viernes, 25 de diciembre de 2020

Feliz Navidad 2020

 En está nada normal

Nueva normalidad 

Os deseo de corazón 

¡Feliz Navidad! 

Brindad con copas nuevas 

Para atraer el bienestar 

Ya que esta Noche Buena 

Solo lo bueno vamos a recordar. 

Llamad a vuestros familiares, 

Aunque eso os haga llorar, 

Porque las lágrimas de amor 

Solo son por felicidad. 

No olvidéis los villancicos, 

Abrid las ventanas para cantar, 

Que las estrellas y la Luna sepan 

Que nada nos va a parar. 

¡Feliz Navidad!






jueves, 24 de diciembre de 2020

Un blanco cisne

 

El amor…

Esa poderosa medicina.

 

¿Hechizada? ¿Estaré hechizada?

Desde hace años no siento ser la misma que era.

¿Será mal de ojo? ¿Será un embrujo? ¿Serán las hormonas?

No sé que puede ser, pero no soy yo.

Me siento como Odette en su lago. Recobro mi verdadero ser a ratos. En otros momentos no soy yo, aunque siga siéndolo.

Como Odette…

Y a estas horas es cuando peor me siento, al acostarme me invade el desasosiego.

Odette durante el día era un cisne blanco. De noche regresaba a su lago y con su forma humana recobrada lloraba su desdicha. Su lago era un lago de lágrimas. La mías empapan mi almohada. Yo también lloro de noche…

En ambas formas era ella, pero no era ella en ninguna de las formas.

¡Pero Odette lo consiguió!

¡Ella consiguió librarse del embrujo de Von Rothbart! Se libró del embrujo que sin motivo el malvado nigromante le lanzó.

El príncipe de corazón puro y enamorado sinceramente de ella le ayudó a superarlo. El amor es la medicina para estos males no catalogados como tales. Por mí sé que luchan mi príncipe y mis retoños.

¡Y yo! ¡Yo lucho, peleo, combato contra esta pesadilla que hace que me transformarme y que me está afectando físicamente!

Me convierto en algo más odioso que un cisne…

Mi piel se cae…

¿Seré un lagarto?

A veces lo parezco…

Pero esa no soy yo.

¡Yo sé quién soy!

¡Soy un cisne blanco que está teniendo una pesadilla!

Y este cisne va a batir sus alas para alejar esta zozobra, este embrujo, este hechizo del malvado brujo que no me deja vivir.

Mi príncipe cargará su ballesta. Apuntaremos juntos al negro corazón del oscuro hechicero. El disparará. Yo batiré mis las alas blancas para acelerar la flecha que hiera de muerte a este doloroso sufrimiento. Acabaremos con él en una noche de luna llena. 

Pronto, muy pronto, los dos nos fundiremos en un abrazo de amor sincero del que emanará una luz blanca y brillante que absorberá la oscuridad emocional que me rodea y cicatrizará las heridas de mis reales pies. Reales por que soy una princesa encantada.

El final de la pesadilla está cerca. Lo sé. Mi corazón me lo susurra, esta noche siento que me arrulla consolándome con su adagio de suaves latidos, me anima a seguir batiendo mis alas blancas, a no rendirme, a aliarme con mi príncipe para acabar con este sufrimiento.

Esta noche no lloraré. 

Me adormila esta sensación de esperanza, de paz próxima, del amor que espero de mi benefactor…

Hoy conciliaré mejor el sueño...

Al amanecer el sol me traerá su luz, fundirá esta oscuridad y el sufrimiento se evaporará como se evapora la niebla nocturna para dejarnos ver el radiante sol.

El brillo del amor me salvará.

Despertaré siendo libre...




domingo, 13 de diciembre de 2020

Fetichismo en la peluquería

 

Un deseo irrefrenable.

Un castigo seguro.

 

Ahí está… Desde aquí se ve perfectamente la puerta de la peluquería y ellas no me pueden ver. Esta celosía con rosales me sirve de parapeto.

¿Cuánta gente habrá?

Hoy es jueves. Es el día que menos gente tienen.

¿Voy?

La última vez ya me dijeron que si no usaban champú no podían lavarme la cabeza.

Pero si usan champú me castigará mi hermana… Me huele cuando llego a casa y si la cabeza me huele a champú me pega…

¡Y yo no quiero que me pegue!

¡Yo soy mayor que ella y no me tiene que pegar! ¡Lleva más de veinte años pegándome! Desde que murió mamá y me tuve que ir a vivir con ella. Yo tenía treinta y cinco años... Pobre mamá… Era tan joven…

¡No quiero que me pegue! ¡Es mala!

Pero notar cómo cae el agua, cómo me tocan la cabeza…

Protegido por la capa negra…

Tocarme mientras ellas me lavan…

Acariciarme disimuladamente…

¡Necesito hacerlo otra vez!

