sábado, 31 de diciembre de 2016

¡Feliz Día Nuevo!

Propósitos de sólo un día
son desencantos para todo un año.


Ya están llegando a los grupos de WhatsApp las cadenas de fin de año. Quedan pocas horas para el fin de este año y es el momento oportuno para enviarlas.

Todas hablan de lo mismo: “Es el momento de empezar una nueva vida”, “Brindo para que tus propósitos de Año Nuevo se cumplan”, “Deseo que cumplas todos tus deseos en el nuevo año”…

Tenemos la impresión de que algo viejo se acaba y algo nuevo comienza. Que empieza algo muy importante, tan importante que lo escribimos con mayúsculas: Año Nuevo.

Miramos atrás en el año que se va y lo vemos como un cuaderno lleno, escrito hasta la última página, en el que hemos escrito una historia inacabada, con frustraciones, con objetivos no alcanzados, con personajes que empezaron el año y desaparecieron a lo largo de él…

Miramos adelante en el año que empieza y lo vemos como un cuaderno con las páginas en blanco, con espacio para escribir una historia nueva, una historia con final feliz, una historia para disfrutar, para conseguir nuestros objetivos, para crecer, para cambiar aquello que no nos gusta…

Las circunstancias nos venden que es el momento de empezar una nueva vida. Los anuncios de la televisión nos hablan de una nueva vida. Entramos en el juego y nos convencemos de que es el momento para dejar de fumar, que es el momento para dejar de beber, que es el momento para quitarnos esos kilos que creemos que nos sobran, que es el momento de apuntarse al gimnasio, que es el momento de…

¿Y por qué?

¿Qué tiene de diferente el día de hoy?

¿De verdad mañana empieza algo nuevo?

Mañana sólo empieza un nuevo calendario. Mañana sólo tiramos el almanaque viejo y sólo estrenamos una agenda nueva. Mañana es un día idéntico a los trescientos sesenta y cinco anteriores y a los trescientos sesenta y cinco próximos.

¿Quieres cambiar? ¿Quieres hacer algo diferente? ¿Quieres conseguir algo que anhelas?

Si la respuesta a las tres preguntas es sí, noche vieja y año nuevo no son la excusa para empezar.

Mañana empieza un nuevo día. Y pasado mañana, y al otro, y al otro…

Todos los días son Día Nuevo. ¡Todos! ¡Y en mayúsculas!

Para alcanzar un objetivo no es suficiente con planteártelo sólo un día al año, si así lo haces conseguirás sólo una parte de las trescientas sesenta y cinco que debes conseguir para alcanzarlo.

Para alcanzar un objetivo o conseguir un propósito debes proponértelo todos los días. Todos los días hay que levantarse con el ánimo del primer día del año.

Leemos por ahí: “Vive cada día como si fuera el último día de tu vida y serás feliz”.

Para mí la máxima es otra: Vive cada día como si fuera el primer día de tu vida, sin que nada de lo aprendido ayer te lastre, con la ilusión de un niño cuando se levanta de la cama un sábado, vive y no permitas que nadie te corte las alas ni el deseo de volar.

El día de noche vieja, el día de año nuevo y todos los días del año: ¡Vive!

¡Feliz Día Nuevo!


viernes, 23 de diciembre de 2016

Vuelven por Navidad

Navidad es volver a casa.
Navidad es que vuelvan a casa.


¡Estoy reventada! No recordaba que diesen tanto trabajo. ¡Pero hoy tengo mi casa llena!

He puesto cuatro lavadoras y cuatro secadoras. Hoy el día estaba demasiado frío para que la ropa se secara al aire.

Me ha dado tiempo a dejar la ropa de plancha colgada y preparada para planchar. Mañana les plancharé lo justo para el fin de semana y el lunes, cuando venga la chica, puede planchar el resto.

¡Qué gusto sentarse en el sillón!

¿Y la cena? La hemos preparado entre Ramón y yo y parecía que había para un regimiento, pero no han dejado nada. ¡Cómo comen! Cada uno come más que entre Ramón y yo.

No sé si el hecho de estar en casa les habrá dado más hambre. O si es que la comida de casa sabe distinta y está más rica.

Recuerdo cuando yo volvía a casa por Navidad después de pasar casi tres meses en el internado. Recuerdo cómo olía en mi casa, el calor de la estufa de leña, el olor de las sábanas, la anchura de mi cama comparada con la litera del colegio, el calor de la lana del colchón y del edredón… ¡Qué recuerdos!

Qué bien sienta la infusión calentita… Este sillón es cómodo, cómodo.

Ahora son mis hijos quienes disfrutan de su vuelta a casa.

El pequeño es la primera vez que vuelve. Éste es su primer año en Madrid. Dice que está genial, que la comida en el colegio es buenísima, que no pasa frío, que con los amigos que ha hecho se lleva genial… ¡Acaba de cumplir los dieciocho! Y aun recuerdo cuando le daba la teta…

¡Cómo pasa el tiempo!

La mayor ya está terminando la carrera. Este año es el último. Es toda una mujer. Yo a su edad ya estaba casada…

¡Cómo han crecido!

Cuando aun estaban los dos en casa me agobiaba por tanto trabajo. Ramón me decía: “Dentro de nada estaremos solos, entonces los echarás de menos.”

¡Y cuánta razón tenía!

Sin ellos en casa nuestro día a día es monótono, repetitivo. ¡Pero tenemos menos platos que lavar! Hoy entre la comida y la cena de los cuatro hemos llenado el lavavajillas. ¡Estaba la pila llena de cacharros!

Que paz siento. Mis hijos en casa y yo disfrutándolos. Este momento de relax en soledad me está cargando las pilas.

Se han ido los tres. Han ido a ver las luces de Navidad del centro. Querían que me fuese con ellos pero no puedo más… Prefiero estar aquí relajada, disfrutando de la sensación de que esta noche los tendré de nuevo a los dos durmiendo bajo el mismo techo que yo. Y aunque sólo sea por poco más de dos semanas pienso disfrutar de ellos.

Su olor envuelve la atmósfera de toda la casa y me encanta. ¡Ya es Navidad!


viernes, 16 de diciembre de 2016

Nuestro doble aniversario

Las canciones estremecen nuestros sentimientos.
¿O son nuestros sentimientos quienes escriben las canciones?


Hoy dieciséis es nuestro aniversario. Nuestro doble aniversario. En ambos días también fue viernes.

Hoy hace veintidós años que nos besamos por primera vez. Yo celebraba la primera cena de navidad de mi empresa. Tú estabas con tu pandilla. Estabas preciosa. Llevabas un vestido de fiesta que marcaba tus formas sin dejarlas ver. Bailabas contoneándote, como una diosa venus saliendo del mar sobre su concha.

