estudiosos. Ya ven la vida que llevan sus padres. Si quieren salir del pueblo sólo tienen un camino: estudiar.

Pero claro, no todo el mundo vale para estudiar. Ahí está mi sobrino.

Los ajos, hay que echarlos ya, que el pollo ya está blanco, que si no los echo ahora no dan sabor. Un par de patatas más y yo creo que habrá bastantes.

Vamos una cuadrilla de seis con mis tres hijos y mi sobrino. Ni mi sobrino ni los otros dos van a sacar mucho en la escuela. Éste repitió séptimo y va a repetir octavo, así que no sé si terminará la EGB.

Y es que el que no quiere no quiere. Ya se le pueden dar razones,  que si no quiere no hay manera de que estudie.

Esta mañana lo he cogido y le he echado una buena regañina, le he dado un agua para ver si estudia y se saca el graduado escolar. Me he puesto en el surco al lado del suyo y mientras íbamos quitando cardos y girasoles le he ido dando razones para que el año que viene, que es el último que puede, se saque el graduado. Y lleva razón en lo que me ha contestado: “Tía, el graduado se lo sacan los listos, pero para que haya listos tenemos que haber tontos.”

¡Y qué razón lleva! Yo está claro que me quedé en el grupo de los tontos. Fui a la escuela un año y medio. Cuando empezábamos a dividir me salí. Sé sumar, restar y mal multiplicar. Si hubiese sido de otra forma podría haber estudiado más y haber aprendido corte o peluquería. Seguro que no tendría las manos que tengo ahora…

Para que haya listos tiene que haber tontos. Me ha sorprendido su respuesta. Pero lleva toda la razón.

Humea el aceite de las patatas. A echarlas y a bajarles el fuego.

Si yo tuviera ahora quince años… La vida sólo se vive una vez y no siempre hacemos lo que más nos conviene. Pero a los quince no puedo volver. Como dice mi sobrino: Para que haya listos tenemos que haber tontos. ¡Sin ser tonta, tonta tengo que ser!


viernes, 11 de noviembre de 2016

A 300 km/hora

La vida nocturna juvenil
está abierta a cualquier posibilidad.



¡La alarma del móvil! Las 9:20. A esta hora debería estar despertando y aun no me he acostado.

Me había quedado dormido. ¡Que sopor! ¡Y qué noche!

Ya hace más de veinticuatro horas que me levanté. Este viernes está siendo memorable. Bueno, viernes ya no, ya sábado.

El calorcillo del tren me había dejado traspuesto. Y como apenas se mueve… He debido dormir una media hora, salimos de Madrid a las nueve menos veinte.

Éste está dormido. Y ellas también. Voy a espabilarme yo y los despierto después.

Ayer coincidimos en el disco-bar y llevamos una noche…

No hemos bebido mucho, no han llegado a cinco cubatas. Cinco cubatas desde las once de la noche no es mucho.

Estas chicas tienen una marcha… La verdad es que están muy buenas. Así dormidas me parecen aún más guapas. Una morena y una rubia, como dice la zarzuela.

Pero el punto fuerte de la noche fue cuando cerraron el disco-bar. Ya nos íbamos para el metro y nos hemos metido los cuatro en el salón de juego. Nos hemos ido directos a las tragaperras para gastar el suelto que nos había quedado.

¡Y nos ha tocado el especial! ¡Doscientos euros!

Y claro, la noche no podía terminar ahí. ¡Dos verdes hay que celebrarlos!

¡Vaya piernas tiene Ana! Se ha movido en el asiento y se le ha subido un poco más la faldilla y guau… ¡Que piernas tiene!  ¡Está buenísima! Además tiene una marcha… Ella fue la que esta mañana dijo: “¡El especial merece una paella!”

Y claro, se ha liado cuando yo he dicho: “¿Paella? La paella buena está en Valencia”. Y ella ha contestado “¡Pues a comer paella a la playa de Valencia!”

Y Pepi lo ha rematado: “¡Y nos bañamos en bolas en la playa!” Los cuatro hemos estallado en sonoras carcajadas.

No lo hemos pensado dos veces. Nos hemos bajado a Atocha y hemos sacado billetes compartiendo mesa los 4, ida y vuelta. La vuelta en el último tren… El día promete…

Con el premio del especial hemos pagado los billetes. Para pagar la paella las chicas dicen que seguro que nos las arreglamos en Valencia y que si nos falta algo de dinero para pagarla ya se nos ocurrirá alguna cosa.

Y aquí estamos… Los cuatro en el AVE, camino de Valencia. ¡A trescientos kilómetros por hora! Este fin de semana lo estoy viviendo a toda velocidad…




viernes, 4 de noviembre de 2016

Nadando en la piscina climatizada

El gimnasio, la piscina, el spa, el yacuzzi
lugares donde las sensaciones reviven.



Uf… Que fría está hoy el agua… ¡Se me nota todo con esta sensación! ¡Cómo se me han puesto los pezones…!

Ahí está él…

Pues hoy le voy a poner los dientes largos. Me zambullo y me vuelvo a sentar en el borde levantando los brazos… ¡Se le van a salir los ojos de las órbitas!

No sé por qué está con esa tía…

¿Y qué tiene esa que no tenga yo?

O mejor… ¡Esa no tiene nada de lo que tengo yo!

Está claro que lo ha enchochado bien enchochado…

Él es atlético, guapo, simpático, educado…

Ella no tiene tetas. No tiene culo. No sabe andar. Sus piernas parecen, como decía mi abuela, unos palos de cerner… Eso sí, siempre va monina. Ropa de marca, peluquería semanal… ¡Maquillada hasta para ir al gimnasio!

Está claro que lo ha cazado bien cazado. Se le ha abierto de piernas y él ha entrado como un torete…

Él tenía su mujer, sus hijas, su vida acomodada, su buen trabajo él, su buen trabajo su ex…

¡Y lo dejó todo por ella! Y ella por él, claro.

Ella casada, su marido un tío majo, sus hijos, su buena casa… Pero está claro se encariñó con él y no ha parado hasta que lo ha conseguido.

¡Mírame, mírame! Ummm…

Así me gusta, que me mires… Vas a ver la diferencia entre ese palo con la que estás y yo…

Poco valgo como mujer si no te tengo antes de que llegue el verano…

¡Cómo me gusta que me mires…! ¡Y qué trabajo me cuesta disimularlo!

Me voy a poner a nadar en la calle al lado de la que él está, así tendrá un primer plano de lo que se está perdiendo.

¡Qué ojos me echa!

Si mi marido me mirara con la cuarta parte de la lascivia que adivino en esos ojos negros… ¡Pero es que ni me mira! Así le va a pasar… No cuida a este bomboncito, pues lo va a cuidar otro.

¡Esa escoba con minifalda y con pantalones cortos ajustados no va a ser rival para mí!

Además, ya no rompo su matrimonio, lo rompió la monina. Y como mi matrimonio es cualquier cosa menos una relación…

¡Estoy más que harta de sentirme como una muñeca hinchable! Que llegue, se vacíe en tres minutos y a roncar. ¡Necesito disfrutar! Y sé que este galán me va a hacer vibrar…

¡Antes del verano eres mío!