Estas chicas son las únicas que no me gritan. En las otras peluquerías si paso me gritan y me echan a la calle. Pero estas chicas no, estas son muy amables, solo que no quieren lavarme sin champú y si me lavan con champú mi hermana me pega…

¡Pero lo necesito!

¿Y si me lavan con champú y yo  después me froto el pelo con hojas y me lavo en la fuente para quitar el olor?

Solo de pensarlo estoy notando la excitación… Uf…

El agua calentita…

Las manos lavando mi pelo…

La capa negra por encima…

Empezar yo a rozarme con la mano ahí, para ir cada vez a más…

Uf…

Además, estas chicas me dejan llevarme la capa. Como la mancho me la llevo y la tiro, ellas no me discuten. Con la capa puesta consigo que no se me manche la ropa. Si me mancho la camisa o los pantalones y mi hermana lo descubre ella me pega. ¡Hermana mala!

Estas chicas me dejan llevármela…

Son la únicas que no me gritan…

¿Me lavarán sin champú?

Son muy amables y hoy no tienen mucha gente….

Lo necesito…

¿Voy? 

¡Tengo que ir!

¡Voy!

Agua calentita….

Las manos en mi pelo…

La capa negra por encima…

¡Placer…!




sábado, 31 de octubre de 2020

Café a las 4

Frío exterior.

Frío interior.

 

Café a las 4. 

Todos los días. 

Me sienta yo como me sienta.

Piense yo lo que piense.

Quiera yo lo que quiera.

De lunes a viernes café a las 4.

Después, sonrisa forzada, palabras banales, preguntas vacías... Mi relación con mis compañeras no debe saber de mis íntimos sentimientos por verme como una mujer perdida, náufraga en este mar de conversaciones sin sentido con la clientela en la que cada cual me cuenta su vida y yo no puedo hablar de la mía salvo con contadas personas con las que siento afinidad y a las que me aferro cuales restos de otros naufragios encontrados a la deriva.

¿También se sentirán como yo? ¿También querrán escapar como yo? ¿Tampoco se atreverán?

Fracasada. Me siento  fracasada pese a tener un trabajo que da para vivir la vida que me recetaron, que me recetaron y que yo he aceptado.

Vivir...

¡Vivir!

¿Vivir?

¿Qué es vivir?

Se nota el frío hasta en el café. Se ha quedado helado mientas la daba vueltas. ¡Ea! Es lo que tiene tomar café en una terraza en octubre... ¡Maldito virus!

Esta fría pequeña ciudad hiela cualquier calor, el calor del café y mi calor. Una ciudad sin mar, sin playa, casi sin gente, en la que no hay lugar donde escapar.

Me mantiene a flote mi pequeña. Si no fuera por ella...

¡Si no fuese por ella!

Ella me da la vida. Vivo por ella.

Cuento los minutos que restan para cerrar y salir con ella a caminar, patinar, montar en bicicleta… ¡Qué más da! El caso es estar con ella. 

Ella es la razón por la que he de mantener esta sinrazón, mi íntima sinrazón.

¡Pero me ahogo!

La rutina me puede. Mi casa me agobia. Mi marido me obvia. Yo no me reconozco...

¡Quiero romper! Pero no puedo...

¿No puedo? ¿O no me atrevo?

¿Por qué no me dejo guiar por mis impulsos?

Quiero hacerlo...

¡Que frío está! Se ha quedado helado... 

¡Café frío! ¡Matrimonio helado! ¡Deseos congelados!

Las 4 y cuarto. Toca trabajar. Toca seguir viviendo esta farsa.

¿Hasta cuándo?

 


 

domingo, 4 de octubre de 2020

Sé que me miras.

 

Sólo el corazón sabe

de los deseos reprimidos.


Sé que me miras.

Sé que no pierdes detalle de mi perfil.

Te gusta mirarme.

Te gusta saber de mí.

A mí me gusta que me mires.

A mí me gusta saber que te hubiese gustado que tu realidad hubiese sido otra. Otra realidad, junto a mí.

¿Recuerdas nuestra canción?

Sé que sí.

Sé que la recuerdas y que te gustaría volverla a oír mientras nuestros ojos se miran fijamente y asienten igual que aquel día en el que se miraban fijamente mientras tu mano derecha apretaba mi cintura para pegarme a ti y mi codo izquierdo impedía que lo que los dos deseábamos se materializara en aquella sala repleta de parejas de cuatro lascivos ojos, todos posados sobre ti y sobre mí, esperando mi derrota y ansiando tu victoria.

Lo sé. Sé que la recuerdas.