Recuerdo que no podía apartar la vista de ti, como hipnotizado. Tú me mirabas de reojo, mirándome si mirar, cruzando tu mirada con la mía y bajando la vista al suelo mientras seguías el ritmo de la música.

Te acercaste a la barra y me fui a tu lado. Estabas pidiendo al camarero. Sin saber qué habías pedido yo dije: “¡Quiero otro igual!”. Nos miramos a los ojos y estallamos los dos en una carcajada. Me presenté, te di dos besos y el camarero nos sirvió dos vodkas con naranja.

Hoy me lo he servido yo sólo. Hoy no estás bailando para admirarte. Hoy no estás para poder besarte. Hoy lo estoy bebiendo yo solo, pero recordándote y añorándote.

Ayer compré el último disco de “La oreja de Van Gong”, “Planeta imaginario” y lo he puesto.

Mientras preparaba el cubata he escuchado la primera canción, “Estoy contigo”, y se me ha encogido el corazón. “Estoy contigo, estoy contigo, estoy junto a ti…”. Me ha hecho recordar cuando nos abrazábamos en el sillón y nos prometíamos envejecer juntos…

¡No sabes cuánto te echo de menos!

Me he entretenido preparándolo mientras la escuchaba. Un par de lágrimas han rodado desde mis ojos. Las he enjugado con el primer sorbo a nuestro vodka con naranja.

La segunda canción, “Diciembre”, me ha provocado un torrente de lágrimas.
“¿Qué más da mirarnos si siempre es diciembre? ¿Qué más da cruzar los dedos si ya no me mientes? // ¿Qué más da que llueva? ¿Qué más da mojarnos si bajo el paraguas no vas de mi brazo? // ¿Qué más da quien eras si nadie responde? ¿Qué más da esperar despierta si al volver te escondes?"

He dado pequeños sorbos sintiendo el sabor de nuestra primera bebida juntos. Sentía la amargura de no tenerte. Amargura por traicionarte, por perderte y por hacerlo además en nuestro aniversario.

Ya hace cinco años de mi error. Diecisiete años juntos y necesitaba cambiar el arroz por algún plato más suculento. Al menos eso es lo que yo creía entonces…

La tercera canción, “Verano”, refleja lo que siento hoy, lo que siento desde hace cinco años: “Lancé mi vida al mar cuando todo acabó y lo único que no se hundió fue mi colección de recortes mirándonos”.

Lancé mi vida al mar… Y se ahogó.

Fue en otra cena de navidad a la que tú no viniste porque te quedaste con las niñas. Era nuestro aniversario, hacía diecisiete años que nos conocimos, era nuestro día… Pero yo no renuncié a la cena de la empresa, necesitaba respirar, escapar, vivir… ¡Y me ahogué!

Las lágrimas se van pero duele al respirar…”

Nunca debería haber hecho lo que hice. 

Déjame pasar la noche, deja que me quede aquí, que hoy es nuestro aniversario y no tengo a donde ir.”

Nunca debería ni siquiera haberlo deseado.

Y es que llego tarde como siempre, tarde siempre para mí.”

Por poco más de quince minutos para contentar a mi ego perdí una vida entera. Perdí mi vida. Perdí mi vida junto a ti, te traicioné y te perdí.

 “Que esta noche tengo frío y no sé dónde dormir.

Me gustaría que estuvieras aquí para poder contarte cómo me siento, para que pudieras consolarme mientras te digo “¡perdóname!”, para que me dijeras que mañana puedo volver a ti, para tomarnos juntos un vodka con naranja…

Hoy es nuestro aniversario…



viernes, 9 de diciembre de 2016

Fiesta de empresa por Navidad

Cuando empiezas el melón,
te lo comes entero.


Las doce…

He dormido cinco horas de un tirón. He de ir al baño.

Aun huelo a sexo. ¡Vaya noche con Sara!

Ya no aguantaba más… ¡Tenía la vejiga llena!

Esta ha sido una cena de Navidad increíble. Al final nos hemos quedado sólo los cuatro. Sara, Mila, Luis y yo. Cuando todos se iban nosotros cuatro hemos dicho que nos tomábamos la penúltima.

Aún no he dormido suficiente, necesito un par de horas más.

Sara y yo hemos estado toda la noche con picardías, vaya marcha tiene. Mila y Luis estaban en su salsa. Llevan más de un año saliendo juntos a espadas de sus cónyuges. Las cenas que organizan los de su sección todos los meses los ha llevado a tener una relación paralela. Es un secreto a voces y sus parejas lo desconocen. Y anoche estaban especialmente cariñosos entre ellos, sobre todo cuando nos hemos quedado los cuatro solos.

Al final terminarán como yo, divorciándose, y cuánto más tarde confiesen más doloroso será para sus parejas y más virulenta será la separación.

La cama aun huele a Sara. Tengo que dormir un par de horas más para ser persona, que noche…

A las cinco hemos dicho los cuatro que debíamos irnos ya, pero los cuatro sabíamos que no nos íbamos a dormir. He oído como Luis le ha dicho a Mila mientras le guiñaba un ojo: “El asiento de atrás nos espera, se nos hace tarde.”

Yo me he ofrecido a llevar a Sara a su casa “para que no le diera frío”. Ella, con cara de pícara ha respondido: “¿Seguro que si me llevas no me va a dar frío?”

Hemos ido a por el coche y al entrar en el parking la he cogido y la he abrazado mientras la besaba. Ha sido el primer beso.  Ella se ha dejado llevar y los besos han animado a mis manos, que se han tomado ciertas libertades con su vestido…

El recuerdo del tacto de sus braguitas aun despierta deseo en mí…

Le he propuesto venir a mi casa a tomarnos algo más. ¡Y vaya si nos lo hemos tomado…!

Mientras conducía mi mano pasaba de la palanca de cambios a su pierna. Ella, sin mucha convicción, la quitaba y reía picarona diciendo: “¡Que nos van a ver!”

Cuando subíamos en el ascensor desde el garaje a casa, nos hemos fundido en un beso y he explorado zonas más escondidas de su anatomía. Me ha encantado comprobar que sus labios verticales eran tan jugosos como los horizontales.

Con estos recuerdos no sé si voy a poder dormirme…

Hemos entrado en casa y en volandas la he traído al dormitorio.

¡Vaya cena de empresa! ¡Y vaya postre!

Después de disfrutar no sé cuánto tiempo y de quedarnos abrazados, ella me ha despertado. Ha dicho que se iba a duchar para que su marido no la descubriera por el olor, menos mal que le he avisado a tiempo: “¡No te duches! Usa el bidé. ¡No uses gel, sólo agua y sólo en las zonas comprometidas! Si llegas a casa oliendo a magno vas a tener problemas”.

Le ha dado un ataque de risa mientras se lavaba en el bidé.

