viernes, 14 de octubre de 2016

Vivir en libertad

A mitad de nuestra vida, algunos,
tomamos decisiones valientes.


Llegó el momento. Son mis últimos instantes en esta casa. Han sido más de seis años. Seis años durante los cuales mis sentimientos me han empujado, cada vez con más fuerza, hacia la ansiada libertad.

“Ayer se fue. Tomó sus cosas y se puso a navegar.”

No soy la misma que cuando llegué. Recuerdo el primer día, la primera vez que él y yo abrimos la puerta siendo ya propietarios. Veníamos de la notaría de firmar la compra y la hipoteca. Era mayo, el sol iluminaba radiante la entrada, parecía que la casa nos daba la bienvenida. Recuerdo nuestra alegría, los abrazos que nos dimos, creo que uno en cada habitación. Abrimos las ventanas para que el sol entrara a raudales. Nos sentíamos felices.

“Una camisa, un pantalón vaquero y una canción.”

Entonces estábamos unidos. Al menos ese era mi sentimiento y el suyo. O eso creía yo...

“Dónde irá, dónde irá.”

Ahora, seis años después, no sé si alguna vez sentí amor. Su cara sonriente, siempre alegre, su aspecto frágil, su enfermedad crónica… No sé si era amor o lástima, instinto de protección. No sé.

“Se despidió, y decidió batirse en duelo con el mar, y recorrer el mundo en su velero, y navegar, nai na na, navegar.”

En estos años viviendo aquí se me han abierto los ojos. Un par de recaídas suyas me han hecho sentirme únicamente como su enfermera. No su esposa. Y él no va a mejor, al contrario, cada vez se le ve peor. Mi vida no puede reducirse a ser la cuidadora de una persona enferma. Soy joven. La persona más importante de mi vida debo se yo y por mí he de mirar. Mi matrimonio no debería ser una cárcel para mí y lo siento como eso: una cárcel. Tengo derecho a vivir en libertad, a navegar en libertad.

“Y se marchó, y a su barco le llamó Libertad.”

Estas paredes que hoy dejo han sido testigos de mis tribulaciones, de mis dudas, de mi desesperación, de mi querer y no poder, de mi metamorfosis. La casa se la queda él, yo no puedo pagarla, pero con la parte que me ha abonado ya tengo mi piso, suficiente para mí y para vivir con mi hijo cuando le toque venir conmigo, cada quince días.

“Y en el cielo descubrió gaviotas, y pintó, estelas en el mar.”

Voy a una vida mejor, a una vida sin cargas, a una vida de libertad, a no sentir que estoy quemando mi juventud y desaprovechando los años de lozanía. Mi cuerpo, además, necesita pasión, aunque eso es algo que no quiero buscar de momento. Pero sé que la pasión me encontrará…

“Y se marchó, y a su barco le llamó Libertad, y en el cielo descubrió gaviotas, y pintó, estelas en el mar.”

Llegó el momento. Tengo las dos últimas maletas en el pasillo. Estoy sola en esta casa. Nadie ha venido a despedirme, así lo pedí yo. Cuando cruce la puerta no volveré. Se quedan los recuerdos, lo momentos en los que me abstraía escuchando música en ese equipo, oyendo a Mecano, Amaral, Héroes del silencio… Música que me ha acompañado en mis meditaciones sobre qué hacer. Mis CDs me los llevo. Él se queda los suyos. A él le gusta otra música, más romántica. Lo pondré y dejaré que suene, mientras me marcho, oyéndolo por última vez. Será la despedida.

“Su corazón, buscó una forma diferente de vivir.”

Ayer se fue…”. Perales. Él ha debido estar oyéndolo. Creo que me quiere, pero yo a él no. Ésta es “Un velero llamado Libertad”, del álbum “Otoño”, ¡las veces que la hemos oído juntos...! Va a ser la última canción que escucho en esta casa. Oyéndola, hoy, parece que es a mí a quien canta, pero yo no pienso regresar…


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