Cuando subo al mercado y cruzo la esquina de la calle con la plaza siento cómo tus ojos me escrutan y se posan sobre cada pliegue  de mi vestido y sobre la poca piel que deja ver  entre él y mis zapatos. Vestido que cosí mientras pensaba en cómo me mirarías cuando cruzara la invisible línea que separa la privacidad de la calle con la notoriedad de la plaza. A cada paso que doy y me acerco a la esquina mi corazón se acelera sabiendo que te veré, de reojo, ahí junto a la parecilla de la plaza, con tu sombrero, mirándome, a hurtadillas, sin esconderte pero sin descaro. En ese momento es cuando mi corazón se desboca y mis piernas flaquean y mi vista se nubla y noto el sopor del calor de lo que pudo haber sido y no fue. Y noto la rabia de saber que yo no fui suficiente para ser tu esposa. Que te decidiste por otra mujer con quien creíste serías más feliz pero que te ha empobrecido la vida y acartonado el corazón. Acartonado el corazón a ti y a mí.

Nunca te dije que no. Nunca te dije que sí. Nunca te dije porque nunca me preguntaste. Porque nunca te atreviste. Porque siempre me deseaste pero no tuviste el valor de imponerte a tu madre y decidirte a estar con la mujer que querías y no con la que te imponían. Nunca tu palabra. Siempre tus ojos. Nunca y siempre. Siempre y nunca. Eso es lo es lo que esto ha llegado a ser: un nunca y un siempre.

Nunca por imposición.

Siempre por nuestras miradas cuando subo y cuando bajo por la plaza, que se encuentran y se esconden, que se miran y se niegan, que se mienten y se sinceran, que se quieren y alejan.

Siempre y nunca.

Cuando me ves escrutas mi perfil como el sol perfila la sombra de mi talle sobre el polvo apretado de la calle. Minucioso. Paciente. Resignado.

Me miras. Te siento.

Me sientes. Te miro.

Y día tras día esta historia inacabada escribe un nuevo capítulo de miradas escondidas y deseos reprimidos presos de la tiranía del destino que inclinó la balanza de la guerra hacia el bando contrario y terminó enterrando mi futuro en una fosa común y con nuestros deseos en esta fosa que día tras día abrimos con nuestras miradas para arrojar nuestros impulsos y cerramos con nuestras lágrimas derramadas en sábanas frías de camas semivacías ocupadas por nuestros cuerpos deseosos de encontrar el calor mutuo que sólo nuestros corazones conocen al oír cada uno cómo palpita el otro por mucha distancia que separe nuestras furtivas miradas en mi camino plaza arriba y plaza abajo sintiendo tu mirada en mi perfil, en mi talle, en los pliegues de mi vestido, en mis piernas, en mi sobra…

 



lunes, 3 de agosto de 2020

Ahí se te queda, Amadeo


Mear sí.
Lo otro no.


Joeeeer… No se va…

Y yo no podía aguantar más.

Yo creo que el blanco que ha puesto de pincho en la última ronda me ha revuelto las tripas, menudo dolor me ha entrao

O es eso o es que las cinco rondas de gordas que llevamos me han hinchao.

Y no se va…

Ya he tirado de la cadena tres veces. ¡Joder!

Porque no creo que hayan sio las dos cabezas de ajos que me comí a medio día. Estaban tan bien asás en la lumbre que una se me quedaba corta. No, no creo que haya sio eso, seguro que ha sio el blanco. O los alcahuetes, que sabían un poco a rancios…

¡El caso es que no se va!

¿Y si le pincho con algo? Si le pincho con el atao de la escoba amarga se va a poner perdio… Y cuando la coja Amadeo para barrer… ¡Mejor no!

Y nada… No se lo traga. O es muy gordo el pino o muy pequeño el albañal.

¿Y qué le digo? ¿Qué no sé leer?

En la puerta tiene un cartel que lo pone bien claro y él nos lo ha dicho cuarenta veces: “¡Mear sí, lo otro no! Que os corro a palos…”

La última ronda la voy a perdonar… Si me quedo a tomármela y  pasa y lo ve... Ya puedo correr…

Yo me bajo pa mi casa…

Tiro otra vez de la cadena a ver si se la lleva… Si no se la lleva ay se queda.

Nada… sube y baja pero no traga…

Ala, pa mi casa…

“- Bueno, yo ya me voy pa bajo.
- ¡Ay te se queda Amadeo!”




sábado, 6 de junio de 2020

Treinta y uno de mayo


Realidades de hoy.
Recuerdos de ayer.


Suena el tercer toque. A esta hora Él debería estar saliendo de la iglesia para iniciar la procesión.

Pero este año no.

Este año Él no saldrá en procesión. Este treinta y uno de mayo nuestro Patrón no saldrá en procesión. Recuerdo aquel treinta y uno de mayo en el que sí salió en procesión pero en el que nadie imaginábamos lo que ocurriría pocos meses después.

¡Qué silencio! La distancia de seguridad impide que hablemos entre nosotros.