¿Repetiremos?

Ella tiene a su marido y a sus hijos. Yo ya perdí a mi mujer y a los chicos los tengo cuando me toca. Mi camino por el desierto empezó también en una cena de trabajo. Empecé el melón y me lo comí enterito. Me comí hasta las pepitas, que se me indigestaron. La aventura no duró dos años. Desde entonces solo.

El lunes será otro día. Nos veremos, trataremos de disimular… Pero siendo como es ella, abierta, afable, decidida… tengo claro que habrá más noches como ésta. 





viernes, 25 de noviembre de 2016

Veinticinco de noviembre

Para que algo cambie a nivel social
debemos primero cambiar a nivel individual.


Hoy, como cada día que libro, he ido a comer con mi abuela. Tiene 97 años y vive sola. Se sabe mi cuadrante en el hospital mejor que yo, el día de antes siempre me llama para que le confirme que iré a comer con ella.

Después de comer siempre nos tomamos un té. A ella siempre la han encantado las infusiones. Una de sus favoritas es el té verde. Siempre me dice que tiene la edad que tiene gracias a los antioxidantes que aporta.

Durante esas sobremesas me suele contar cosas de cuando ella era joven y el mundo era de otra forma.

Hoy me ha sorprendido.

Hoy, veinticinco de noviembre, me ha contado que se celebra el día internacional contra la violencia machista. Yo no tenía ni idea.

Me ha contado que hace cincuenta años el universo de la mujer comenzó a cambiar. Me ha contado que a principios de siglo el mundo padecía una pandemia de maltrato a las mujeres. Que una de cada tres mujeres padecía al menos una vez en su vida violencia física o sexual y que cada diez minutos moría una mujer a manos de su pareja o de su expareja.

Mientras me lo contaba estaba seria. Me miraba fijamente con su penetrantes ojos azules mientras abrazaba son sus manos su taza de té.

“Aquel 25 de noviembre empezó todo. Recuerdo que cuando me levanté, como todos los días, aún no había amanecido. Salí al patio para fumarme un cigarro. Entonces yo aún fumaba tres o cuatro cigarros al día. Miré al cielo y me pareció precioso. La luna estaba en cuarto menguante y me sorprendió su posición, estaba al lado de una estrella y la abertura de su arco apuntaba hacia la estrella. Era como si la Luna quisiera comerse la estrella. Pensé, al verlas, que había muchas cosas en el mundo que la Luna debería comerse.”

Ha ido haciendo pausas en su relato para dar pequeños sorbos a su taza de té.

“En aquellos días la Luna estaba muy cerca de la Tierra. Decían que no había estado tan cerca en los últimos sesenta años. Cuando tú cumpliste los dieciocho años aun estuvo más cerca. La Luna vino a saludarte el seis de diciembre de dos mil cincuenta y dos, tu seis de diciembre.”

Me ha alagado con su comentario. He sentido que me ruborizaba. Ella ha sonreído… Me sorprende la memoria que tiene.

“No sé si la Luna tuvo algo que ver, pero aquel día el mundo se movilizó. Fue como una marea viva que fue empapando las conciencias. La Luna nueva que hubo aquel fin de mes de noviembre también fue noticia y algún periodista buscó analogías entre la movilización ciudadana contra el maltrato a la mujer y las aguas empujadas por la Luna nueva inundando las playas.”

Se ha quedado callada unos segundos, pensativa, mientras sus ojos miraban a su derecha, como recordando aquellos días.

“Aquel veinticinco de noviembre de dos mil dieciséis fue el principio del fin de la desigualdad, el principio del fin de la violencia, el principio del fin de las muertes sólo por ser mujer. Hoy vemos aquellos acontecimientos como lejanos, como parte de la Historia, pero yo los viví con ilusión. Tu abuelo y yo nos implicamos en el movimiento por medio de las redes sociales. Fuimos un eslabón más en la cadena que ató a los maltratadores y liberó a las mujeres del silencio resignado.”

Después ha vuelto a fijar sus preciosos ojos azules, cansados, en los míos y sonriendo ha dicho: “Seguro que la Luna también tuvo algo que ver. ¿Sabes qué hicimos para iniciar la movilización? Usamos el color morado. ¡Las calles se inundaron de personas vestidas con alguna prenda morada! Por eso hoy llevo este vestido.”

La verdad es que me había fijado en su precioso vestido morado, pero como ella siempre va tan bien vestida y tan bien arreglada no me había llamado especialmente la atención. Cincuenta años de aquellos acontecimientos y mi abuela aun los vive como si hubiesen sido ayer. Hoy, jueves veinticinco de noviembre de dos mil sesenta y seis, cincuenta años después, mi abuela no olvida el sufrimiento de muchas mujeres a principio de siglo.

Me ha encantado comer hoy con mi abuela.


sábado, 19 de noviembre de 2016

Para que haya listos...

Nuestro futuro se forja
cuando no tenemos conciencia de él.


Hoy también está haciendo calor. Llego acalorada del campo y ahora a preparar la comida.

Menos mal que esta cocina es fresca.

Vaya manos tengo. Llevamos tres días desmatando los girasoles y ya las tengo llenas de callos. Si no me pusiera los guantes gordos las tendría llenas de ampollas.

Cuarenta y ocho años y que tenga que ir al campo a desmatar. Mi madre iba a ir… En cuanto el mayor tuvo once años dejó de ir al campo. Ella no tenía aún los treinta y cinco.

La vida se ha puesto mejor para muchas cosas, sobre todo para los críos. Antes los padres bien jóvenes se jubilaban de tareas del campo y se las adjudicaban a los hijos. Nos sacaban de la escuela y a trabajar. Quisiéramos o no. Ya podíamos valer para los estudios que nos daba igual.

El aceite ya humea, a echar el pollo. Parto los ajos y preparo las patatas. Lo más rápido que puedo hacer es pollo al ajillo con patatas fritas. ¡Traemos un hambre!

Claro, que mientras ellos están descansando a mí te toca preparar la comida. Ésta es mi vida…

Menos mal que mis hijos son estudiosos. Ya ven la vida que llevan sus padres. Si quieren salir del pueblo sólo tienen un camino: estudiar.

Pero claro, no todo el mundo vale para estudiar. Ahí está mi sobrino.

Los ajos, hay que echarlos ya, que el pollo ya está blanco, que si no los echo ahora no dan sabor. Un par de patatas más y yo creo que habrá bastantes.

Vamos una cuadrilla de seis con mis tres hijos y mi sobrino. Ni mi sobrino ni los otros dos van a sacar mucho en la escuela. Éste repitió séptimo y va a repetir octavo, así que no sé si terminará la EGB.

Y es que el que no quiere no quiere. Ya se le pueden dar razones,  que si no quiere no hay manera de que estudie.

