Este año me he retrasado y he hecho mi carta para vosotros
un poco tarde. Por eso he decidido enviárosla electrónicamente para que podáis
leerla cuanto antes.
Sé que revisáis lo que escribimos en las redes sociales y
que no perdéis detalle. Sé que revisáis las historias que publicamos en los blogs personales.
Por eso sé que leeréis esta carta. Y sé que la leeréis
porque este relato puede ser la historia de uno de vosotros. O la historia de
los cuatro. O puede ser la historia de muchas personas… Y puede que ya lo
hayáis leído en otras muchas cartas que os han llegado en papel, en el formato
tradicional, cartas escritas desde la esperanza. También es posible que lo
hayáis oído en las oraciones que muchos fieles, de todas las religiones,
invocan a sus santos o a su dios o dioses. Porque sé que las escucháis y también
ayudáis a que se hagan realidad.
Cuando aún tenía la inocencia de la niñez, mis cartas, que
tendréis guardadas, os pedían juguetes. No muchos, la verdad, prefería poner
sólo uno o dos para evitar que eligierais vosotros de entre la lista, porque,
como ya sabéis no me traíais todo lo que
pedía, sino un solo regalo. Así, no poniendo una larga lista de regalos era yo
quien elegía y no vosotros.
Mi petición de entonces tenía en el fondo, aunque yo no lo
sabía aún, el mismo deseo que la carta que os escribo hoy: ser feliz.
Entonces, en mi niñez, la felicidad me la daba un juguete
nuevo. Un juguete deseado. Un juguete visto mil veces en la televisión, y como
por aquel entonces sólo teníamos una cadena nos veíamos todos, todos los anuncios
de juguetes. ¡Todos! Como no se podía cambiar de canal…
Y la felicidad de ese juguete era para todo el año. Jugaba y
jugaba con él, hasta que, del uso, perdía su color, alguna pieza, le aparecían
roces… ¡Pero disfrutaba con él!
Mi petición de este año, como ya he anticipado y como
conoceréis por mis oraciones, está relacionada con la felicidad, con vivir la
vida sin pena, con vivirla con alegría, con ¡vivir!
Por eso os pido dos cosas. La primera es que limpiéis de mi
mente las preocupaciones que me acosan. Que limpiéis de mi mente los fantasmas
que algunas noches no me dejan dormir. Que limpiéis de mi vida esa densa niebla
de la pena, que aparece algunas veces, provocada por minucias y que me hiela
hasta los huesos.
Y la otra cosa que os pido es que pongáis luz, que pongáis calor,
que pongáis color, que pongáis amor, que pongáis amistad, que pongáis complicidad
familiar…
Y prometo dejar de usar los regalos, desagradables regalos,
que sin pedirlos, otros me han traído con demasiada frecuencia en los últimos
tiempos y que han emponzoñado mi mente, mi vida, mi suerte… Dejaré de usarlos
para que el tiempo, el inexorable paso del tiempo, acabe con ellos.
Os pido que este año no elijáis un solo regalo. Os pido que
me traigáis las dos cosas que pido. Como sois dos equipos podéis traerme uno
Papá Noel y otro los Reyes Magos. ¿Qué os parece?
Yo cumpliré mi promesa y dejaré que los regalos
desagradables que me llegaron se hagan viejos, se rompan y, si es posible,
jugar con sus restos como jugaba en mi infancia con los juguetes rotos,
juguetes que muchos se rompían por ser regalos de mala calidad, pero que una
vez rotos servían para disfrutar. Seguro que esos desagradables regalos, una
vez rotos no son tan feos.
Pero eso sí: ¡No olvidéis nada, por favor!