Dos personas en el primer banco, una en el segundo, dos en el tercero… y así hasta los dieciocho bancos por fila. Poco más de cincuenta personas...

Vacía. La iglesia está vacía. ¡Y debería estar llena!

 A una misa del día del Cristo, en condiciones normales, asistirían trescientos fieles o más.

¡El silencio impera! ¡Impresiona!

La primera misa del Cristo que recuerdo es de hace ochenta y cuatro años. Yo era una niña. La ceremonia en la antigua iglesia me marcó. La recuerdo con viveza, puede que sea por ser uno de los primeros recuerdos que atesoro, en mi retina quedó la figura el cura oficiando de espaldas a los feligreses, un cura enorme, al menos a mí así me lo parecía, posiblemente por ser yo muy pequeña.

Pero lo que más quedó impreso en mi memoria fueron los acontecimientos que ocurrieron semanas más tarde. Ver como destrozaban el órgano de la iglesia y como los chicos simulaban procesiones tocando sus trompetas. Ver como sacaban las imágenes arrastrándolas. Ver cómo les arrancaban la cabeza. Ver como quemaban los cuerpos inertes de esos Santos ante los que días atrás nos postrábamos rezándoles y rogándoles concedieran favor a nuestras plegarias.

¡Bestias!

Ya sale don Pedro. Casi noventa años y sigue al pie del cañón. Es incombustible. Es el Cura, con mayúscula, del pueblo. Toda una vida oficiando en nuestra parroquia. Este hombre ya no se jubila, el día que Dios lo llame a su lado seguramente se encuentre detrás del altar y caiga fulminado. Ojala ocurra dentro de muchos años.

Se respira tristeza, pena, pesadumbre, melancolía... Diría que hasta Cristo tiene un rictus de pesar. Su rostro parece reflejar el sentimiento de tantos y tantos fieles a su fiesta que no han podido venir a compartir misa con Él, a compartir la procesión, a compartir el jolgorio, a compartir las vivencias de los últimos doce meses con todos los que procedemos de este rincón conquense y ser partícipes de la alegría de verse un año más. Hoy las mascarillas ahogan nuestro lamento.

Viendo a estas cincuenta personas ataviadas como un equipo quirúrgico se me antoja que son personal médico dispuesto a socorrer a Jesús crucificado para evitar su sufrimiento y su  muerte. Profesionales de hospital dispuestos a darlo todo por Él, como los sanitarios lo han estado dando por todos los enfermos que les han llegado, lo han dado todo, algunos incluso la vida, como Él la dio por nosotros.

En el treinta y seis nadie se atrevió a dar la cara por Él. Atreverse podría significar perder la vida. Días después de aquel treinta y uno de mayo toda España se precipitó al abismo.

Y llegó el dieciséis de mayo del año siguiente y no hubo ni fiesta ni procesión.

Y llegó el cuatro de junio del treinta y ocho y lo mismo. No había curas. No había fieles. No había imágenes.

Ya acabada la guerra volvió la tradición, pero sin talla, sin figura. En procesión, los fieles que quedaron, sacaron como icono un cuadro con una foto de la imagen que tres años atrás había ardido ante la diabólica acción de aquellos reaccionarios.

Entonces aparecieron lenguas de fuego, que se distribuyeron y se posaron sobre ellos; se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otros idiomas.” Ellos empezaron a hablar en otras lenguas, nosotros tenemos la boca tapada por estas mascarillas que apagan nuestras palabras. ¡Qué contraste entre lo que ocurrió en Pentecostés y lo que nos ocurre hoy! Hoy cuanto menos hablemos con los demás mejor, más seguros estaremos.

Es curioso que en la Lectura aparezcan juntas las palabras fuego y hablar, dos palabras que unen acontecimientos con ochenta y cuatro años de distancia.

¿Esta mañana, en la primera misa, habría el mismo número de personas que ahora?

Que poca gente estamos en el pueblo… ¡Y cuánta gente se ha quedado en casa sin poder venir! Vuelos cancelados, trenes parados, coches confinados en su provincia de residencia… Es el tiempo de la pandemia.

Qué día de fiesta más triste…

Pero me siento alegre porque nadie quemará esta vez la imagen de mi Santísimo Cristo de los Pastores, porque sé que Él nos protege, porque confío en que todo esto pase y el año que viene, el veintitrés de mayo, la iglesia estará llena a rebosar, todos los fieles a nuestro Santo Cristo podrán venir a acompañarlo en su fiesta y, que Dios me lo conceda, yo pueda ver a mi Cristo frente a la puerta de mi casa para pedirle que me deje vivir un año más.

¡Viva el Santísimo Cristo de los Pastores!







domingo, 17 de mayo de 2020

Belleza

Levanta la mirara.
Descubre la belleza.


La belleza nos rodea.

Está allí donde menos lo esperas.

Levantas la mirada y....