Esta mañana lo he cogido y le he echado una buena regañina, le he dado un agua para ver si estudia y se saca el graduado escolar. Me he puesto en el surco al lado del suyo y mientras íbamos quitando cardos y girasoles le he ido dando razones para que el año que viene, que es el último que puede, se saque el graduado. Y lleva razón en lo que me ha contestado: “Tía, el graduado se lo sacan los listos, pero para que haya listos tenemos que haber tontos.”

¡Y qué razón lleva! Yo está claro que me quedé en el grupo de los tontos. Fui a la escuela un año y medio. Cuando empezábamos a dividir me salí. Sé sumar, restar y mal multiplicar. Si hubiese sido de otra forma podría haber estudiado más y haber aprendido corte o peluquería. Seguro que no tendría las manos que tengo ahora…

Para que haya listos tiene que haber tontos. Me ha sorprendido su respuesta. Pero lleva toda la razón.

Humea el aceite de las patatas. A echarlas y a bajarles el fuego.

Si yo tuviera ahora quince años… La vida sólo se vive una vez y no siempre hacemos lo que más nos conviene. Pero a los quince no puedo volver. Como dice mi sobrino: Para que haya listos tenemos que haber tontos. ¡Sin ser tonta, tonta tengo que ser!


viernes, 11 de noviembre de 2016

A 300 km/hora

La vida nocturna juvenil
está abierta a cualquier posibilidad.



¡La alarma del móvil! Las 9:20. A esta hora debería estar despertando y aun no me he acostado.

Me había quedado dormido. ¡Que sopor! ¡Y qué noche!

Ya hace más de veinticuatro horas que me levanté. Este viernes está siendo memorable. Bueno, viernes ya no, ya sábado.

El calorcillo del tren me había dejado traspuesto. Y como apenas se mueve… He debido dormir una media hora, salimos de Madrid a las nueve menos veinte.

Éste está dormido. Y ellas también. Voy a espabilarme yo y los despierto después.

Ayer coincidimos en el disco-bar y llevamos una noche…

No hemos bebido mucho, no han llegado a cinco cubatas. Cinco cubatas desde las once de la noche no es mucho.

Estas chicas tienen una marcha… La verdad es que están muy buenas. Así dormidas me parecen aún más guapas. Una morena y una rubia, como dice la zarzuela.

Pero el punto fuerte de la noche fue cuando cerraron el disco-bar. Ya nos íbamos para el metro y nos hemos metido los cuatro en el salón de juego. Nos hemos ido directos a las tragaperras para gastar el suelto que nos había quedado.

¡Y nos ha tocado el especial! ¡Doscientos euros!

Y claro, la noche no podía terminar ahí. ¡Dos verdes hay que celebrarlos!

¡Vaya piernas tiene Ana! Se ha movido en el asiento y se le ha subido un poco más la faldilla y guau… ¡Que piernas tiene!  ¡Está buenísima! Además tiene una marcha… Ella fue la que esta mañana dijo: “¡El especial merece una paella!”

Y claro, se ha liado cuando yo he dicho: “¿Paella? La paella buena está en Valencia”. Y ella ha contestado “¡Pues a comer paella a la playa de Valencia!”

Y Pepi lo ha rematado: “¡Y nos bañamos en bolas en la playa!” Los cuatro hemos estallado en sonoras carcajadas.

No lo hemos pensado dos veces. Nos hemos bajado a Atocha y hemos sacado billetes compartiendo mesa los 4, ida y vuelta. La vuelta en el último tren… El día promete…

Con el premio del especial hemos pagado los billetes. Para pagar la paella las chicas dicen que seguro que nos las arreglamos en Valencia y que si nos falta algo de dinero para pagarla ya se nos ocurrirá alguna cosa.

Y aquí estamos… Los cuatro en el AVE, camino de Valencia. ¡A trescientos kilómetros por hora! Este fin de semana lo estoy viviendo a toda velocidad…




viernes, 4 de noviembre de 2016

Nadando en la piscina climatizada

El gimnasio, la piscina, el spa, el yacuzzi
lugares donde las sensaciones reviven.



Uf… Que fría está hoy el agua… ¡Se me nota todo con esta sensación! ¡Cómo se me han puesto los pezones…!

Ahí está él…

Pues hoy le voy a poner los dientes largos. Me zambullo y me vuelvo a sentar en el borde levantando los brazos… ¡Se le van a salir los ojos de las órbitas!

No sé por qué está con esa tía…

¿Y qué tiene esa que no tenga yo?

O mejor… ¡Esa no tiene nada de lo que tengo yo!

Está claro que lo ha enchochado bien enchochado…

Él es atlético, guapo, simpático, educado…

Ella no tiene tetas. No tiene culo. No sabe andar. Sus piernas parecen, como decía mi abuela, unos palos de cerner… Eso sí, siempre va monina. Ropa de marca, peluquería semanal… ¡Maquillada hasta para ir al gimnasio!

Está claro que lo ha cazado bien cazado. Se le ha abierto de piernas y él ha entrado como un torete…

Él tenía su mujer, sus hijas, su vida acomodada, su buen trabajo él, su buen trabajo su ex…

¡Y lo dejó todo por ella! Y ella por él, claro.

Ella casada, su marido un tío majo, sus hijos, su buena casa… Pero está claro se encariñó con él y no ha parado hasta que lo ha conseguido.

¡Mírame, mírame! Ummm…

Así me gusta, que me mires… Vas a ver la diferencia entre ese palo con la que estás y yo…

Poco valgo como mujer si no te tengo antes de que llegue el verano…

¡Cómo me gusta que me mires…! ¡Y qué trabajo me cuesta disimularlo!

Me voy a poner a nadar en la calle al lado de la que él está, así tendrá un primer plano de lo que se está perdiendo.

¡Qué ojos me echa!

Si mi marido me mirara con la cuarta parte de la lascivia que adivino en esos ojos negros… ¡Pero es que ni me mira! Así le va a pasar… No cuida a este bomboncito, pues lo va a cuidar otro.

¡Esa escoba con minifalda y con pantalones cortos ajustados no va a ser rival para mí!

Además, ya no rompo su matrimonio, lo rompió la monina. Y como mi matrimonio es cualquier cosa menos una relación…

¡Estoy más que harta de sentirme como una muñeca hinchable! Que llegue, se vacíe en tres minutos y a roncar. ¡Necesito disfrutar! Y sé que este galán me va a hacer vibrar…

¡Antes del verano eres mío!



viernes, 28 de octubre de 2016

Siete

Nuestros hijos cumplen años
y nuestros recuerdos de niño afloran.


Hace casi cuarenta y dos años que yo cumplí siete. Tú los cumples hoy.

