Mucho hemos avanzado
y mucho nos queda por avanzar.
8 de marzo de 1903.
Querido padre:
Ayer de nuevo vino el casero a cobrar el alquiler y me
volvió a decir que debo dejar la casa.
Repitió lo mismo que me dijo el mes pasado, que ha dejado
que pase el luto, como es la costumbre, pero que ya no puede dejarme vivir más
en la casa si no se rehace el contrato.
Sé que lo que busca es que me case con él. Ha dejado pasar
el año en el que no puedo volver a casarme, como marca la ley, y ahora intenta obligarme a casarme con él rehaciendo el contrato.
Que una mujer viuda y joven reciba la visita en su casa
todos los meses de un hombre, aunque éste venga a cobrar el alquiler, sabe
usted que no está bien considerado.
Tengo solo dos salidas: casarme o irme con usted al pueblo.
Si me caso perderé la patria potestad y tendré que estar
sometida a la voluntad de mi nuevo marido; además, la vida de mi chica no va a
ser la que a mí me gustaría. Va a cumplir ocho años y ya sabemos todos lo que
algunos padrastros pueden llegar a hacer. Yo perdería todo y mi hija y mi hijo puede
que también.
Ya hace catorce meses que mi marido, que en paz descanse,
murió. Era un buen hombre, me trataba de igual a igual, no como otros tratan a
sus mujeres, que las tratan como si fueran su posesión.
Desde que murió hemos vivido con lo que yo he ganado
trabajando en el campo. Hambre no hemos pasado ni pasaremos mientras yo tenga
manos para trabajar.
Tengo ahorros para comprar casa y me gustaría comprarla en
mi pueblo, por eso me dirijo a usted, para que me deje volver al
pueblo a la casa de usted. Solo viviremos con usted durante el tiempo necesario
para encontrar casa. Yo trabajaré con las ovejas y en los jornales que salgan.
La chica puede ayudar en la casa y en los corrales. El chico es pequeño, pero
listo como él solo y puede ayudarle a usted en lo que necesite. Mientras
vivamos con usted nos ganaremos lo que comamos.
Cuando encuentre casa quisiera comprarla. Es posible que sea
necesario que sea usted quien cierre el trato, ya sabe que los hombres rehúyen hacer
tratos con las mujeres, aunque tengamos nuestra propia tutela. Los hombres nos
ven como personas de segunda.
Los cuartos necesarios los pondré yo, usted no tiene que
poner nada, pero le pido que me apoye en esta decisión. No quiero conocer más
hombre ni perder mi libertad. El recuerdo de mi difunto marido no quiero que lo enturbie nadie.
Padre, necesito su ayuda, su hija y sus nietos merecen vivir
con dignidad.
Puede mandarme recado con Deogracias, el hermano de mi
marido, igual que lo era él, es buena persona y él y su mujer se están portando
muy bien con nosotros.
Su hija.
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