¡Voila! ¡Ahí está! Donde nunca hubieras imaginado.

Así somos también las personas.

Bellas según donde miremos.

A veces no levantamos la vista

Y nuestra mirada no se cruza con la frescura

De unos ojos bellos.

Como bella es la imagen de este árbol.

De mi Paraíso, que preside la entrada de mi casa.

Como bellos son los ojos azules que a diario me miran

Y que presiden la entrada a mi vida.

Belleza que hemos de disfrutar

Y que un solo gesto, levantar la mirada,

Nos la descubrirá para deleite de los sentidos.




jueves, 30 de abril de 2020

Confinados



El silencio es el ruido más fuerte,
quizá el más fuerte de todos los ruidos.
Miles Davis.


Otro día nublado. La temperatura es agradable. No da frío al salir de casa.

Las aves están despertando.

Cerca se oye el arrullo de una paloma. Los gorjeos de los gorriones, que están por doquier, inundan la calle. Revolotean por una vía desierta de tráfico y de personas.

Se respira paz.

A lo lejos se oye el zumbido de algún motor, lejano, extraño, fuera de lugar en este concierto aviar. Son las siete y media de la mañana y en circunstancias normales el sonido del tráfico debería ser ya atronador. Atronador y estridente. Estridente por romper el silencio de la ciudad, silencio que estoy descubriendo en estos días de confinamiento.

Recuerdo un artículo que leí sobre el que llamaba “efecto omega”, que hablaba de que algo que tenemos cotidianamente, en nuestras vidas a diario, no lo notamos, no somos conscientes de su existencia, solo  nos damos cuenta de su existencia cuando dejamos de tenerlo. Como el ruido de la ciudad. No somos conscientes de él, estamos acostumbrados a convivir con él. Incluso somos capaces de dormir con él. Pero desde hace más de cuarenta días ese ensordecedor ruido de fondo, pero imperceptible en nuestra vida cotidiana anterior, ha desaparecido y nos permite escuchar otros sonidos que antes no éramos conscientes de su existencia.

La sinfonía continúa: El arrullo de la paloma, el trinar de los pájaros, el graznido de una urraca, el gorjeo de los verdecillos...

Silencio. Paz. Naturaleza. Y esta sensación tan agradable de humedad en un nuevo amanecer nublado.

A esta hora no pasa nadie por la calle. No me cruzo con nadie al ir a tirar la basura. En pocos minutos empezarán a circular los coches de las pocas personas que ahora trabajan fuera de casa y que entran a las ocho, se oirá un pico de estruendo de los motores de sus coches, del autobús que baja por la avenida a las ocho menos cuarto. Pero a esta hora no se oye más que la naturaleza, esa con la que deberíamos fundirnos en comunión, en simbiosis, para que tanto ella como nosotros nos beneficiáramos, y no deberíamos tratarla como la tratamos, como nuestro huésped, el huésped de estos parásitos de la Tierra que parece que estamos resultando ser los humanos. ¿Será este virus la defensa de lo que algunos llaman Gaia?

Antes del confinamiento caminaba veinte minutos para ir al trabajo y veinte para volver a casa. Ahora solo camino los diez escasos que empleo en ir a tirar la basura, de casa a los contenedores y vuelta.

Cuando vuelva a casa me esperan siete horas sentado en casa teletrabajando. Son los tiempos del confinamiento por la pandemia. Medio mes de marzo marzo y abril completo confinados en casa, sin poder salir, sin poder pasear, sin poder nadar, sin poder correr… Los que nos gusta hacer deporte nos hemos tenido que inventar e improvisar circuitos caseros, como el que hago dos veces por semana, ciento veinte vueltas durante media hora para correr cinco kilómetros. Si no nos mata el virus nos va a matar el tedio y el colesterol.

Ahí va un coche, gira en la rotonda para ir al centro. Este ha madrugado.

Y la gente está ahí, en sus casas, confinados, agazapados, atrincherados, luchando contra el virus con la única arma que nos han proporcionado: escondernos de él. Se asoman furtivamente a las ventanas de sus casas a las ocho de la tarde para aplaudir a los sanitarios, o al menos esa es la excusa, porque, la impresión que se da es que se sale a ver a los vecinos de en frente, a observar sus bizarros chándales de deporte casero, a ver al que aplaude, a ver al que no lo hace, a murmurar cómo los que viven allá, en el piso aquel, no salen a la ventana y se asoman tímidamente por detrás de la cortina, cómo los de acullá parece que estén aplaudiendo como si acabasen de ver “La bohème”… Es el único acto social que nos ha quedado permitido.

¿Y las noches?