Hace casi cuarenta y dos años yo estaba expectante. Para mí, cumplir siete años era algo especial. Nací un día siete. Cumplir siete el siete para mí era, y fue, un gran acontecimiento. Una de las cosas más importantes de mi vida.

En mi infancia, no sé por qué, recuerdo muy pocos momentos de afecto. Las sensaciones del día en que cumplí siete años son, con creces, de los recuerdos más afectuosos que tengo.

Recuerdo que ese día vino mi tía Emilia a felicitarme. Yo estaba en el almacén que teníamos en la planta baja de la casa de mis padres, era todo diáfano, en él mi padre guardaba el camión.

Mi tía llegó y me tomó en sus brazos. Me abrazó. Me besó. Me acurrucó en su seno. Después me sentó en una mesa que teníamos allí y me hizo arrumacos. “¡Que mayor es ya mi chico!” me decía.

Recuerdo su cariño, su ternura, su calor.

Recuerdo que mi madre también estaba allí. Que ambas reían. Yo me sentía el ser más feliz del universo. ¡Reían y eran felices porque yo cumplía siete años!

Tú los cumples hoy. Para mí este día, tu día, es muy importante. Para mí, que tú cumplas siete años es, como fue cuando yo los cumplí, una gran acontecimiento.

No sé qué recuerdos tendrás cuando seas mayor. No sé qué cosas quedarán grabadas en tu memoria. No sé qué cosas están impresionando tus neuronas infantiles que harán que cuando seas mayor las recuerdes.

Sé lo que yo recuerdo.

No sé si un día recordarás que me encanta darte cariño, que me encanta leerte un cuento al acostarte, que me encanta estar contigo cuando te pones el pijama, que me encanta despertarte por la mañana poco antes de las ocho, que me encanta cómo hueles poco después de despertarte, que me encanta ayudarte cuando te vistes, que me encanta poner la pasta de dientes en tu cepillo para que te los cepilles, que me encanta preparar tu desayuno, que me encantan tantas y tantas cosas que hago contigo…

Me encanta darte amor. Me encanta que te sientas querido. Me encanta que me pidas mimitos. Me encanta acariciar tu espalda. Me encanta abrazarte mientras los dos estamos sentados en el sillón.

Me encanta que cumplas siete años. Que seas cada vez más mayor. Que tus recuerdos se vayan fijando cada día con más intensidad. Que cuando seas más mayor recuerdes mis abrazos, mis cariños, mis mimitos, mis sentimientos hacia ti…

Algo en mi interior me dice que tu séptimo cumpleaños será especial para ti. Para mí el mío lo fue.  O puede que sea que, como el mío fue especial, creo que el tuyo también lo será.

Sea como fuere, hoy he querido contarte, por si en tu memoria este día, el día en que cumples siete años, no quedara como un día especial, que para mí mi séptimo cumpleaños fue muy, muy especial. Y que mi intención es que todos tus días sean especiales.

Y que me encanta tenerte.



sábado, 22 de octubre de 2016

La vida sigue

Nuestra vida, sin darnos cuenta,
se convierte en un sacrifico por los nuestros.


Un día más. Los niños acostados, mi infusión calentita, mi sillón, mi mantita, él en el ordenador… Es mi momento diario de relax y de reflexión.

Hoy he recibido la comunicación de Educación. Cuando la he recibido me ha dado un vuelco el corazón. ¡Me dan plaza! ¿Pero dónde? Cuando la he leído he respirado… ¡Me han dado una sustitución en el García Lorca! Con salir de casa a las ocho llego de sobra. ¡No tengo que viajar por carretera ni vivir fuera!

Pero sé que no siempre me asignarán plaza en esta ciudad. Sé que en cualquier momento pueden darme plaza a doscientos kilómetros y entonces sé que mi vida cambiará.

Hasta ahora he conseguido estabilizar mi matrimonio.

Mi marido no aguanta a los niños. Especialmente al mayor. No entiende que la adolescencia requiere una dosis de paciencia extra por parte de los padres y está enfrentado constantemente a él. Mi hijo no entiende por qué su padre ha pasado de ser su amigo, en cierta manera su colega, a ponerle pegas por todo. Él necesita a su padre, pero su padre no consigue estar cerca de él. La adolescencia es un momento difícil para los chicos, necesitan nuestro apoyo, nuestra comprensión, pero mi marido no aguanta sus reacciones, el tiempo que emplea con el móvil, el que no haga las cosas como se le pide…

Intento que no estén los dos solos en casa, sin estar yo, porque supone enfrentamiento seguro y al final quienes terminamos discutiendo somos nosotros: mi marido y yo. ¡Y ya son demasiadas discusiones!

Si yo tuviese que vivir lejos… No sé qué podría pasar en mi hogar.

Y luego está la vecina…

No sé en que momento empezó, pero sé que mi marido mantiene una amistad demasiado especial con ella. De vez en cuando quedan a tomar café. Lo sé porque siempre comentamos con quien tomamos café los dos. Yo, cuando estoy trabajando, siempre tomo el café con mis compañeras de instituto; si no en casa sola, tranquila. Él normalmente con compañeros de su trabajo y a veces con ella: tres o cuatro veces al mes. Me dice que como sus trabajos están cerca coinciden de vez en cuando.

El hecho de quedar con ella a tomar café de vez en cuando no sería para preocuparse, pero sí me preocupo por sus conversaciones por WhatsApp. Mi marido las borra, pero a veces se le olvida hacerlo y yo he llegado a tiempo de leerlas. Él no sabe que he leído algunas, ni yo se lo voy a decir, no quiero que piense que lo espío.

La primera que leí fue por casualidad. Tuve que coger su teléfono porque él estaba en la ducha, lo llamaban del trabajo. Ya que lo tenía pulsé, sin pensar, en el icono de WhatsApp y entre las últimas conversaciones aparecía la foto de ella. Le di a su foto y leí…

Me acuerdo perfectamente de aquella primera conversación que vi entre ellos. Preguntaba él: “¿Que ropa llevas puesta hoy?” Contestaba ella: “La camisa roja ajustada que tanto te gusta y una falda negra de tubo.” Respondía él: “¿Esa que cuando te sientas en la barra de la cafetería me deja ver lo espléndidas que son tus piernas?”

Después aparecían iconos con caritas sonrientes, con mejillas coloradas… Ella contestaba: “Bien que te gusta mirar mis piernas y el escote de esta camisa, pillo…”

Me quedé helada. Tuve una crisis nerviosa. Dejé el teléfono donde estaba. Le puse una nota de que lo habían llamado y que salía de compras. Salí a darme un paseo, airearme, tranquilizarme… No le dije nada. Nunca se lo he dicho.

Días después, un día que él se había acostado y yo me había quedado un rato más, cogí de nuevo su móvil para mirar el chat con la vecina. Estaba vacío. Ni un solo mensaje. Lo había borrado todo.

