Nuestra vida, sin darnos cuenta,
se convierte en un sacrifico por los nuestros.
Un día más. Los niños acostados, mi infusión calentita, mi
sillón, mi mantita, él en el ordenador… Es mi momento diario de relax y de
reflexión.
Hoy he recibido la comunicación de Educación. Cuando la he
recibido me ha dado un vuelco el corazón. ¡Me dan plaza! ¿Pero dónde? Cuando la
he leído he respirado… ¡Me han dado una sustitución en el García Lorca! Con
salir de casa a las ocho llego de sobra. ¡No tengo que viajar por carretera ni vivir
fuera!
Pero sé que no siempre me asignarán plaza en esta ciudad. Sé
que en cualquier momento pueden darme plaza a doscientos kilómetros y entonces
sé que mi vida cambiará.
Hasta ahora he conseguido estabilizar mi matrimonio.
Mi marido no aguanta a los niños. Especialmente al mayor. No
entiende que la adolescencia requiere una dosis de paciencia extra por parte de
los padres y está enfrentado constantemente a él. Mi hijo no entiende por qué
su padre ha pasado de ser su amigo, en cierta manera su colega, a ponerle pegas
por todo. Él necesita a su padre, pero su padre no consigue estar cerca de él. La
adolescencia es un momento difícil para los chicos, necesitan nuestro apoyo,
nuestra comprensión, pero mi marido no aguanta sus reacciones, el tiempo que
emplea con el móvil, el que no haga las cosas como se le pide…
Intento que no estén los dos solos en casa, sin estar yo,
porque supone enfrentamiento seguro y al final quienes terminamos discutiendo somos
nosotros: mi marido y yo. ¡Y ya son demasiadas discusiones!
Si yo tuviese que vivir lejos… No sé qué podría pasar en mi
hogar.
Y luego está la vecina…
No sé en que momento empezó, pero sé que mi marido mantiene
una amistad demasiado especial con ella. De vez en cuando quedan a tomar café.
Lo sé porque siempre comentamos con quien tomamos café los dos. Yo, cuando
estoy trabajando, siempre tomo el café con mis compañeras de instituto; si no en casa sola, tranquila.
Él normalmente con compañeros de su trabajo y a veces con ella: tres o cuatro
veces al mes. Me dice que como sus trabajos están cerca coinciden de vez en
cuando.
El hecho de quedar con ella a tomar café de vez en cuando no
sería para preocuparse, pero sí me preocupo por sus conversaciones por
WhatsApp. Mi marido las borra, pero a veces se le olvida hacerlo y yo he llegado
a tiempo de leerlas. Él no sabe que he leído algunas, ni yo se lo voy a decir,
no quiero que piense que lo espío.
La primera que leí fue por casualidad. Tuve que coger su
teléfono porque él estaba en la ducha, lo llamaban del trabajo. Ya que lo tenía
pulsé, sin pensar, en el icono de WhatsApp y entre las últimas conversaciones aparecía
la foto de ella. Le di a su foto y leí…
Me acuerdo perfectamente de aquella primera conversación que
vi entre ellos. Preguntaba él: “¿Que ropa llevas puesta hoy?” Contestaba ella:
“La camisa roja ajustada que tanto te gusta y una falda negra de tubo.”
Respondía él: “¿Esa que cuando te sientas en la barra de la cafetería me deja
ver lo espléndidas que son tus piernas?”
Después aparecían iconos con caritas sonrientes, con mejillas
coloradas… Ella contestaba: “Bien que te gusta mirar mis piernas y el escote de
esta camisa, pillo…”
Me quedé helada. Tuve una crisis nerviosa. Dejé el teléfono
donde estaba. Le puse una nota de que lo habían llamado y que salía de compras.
Salí a darme un paseo, airearme, tranquilizarme… No le dije nada. Nunca se lo
he dicho.
Días después, un día que él se había acostado y yo me había
quedado un rato más, cogí de nuevo su móvil para mirar el chat con la vecina.
Estaba vacío. Ni un solo mensaje. Lo había borrado todo.
Pero sé que continúan chateando, a veces si la
conversación no es comprometida la deja. También sé que intercambian fotos. En
la galería de imágenes tiene fotos de ella tomadas en su trabajo, con poses
sugerentes… Las ha borrado del chat, pero ha olvidado borrarlas de la galería.
O puede que no las haya borrado para mirarlas…
Por eso, no quiero pensar qué ocurriría si yo, de lunes a
viernes, no estuviera en casa…No quiero pensar en las broncas que tendrían mi
hijo y su padre… No quiero pensar en qué ocurriría durante las horas de las
actividades de las tardes en las que mis hijos no están en casa y ésta está
vacía… ¿Tomaría café en casa con la vecina? No quiero pensarlo…
Si me asignan plaza en un instituto lejos creo que este
matrimonio tocaría a su fin. Las tensiones de él con los chicos y las
distensiones con la vecina acabarían con esta relación.
Pero de momento tengo plaza aquí al
lado. El futuro será como tenga que ser, pero he de vivir en el presente y en
este presente puedo mantener el tipo y evitar una ruptura que tanto daño podría
hacer a mis niños.
Seguiré evitando las discusiones siempre que pueda y cerraré
los ojos por la amistad con la vecina. La vida sigue.
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