En las primeras horas de la noche los sonidos cambian. Cesan las aves y el relevo lo cogen los perros. Se oyen en la lejanía ladridos alternos. Ladra uno bronco. Contesta otro agudo. Replica un ladrido rápido de patas cortas. De fondo algún motor. Un maullido ocasional. El zumbido del transformador eléctrico que da servicio a mi calle, cuyo sonido he descubierto en este confinamiento del estruendo del mundo humano.

Y paz.

Paz al alba. Aún no ha salido el sol y ya vuelvo a casa después de dejar mis desperdicios en el punto de recogida.

Paz también cuando las luces del ocaso se apagan y las sombras inundan las calles iluminadas por las tenues farolas.

Pronto esto acabará y no podré disfrutar de estas sensaciones, pero durante el poco tiempo que las he tenido las he bebido a sorbos cortos, saboreando lentamente su extraña textura agridulce: sentir la paz por un lado y el miedo al contagio por otro.




sábado, 28 de marzo de 2020

Dieciocho años


Un año más.
Ya eres mayor de edad.


¡Felicidades!

¡Felicidades por tus dieciocho años!

Hoy es un día muy especial para ti y que recordarás el resto de tu vida. Hoy hace dieciocho años que naciste a la hora en la que la luna llena asomaba por el horizonte para saludarte y deleitarse mirando tu cara preciosa, tus rizos negros, tu pelo ensortijado, tu piel tan blanca…

Naciste siendo una preciosidad de bebé y hoy eres una preciosidad de mujer, pero para mí siempre serás mi niña, mi preciosa niña…

Me vienen tantos y tantos recuerdos de estos dieciocho años contigo…

Lo despierta que fuiste siempre, con seis meses todos los que te veían como ibas en tu carro pensaban que al menos tenías un año… Apartabas la ropa del cuco para mirar.

Siempre venías con nosotros. Si salíamos a cenar fuera tú venías con nosotros. Fuiste creciendo y te entretenías pintando mientras nosotros cenábamos, en todos los restaurantes nos daban un papel y pinturas para ti. Nunca protestabas, te entretenías con nada…

Me viene a la memora aquella Semana Santa que organizaste una procesión con tus muñecos en el salón de casa. Mi niña…

¿Y las cuatro de la mañana? ¿Qué tendrá esa hora de particular para ti? Durante tus cuatro primeros años todas las noches, a las cuatro de la madrugada “¡Papá leche!”. ¡Todas las noches! Tu madre y yo nos turnábamos para prepararte tu biberón con leche, yo conseguía aguantar hacerlo cuatro noches seguidas, pero la quinta necesitaba dormir…

Y fuiste creciendo. Siempre sonriente. Siempre preciosa. Siempre guapísima…

Tu gran corazón se refleja en tu mirada, en tus brillantes ojos negros. Brillantes como tú. Eres una estrella que luce con luz propia e ilumina a todos los que te rodean.

¿Y tu pelo? Viendo esos reflejos rubios nadie diría que tu pelo durante tus primeros años era negro, negro… Cuando se te iba aclarando de color nos preguntaban que si te echábamos algo en el pelo para que se te pusiera rubio…

Naciste un Jueves Santo de una Semana Santa especial. La procesión Camino del Calvario, la llamada de Las Turbas, tuvo que suspenderse en medio de la carrera. Un hecho histórico en Cuenca que provocó algún que otro incidente.

Hoy cumples dieciocho confinada en casa para evitar el contagio del llamado covid-19, un hecho que hace aún más peculiar este momento y que recordarás como algo singular en este día tan especial.

Dieciocho años te dan la mayoría de edad oficial, pero tú ya vienes siendo una persona responsable y comprometida desde tiempo ha.

Dieciocho años es un escalón más, ni más grande ni más pequeño que los que ya has subido y ni más grande ni más pequeño que los que te quedan por subir.

Recordarás siempre este periodo de tu vida y, si te pasa como a mí, sentirás siempre como en este periodo de tu vida.

Te quiero muchísimo y te deseo que un feliz día de cumpleaños.

¡Felicidades!



sábado, 14 de marzo de 2020

Delirio


La ficción a veces parece realidad.
La realidad a veces parece ficción.


Parece como si estuviese viendo una película…

Aun no sé si lo ocurrido entre ayer y hoy es real o lo he visto en un capítulo de una serie de Netflix.

Clases suspendidas por tiempo indefinido, la mitad de las tiendas del Centro Comercial cerradas, bares cerrados, negocios que no saben si mañana podrán abrir…

¡Todo por culpa de un bichejo microscópico!

¡Todo por culpa de un virus!

Aun no sé si esto que estoy viviendo es realidad o ficción.

Toda esta realidad se está mezclando en mi cabeza con recuerdos de películas de suspense o de terror cuyo nombre no acierto a recordar.

Se está mezclando con capítulos de “Ensayo sobre la ceguera” de mi admirado Saramago.

Se está mezclando con historias bíblicas de plagas, de lepra, de éxodos…

Noto que todo se mezcla en mi cabeza. Noto que todo da vueltas en mis sesos.