Pero sé que continúan chateando, a veces si la conversación no es comprometida la deja. También sé que intercambian fotos. En la galería de imágenes tiene fotos de ella tomadas en su trabajo, con poses sugerentes… Las ha borrado del chat, pero ha olvidado borrarlas de la galería. O puede que no las haya borrado para mirarlas…

Por eso, no quiero pensar qué ocurriría si yo, de lunes a viernes, no estuviera en casa…No quiero pensar en las broncas que tendrían mi hijo y su padre… No quiero pensar en qué ocurriría durante las horas de las actividades de las tardes en las que mis hijos no están en casa y ésta está vacía… ¿Tomaría café en casa con la vecina? No quiero pensarlo…

Si me asignan plaza en un instituto lejos creo que este matrimonio tocaría a su fin. Las tensiones de él con los chicos y las distensiones con la vecina acabarían con esta relación.

Pero de momento tengo plaza aquí al lado. El futuro será como tenga que ser, pero he de vivir en el presente y en este presente puedo mantener el tipo y evitar una ruptura que tanto daño podría hacer a mis niños.

Seguiré evitando las discusiones siempre que pueda y cerraré los ojos por la amistad con la vecina. La vida sigue.


viernes, 14 de octubre de 2016

Vivir en libertad

A mitad de nuestra vida, algunos,
tomamos decisiones valientes.


Llegó el momento. Son mis últimos instantes en esta casa. Han sido más de seis años. Seis años durante los cuales mis sentimientos me han empujado, cada vez con más fuerza, hacia la ansiada libertad.

“Ayer se fue. Tomó sus cosas y se puso a navegar.”

No soy la misma que cuando llegué. Recuerdo el primer día, la primera vez que él y yo abrimos la puerta siendo ya propietarios. Veníamos de la notaría de firmar la compra y la hipoteca. Era mayo, el sol iluminaba radiante la entrada, parecía que la casa nos daba la bienvenida. Recuerdo nuestra alegría, los abrazos que nos dimos, creo que uno en cada habitación. Abrimos las ventanas para que el sol entrara a raudales. Nos sentíamos felices.

“Una camisa, un pantalón vaquero y una canción.”

Entonces estábamos unidos. Al menos ese era mi sentimiento y el suyo. O eso creía yo...

“Dónde irá, dónde irá.”

Ahora, seis años después, no sé si alguna vez sentí amor. Su cara sonriente, siempre alegre, su aspecto frágil, su enfermedad crónica… No sé si era amor o lástima, instinto de protección. No sé.

“Se despidió, y decidió batirse en duelo con el mar, y recorrer el mundo en su velero, y navegar, nai na na, navegar.”

En estos años viviendo aquí se me han abierto los ojos. Un par de recaídas suyas me han hecho sentirme únicamente como su enfermera. No su esposa. Y él no va a mejor, al contrario, cada vez se le ve peor. Mi vida no puede reducirse a ser la cuidadora de una persona enferma. Soy joven. La persona más importante de mi vida debo se yo y por mí he de mirar. Mi matrimonio no debería ser una cárcel para mí y lo siento como eso: una cárcel. Tengo derecho a vivir en libertad, a navegar en libertad.

“Y se marchó, y a su barco le llamó Libertad.”

Estas paredes que hoy dejo han sido testigos de mis tribulaciones, de mis dudas, de mi desesperación, de mi querer y no poder, de mi metamorfosis. La casa se la queda él, yo no puedo pagarla, pero con la parte que me ha abonado ya tengo mi piso, suficiente para mí y para vivir con mi hijo cuando le toque venir conmigo, cada quince días.

“Y en el cielo descubrió gaviotas, y pintó, estelas en el mar.”

Voy a una vida mejor, a una vida sin cargas, a una vida de libertad, a no sentir que estoy quemando mi juventud y desaprovechando los años de lozanía. Mi cuerpo, además, necesita pasión, aunque eso es algo que no quiero buscar de momento. Pero sé que la pasión me encontrará…

“Y se marchó, y a su barco le llamó Libertad, y en el cielo descubrió gaviotas, y pintó, estelas en el mar.”

Llegó el momento. Tengo las dos últimas maletas en el pasillo. Estoy sola en esta casa. Nadie ha venido a despedirme, así lo pedí yo. Cuando cruce la puerta no volveré. Se quedan los recuerdos, lo momentos en los que me abstraía escuchando música en ese equipo, oyendo a Mecano, Amaral, Héroes del silencio… Música que me ha acompañado en mis meditaciones sobre qué hacer. Mis CDs me los llevo. Él se queda los suyos. A él le gusta otra música, más romántica. Lo pondré y dejaré que suene, mientras me marcho, oyéndolo por última vez. Será la despedida.

“Su corazón, buscó una forma diferente de vivir.”

Ayer se fue…”. Perales. Él ha debido estar oyéndolo. Creo que me quiere, pero yo a él no. Ésta es “Un velero llamado Libertad”, del álbum “Otoño”, ¡las veces que la hemos oído juntos...! Va a ser la última canción que escucho en esta casa. Oyéndola, hoy, parece que es a mí a quien canta, pero yo no pienso regresar…


viernes, 7 de octubre de 2016

De otros mundos

¿Todos somos iguales?
¿De dónde vienen nuestras almas?
 ¿Por qué sufrimos?


Cada día siento más añoranza. Ya hace demasiado que no voy. Ya hace demasiado que no siento el viaje. Ya hace demasiado que no siento la llegada. Ya hace demasiado que no siento la fuerza de atracción de mi mundo. Ya hace demasiado que no siento su olor. Ya hace demasiado que no siento la radiación de las dos estrellas que me vieron nacer. Ya hace demasiado…

Pero queda poco. Dentro de poco podré volver a sentirlo. Según el último psicomensaje la Tierra pasará por la zona del agujero de gusano “¬|∂◊+++-“ en el solsticio de invierno. Ese día, en la noche, mientras duermo, durante unas cuatro horas terrestres, podré pasar un largo tiempo en mi mundo. Con mis amigos de verdad, con mis padres de verdad, con mis hermanos de verdad…

En este mundo terrestre lo único que tengo de verdad es el mundo personal que tanto me ha costado crear dentro del mundanal mundo humano. Fuera de mi mundo personal suelo encontrar cierto grado de rechazo; es el precio a pagar por ser diferente, extraterrestre.

Llegué una noche de invierno. Me trasladé a este planeta a través del mismo agujero de gusano que usaré para hacer la próxima visita. Entonces la configuración óptima fue quince días después del solsticio de invierno.