¿Pero es real?

¿Es real o lo que estoy viendo y viviendo es parte de una película en la que me he metido tanto que parece que soy uno de los protagonistas?

Todo está ocurriendo a velocidad de cinemascope, a veinticuatro fotogramas por segundo, donde cada fotograma que veo en la pantalla de mis párpados cerrados refleja una visión de esos recuerdos que mi mente está confundiendo y mezclando, igual que el barman de aquella noche mezcló los ingredientes de aquel coctel sabor a piña con nombre sugerente que no acierto a recordar.

El coctel me encantó.

La realidad de hoy me asusta.

El virus puede que me esté matando.

Recomiendan no salir de casa. Puede que mañana no lo recomienden, si no que directamente lo prohíban.

Recomiendan no acercarse a nadie. Recomiendan confinar a los niños en casa y no sacarlos al parque. Recomiendan no tocar a nadie y mantener una distancia de seguridad de un metro en caso de que necesites hablar con alguien.

Recomiendan…

Recomiendan elegir vivir y no morir en una camilla aparcada en un polideportivo en el que se ha improvisado una sala de cuidados intensivos.

Uf…

Me da vueltas todo a pesar de que mis ojos permanecen cerrados, pero el cinemascope sigue funcionando, oigo el zumbido de la máquina proyectora dentro de mi cabeza, el mismo zumbido de aquella máquina que en el bar el “El Pólvora” proyectaba una del oeste sobre una sábana blanca en un bar en el que se había improvisado un cine.

Pero lo que hoy se está improvisando no son cines en bares, sino hospitales en polideportivos y en hoteles para mal atender a aquellos desgraciados infectados por este maldito Covid-19 que amenaza con diezmar la población que peina canas y pasea nietos.

Este maldito Covid-19 que dejará sin trabajo y tal vez sin sustento a familias y familias, que pasarán a depender de la limosna del estado, de ese estado que hoy quizás no esté tomando las medidas más acertadas para contener esta amenaza. O quizás sí.

Este maldito Covid-19 que deja sin colegio, sin instituto, sin universidad al futuro de nuestra sociedad.

Una sociedad seguidista y analfabeta políticamente hablando que no dice lo que realmente piensa sobre las decisiones de nuestros gobernantes, sino que replica cuan papagayo o loro ecuatoriano lo que manifiestan aquellos políticos que lograron engatusarles para que los votasen en las últimas elecciones.

“Quizás sea necesario este tamiz que nos llega.”

¿Quién ha dicho eso?

Uf… ¡Ya oigo voces en mi cabeza…! ¿Un tamiz? ¿Para eliminar gente?

Me explota la cabeza. La maldita máquina de cinemascope y los gritos de esos indios proyectados en la sábana me están provocando un dolor de cabeza terrible… Y este humo… ¿Por qué fumarán tanto? No puedo respirar, me duele el pecho, no paro de toser… ¡Y que frío! Deben haber abierto una ventana para ventilar…

¿Quién me llama? ¿Quién ha encendido la luz? ¿Qué pasa? ¿Por qué me muevo? ¿Me zarandean? ¿Quién eres tú? ¿Qué llevas en la cara? ¿Por qué vas tapado? ¿Dónde estoy?




domingo, 9 de febrero de 2020

Sábado sabadete


Nos adaptamos
por qué no hay más remedio.



¿Comunicación?

Son las 0:50. Un sábado noche. O domingo de madrugada.

Ella está en su sillón, con su móvil. Yo en el mío con el mío.

¿Qué estará viendo?

Sábado noche.

Sábado sabadete…

… Camisa limpia y polvete.

¿Polvete?

Sábado sabadete…

Tres veces le he dicho: “¿Cómo va?”

Las tres veces la misma respuesta: Un gruñido que no sé muy bien qué significa.

Y yo sigo aquí, en mi sillón. No sé por qué no me acerco a ella.

Sábado sabadete…

Recuerdo que hace años el deseo de follar o de simplemente tocar unas tetas era lo que movía mi mundo.

¿Dónde estarán esos deseos? No recuerdo cuando se me escabulleron...

Sábado sabadete…

Cuánto ha cambiado mi mundo desde entonces…. Aunque yo sienta que todo ocurrió ayer…

Hoy ella está en su sillón. Se ha fumado un cigarro, ha vuelto, ha cogido su móvil y veo como cómo su dedo pulsa una y otra vez la pantalla...

Yo estoy en mi sillón. Con una cerveza al lado, mi móvil última generación y mirando de reojo lo que ella hace.

Sábado…

Nos separan poco más de tres metros de distancia, pero no podría cuantificar lo que en realidad nos separa. Es obvio que nos separan mucho más que tres metros.

Yo he entrado en un chat buscando eso que perdí no recuerdo cuando.

Ella no sé qué busca.

Sábado sabadete…

… Camisa limpia y…

Se levanta. Me da un beso. Me dice: “Voy a fumarme otro cigarrete y me voy a acostar.”

... Polvete.

Sábado sabadete…

¿Cómo hemos llegado aquí?

¿Qué ha ocurrido?

¿Por qué?

Sábado sabadete…

Busco música que convierta en canción este desamor, pero no estudié solfeo.

Nunca pude imaginar sentir esta soledad teniendo todo lo que se puede desear.





viernes, 17 de enero de 2020

Buscando la luz

Te necesito.
Nuestro tiempo.


Amor mío, di qué ves si me miras a los ojos. ¿Una luz que se apagó como dos faroles rotos?

¿Cómo quieres que me aclare? Si aún soy demasiado joven para entender lo que siento... Pero no para jurarle al mismísimo angel negro que si rompe la distancia que ahora mismo nos separa volveré para adorarle, le daría hasta mi alma si trajera tu presencia a esta noche que no acaba.

El deseo de vivir es lo que me está matando. La memoria de lo que fui, como plomo en mis zapatos.

Te necesito como a la luz del sol en este invierno frío para darme tu calor.

Y hay un tiempo para creer, tiempo para buscar.

Hay un tiempo para olvidar todo lo que pudo ser y nunca será.

Las canciones que escuché y los labios que he besado. Todo aquello en lo que confié tiene los días contados.

¿Cómo quieres que te olvide si tu nombre está en el aire y sopla entre mis recuerdos?

Sí, ya sé que no eres libre. Sí, ya sé que yo no debo retenerte en mi memoria.

Así es como yo contemplo mi tormenta de tormento.

Así es como yo te quiero.

Y hay un tiempo para existir, en el tiempo que te han dado. Para dejar atrás los fantasmas del pasado.

Te necesito como a la luz del sol. Son tus ojos el abismo donde muere mi razón.

¿Cómo quieres que me aclare? ¿Cómo quieres que te olvide?

Es nuestro tiempo.

Es nuestro tiempo tan extraño y violento…

Parece que es el fin y solo es el comienzo.

Y una vez tras otra vuelvo a escuchar a Amaral. “Nuestro Tiempo”. “Te Necesito”.




lunes, 6 de enero de 2020

Enero siempre es imitado


Jugando con el calendario
se descubren curiosidades.


Enero de 2020. Lejano año al que, de niño, me parecía una quimera llegar.

Y ha llegado.

Es curioso este año.

Octubre siempre repite a enero. Sus treinta y un  días, del primero al último, copian los días de la semana de enero.

Pero no ocurre siempre.

Los años bisiestos, como éste, recuerdan que nada es siempre igual, que cada cierto tiempo es necesario cambiar.

Cambiar para, en ocasiones, volver al origen.

Cambiar para, a veces, no volver la vista atrás.

Cambiar…

Y cada cuatro años enero le es infiel a octubre y se deja duplicar por julio.

Julio, los años bisiestos, exhibe sus números copiando a enero y, durante sus treinta y un días duplica los mismo lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábados y domingos que el mes líder, el número uno, presentó en sociedad. Julio sigue al líder.

Julio, cada cuatro años, recuerda que los opuestos se atraen. Copia a enero sus días de la semana y sube la temperatura recordando que los fríos días de mi invernal enero pueden convertirse en tórridos días veraniegos azotados por olas de calor sahariano.

Este 2020 viene cargado de singularidades.

Es un año bisiesto. Ocurre cada cuatro años.

Año con cifra repetida. Singularidad que sucede cada ciento un años: 1818, 1919, 2020, 2121…

Año bisiesto con cifra repetida. Solo acontece cada cuatrocientos cuatro años. Lo fue el 1616 y lo será el 2424.

Me gusta jugar con los números…

Los que nacimos en 1968 tenemos una singularidad más. Cumplimos cincuenta y dos años en año bisiesto. Los bisiestos son cada cuatro años y cincuenta y dos es cuatro veces trece. Aquellos que sean supersticiosos este año los serán cuatro veces más.

Mis quintos de Villarejo de Fuentes este año vivirán su decimotercer veintinueve de febrero. Yo, por ser el único villarejeño que nací en invierno de 1968, viviré mi decimocuarto día veintinueve de febrero. Les llevo uno de ventaja.

No dejo de ser una singularidad entre mis compañeros de EGB, entre mis quintos, el único que nació en invierno. ¿Una anomalía entre la normalidad?

Este 2020 viviré una anomalía más que solo se da cada cuatrocientos cuatro años y para el día de San Fermín celebraré mis cincuenta y dos años y medio en un martes día siete de un mes con treinta y un días, gemelo de enero, de un año bisiesto con cifra repetida.

¿Qué cambios me ofrecerá este año singular?