Recuerdo que faltando menos de un mes para el viaje estuvimos a punto de abortarlo. La que iba a ser mi madre (y al final lo fue) se cayó de una mesa a la que se había subido mientras pintaba un techo. Si no llega a ser por la rápida intervención del equipo que coordinaba el viaje, el feto que crecía en su interior, de ocho meses de gestación, habría muerto. Los daños, importantes, fueron sanados y la cuenta atrás siguió, “aterricé” en este planeta en el seno de una familia de felices cuatro miembros.

No me esperaban. No era un miembro de la familia deseado. Ellos ya tenían su mundo y yo se lo distorsioné.

A todos los de mi especie, durante nuestros tres primeros años nos cuesta adaptarnos a la atmósfera terrestre. No debería ser así usando como usamos un cuerpo 100% humano pero es un defecto que no hemos conseguido subsanar. Sufrí las correspondientes crisis respiratorias que provocaron mi lloro constante. Pero sobreviví.

A partir de los cuatro años mi cuerpo se comportó como el de cualquier otro humano. Todo dentro de la normalidad.

Lo que sí que echo en falta es el calor emocional. Es otro defecto que no hemos conseguido solventar. Causamos rechazo en nuestra familia adoptiva, aunque ellos no saben que somos diferentes sienten que no somos como ellos y nos rechazan. Nos pasa a todos. A mí también. Y eso es lo que más daño nos hace.

Nos hace daño porque nuestra especie se entrega al servicio de los demás. Nunca dice que no a una solicitud de ayuda o colaboración. Nos sacrificamos, especialmente por nuestra familia terrestre. Pero el pago que recibimos es desdén, desaire, desatención… Por eso es tan importante los retornos temporales a nuestro mundo..

Mi próximo retorno será el séptimo. Aproximadamente cada siete años volvemos. Con edades de siete años, de catorce, de veintiuno… Y cuando retornamos a la Tierra volvemos renovados, nuestra relación con el mundo terrestre la vemos de otra forma y crecemos, cambiamos, evolucionamos.

Me queda poco para cambiar. Estoy deseando renovarme. Los dos últimos años de cada periodo se hacen muy difíciles, muy pesados, el ánimo baja enormemente. Pero cuando retorne de nuevo a la Tierra será otra historia. Mis dos queridas estrellas, alrededor de las que orbita mi planeta, son especiales. La más brillante nos da un ánimo que es difícil de describir. La enana naranja, que sólo se ve al amanecer y al atardecer, como Venus en la Tierra, es la que nos renueva la energía y nos empuja a un nivel de consciencia superior. Esa estrella es la clave de mi civilización y su influjo es el que nosotros, los infiltrados, debemos distribuir por los planetas a los que nos destinan.

Con ese influjo debemos contrarrestar el de los colonizadores procedentes de los mundos ruines, que se nutren del dolor y el sufrimiento humano. Que usan la amargura, el padecimiento, la pena humana como combustible para sus máquinas de placer. Placer para ellos. Placer macabro a costa de estas pobres gentes.

Cuento los días que quedan para mi partida. Esa noche simplemente seré sustituido por un holograma de energía durante cuatro horas terrestres y viviré en mi mundo un tiempo que para mí será como un año terrestre. Volveré renovado y con ganas de luchar y de dar felicidad.

Lo necesito.




viernes, 30 de septiembre de 2016

Mi rosal

Si rosas tener quiero
a mi rosal guiar debo


¡Cómo se ha puesto este rosal! Está totalmente enmarañado.

¡Y qué pocas rosas ha dado este año! No ha echado más que ramas y más ramas…

Las ramas que desvié a la derecha son las únicas que han tenido rosas. Estos últimos años estaba echando pocas rosas y por más que lo podaba no tenía resultados.

Hace dos años lo podé bien podado. Le corté las ramas que crecían y crecían, parecían juncos,  crecían hacia arriba alcanzando una altura increíble, pero no echaban ni una rosa. Las corté para evitar que creciera malgastando la energía y sin echar rosas. Pero sin resultados, volvió a echar cuatro rosas.

Este año, en vista del resultado del anterior, decidí darle una orientación diferente y una de las ramas que habían crecido más alta la doblé a la derecha formando un arco. ¡Ha sido la rama que más rosas ha tenido! Esta rama ha tenido infinidad de brotes, brotes cortos pero productivos. ¡De cada brote una rosa!

Pensé hacer lo mismo con otra de las ramas, orientarla a la izquierda, pero desistí debido al rosal que tengo plantado a su lado izquierdo. Este rosal, el de la izquierda, sólo tiene una floración al año, un montón de rosas de golpe, duran sólo el mes de mayo y no vuelve a echar más, pero se pone precioso, todo lleno de rositas rojas, es como un rosal explosivo, que sólo florece en mayo, pero en ese mes está espectacular.

Vi que si doblaba una rama a la izquierda, haciendo un arco igual que había hecho a la derecha, no quedaría estético. En la derecha tengo espacio. En la izquierda el rosal explosivo se come todo el terreno.

Pero este año han salido brotes por todas partes. Brotes que parecen competir por llegar más y más alto. Crecer y crecer, buscando el sol, pero con cero resultados. ¡Ni una rosa! Todos esos brotes consumen su energía en competir unos con otros, enredándose, pero no echan ni una rosa.

Un rosal debe tener rosas. Si un rosal no tiene rosas es como un partido político sin resultados, sin votos. Las rosas son al rosal lo que los votos a un partido político. Si un rosal no tiene rosas quedan dos opciones: o se corta y se pone otro o se guía para que las tenga. Es curiosa la analogía de los rosales con los partidos políticos… Si no se podan y se guían, para obtener votos y escaños, desaparecen y aparece otro en su lugar.

Y es lo que voy a hacer con este rosal en cuanto llegue el invierno: podarlo. Cuando llegue el frío no voy a dejar ni una de las ramas que no han tenido rosas. La rama de la derecha es la única que ha tenido resultados, sus rosas han sido abundantes, esa rama he de potenciarla y darle luz.

Puede que este año aproveche otro de esos largos brotes y en vez de un arco haga dos, uno a la derecha y otro de frente, al centro. Mezclar sus ramas con las del rosal explosivo de la izquierda, que sólo florece en mayo, no queda estético, sus rosas son diferentes y cada uno debe tener su espacio.




sábado, 24 de septiembre de 2016

Fariseos

Pero ¡ay de vosotros,
escribas y fariseos, hipócritas!


Amén.

Cumplida la penitencia, tengo limpio mi espíritu y preparado mi cuerpo para recibir Su cuerpo.

El oficio comienza en quince minutos. He de mantener mis pensamientos alejados de toda tentación. Falta una media hora para la eucaristía. Creo que soy capaz de no tener ningún pensamiento pecador.

Seguiré de rodillas un rato más.

Siempre me pongo en el mismo banco. Siempre ocupo el mismo sitio, en la fila de la derecha a la derecha, en el segundo banco de delante. He comprobado que ahí es donde más se me ve. Es mi banco.

Venir a misa y que no te vean no tiene sentido.

Las autoridades siempre se sientan delante. Los catequistas siempre buscan un sitio visible. Yo tampoco hago como los que se ponen de pie en los laterales de las iglesias, creo que eso es excesivo, pero este sitio es el que más se ve en toda la iglesia.

Ser cristiano requiere poco esfuerzo. Ya lo dijo Jesús: “Tus pecados te son perdonados”. Creo recordar que lo menciona Lucas en su capítulo siete. Los pecados se perdonan, sean o no intencionados. Sólo es necesario, para obtener el perdón, tener propósito de enmienda, pero el hombre es débil… El maligno nos tienta una y otra vez y provoca que pequemos. ¡Qué suerte tener la confesión!

Ya va llegando más gente. Siento cómo me miran al llegar.

Queda poco para que llegue mi familia. Aguantaré de rodillas hasta que ellos lleguen. Nadie se está sentando en este banco, todos saben que aquí nos sentamos nosotros.

¡Ay la confesión…! Si no existiera habría que inventarla… Si algo hago que resulta ser pecado es fácil obtener el perdón.

Me gusta confesarme los domingos por la mañana. Si me confesase por la tarde nadie me vería estar de rodillas cumpliendo la penitencia. No sentiría las miradas de los demás. No serviría de nada pues nadie se enteraría. No entiendo el hacerlo y que nadie sepa que lo hago. No entiendo a los que confiesan y cumplen la penitencia en las sombras de la tarde, con las luces de la iglesia apagadas, cuando nadie los ve.

Las cosas se hacen para que se vean. Estar en paz con Dios no es suficiente para mí si los demás no saben que soy practicante. La confesión en tinieblas es para las viejas que rezan el rosario en su cama, a solas. Yo sólo rezo el rosario en la iglesia y vengo cuando sé que hay más feligreses.

Ahí llega mi familia. Ya me estaban doliendo las rodillas… Ahora toca persignarse, levantarse y, cuando lleguen a mi banco, sentarme. 


domingo, 18 de septiembre de 2016

Sueño que soy un globo

Las confesiones al psicólogo
dicen mucho de nuestra vida


Hoy he tenido un extraño sueño. Me veía a mí mismo como un globo. Un globo ligero, con poca presión en su interior, que se dejaba llevar por el viento. Que alegremente danzaba cabalgando sobre las ráfagas de un cálido aire.

Era azul, un azul desenfadado. Todo lo que lo rodeaba era de tonos alegres. Era como si mi mundo fuese desenfadado, alegre, feliz.

En ese ir y venir a lomos del viento me cruzaba con otros globos. Unos rosas. Otros azules. Alguno de otro color. Cada uno con dibujos diferentes. Cada uno de un tamaño. Sentía una especie de atracción por los globo rosas. Aunque algunos parecían huir al sentir que yo me acercaba. Otros parecía que aceptaban mi presencia, danzando a mi lado, dejándose llevar por la cálida brisa. Algunos parecían perseguirme y eso no me gustaba.

Poco a poco iban quedando cada vez menos globos rosas a mi alrededor. Unos porque simplemente habían tomado una dirección diferente. Otros porque yo los había dejado atrás.  A algunos porque se les veía danzar pegados a un globo azul. Hasta que sólo quedó un globo.

Los dos nos dejábamos llevar por el viento. Sintiendo la brisa, sintiendo su calor, sintiendo sus caricias. Danzábamos y danzábamos. Casi como si fuéramos un solo globo.

Pasado un tiempo empecé a sentir un extraño aumento de la presión en mi interior. Aunque ese aumento de la presión lo compensaba con un aumento de la resistencia de mi piel. Aunque la presión aumentaba, mi tamaño no aumentaba en la misma proporción. Era una sensación chocante. Me sentía más pesado. Mi danza no era tan grácil. Mi ligereza no era la de antes.

El globo rosa seguía ahí, junto a mí. De vez en cuando chocaba conmigo. Entonces sentía de nuevo ese insólito aumento de presión. Era como si ese globo provocara en mí un aumento de la presión interior y no había manera de bajarla. Empecé a sentir cierto rechazo por el rosa, pero su danza era tan atractiva que me dejaba llevar por la brisa junto a él. Olvidaba el aumento de la presión con sus choques. Par mí sólo existía el gozo de la danza. Mi piel se adaptaba y por fuera no se notaba la gran presión que estaba acumulando.

Los choques con el globo rosa continuaban y cada vez eran más frecuentes. Cada choque provocaba un aumento de presión sin que nada consiguiera rebajarla. Sólo el aumento de mi resistencia compensaba esa presión cada vez mayor. Cada vez más insoportable.

Empecé a notar que el hilo que ataba mi boquilla empezaba a resbalar y cada vez se acercaba más al borde. Sabía que si llegaba a cierto punto abriría la boquilla y dejaría escapar la presión que me estaba asfixiando.

También sabía que si eso ocurría la corriente generada por el aire saliendo a presión me alejaría del globo rosa y puede lo perdiese su compañía. Pero era ese globo rosa el que con sus choques provocaba el aumento de mi presión, la resistencia de mi piel, haciéndola más resistente y a la vez más resbaladiza para el hilo que cerraba mi abertura.

En medio de la danza que teníamos los dos se produjo un nuevo choque. No fue un choque mayor que los demás, fue uno de tantos. La presión aumentó. Mi piel se adaptó. El hilo resbaló ligeramente. Sentí que mi presión empezaba a disminuir. Sentí el aire alrededor mientras volaba en espirales, alejándome del globo rosa con el que tanto había disfrutado en nuestra danza sobre la cálida brisa.

Poco después la presión se estabilizó y noté como mi boquilla se cerraba de nuevo. No sabía dónde estaba. Era un paisaje extraño. Un aire diferente me rodeaba. No reconocía nada. Pero mi presión era menor. No la deseable, pero aceptable. Mi piel era más dura, como curtida. Ningún globo se veía cerca. A lo lejos se veían otros de diferentes colores.

De pronto de desperté.

¿Qué cree que puede significar este sueño?


viernes, 26 de agosto de 2016

Reflexiones tras los toros

En las corridas y en la vida la faena
la marcan el vigor y la fuerza.


¡Cómo cansan los toros! El año que viene no me saco el abono, si me apetece vengo a un par de corridas, pero las seis se me hacen ya muy pesadas. Hay pocos de ochenta y cuatro años que se saquen el abono.

Pero también hay pocos que sean treinta y un años más viejos que su mujer. ¡Y con ésta van seis!

Muchos me intentan tomar el pelo. “¡Que harás con ella! ¡Te va a matar!” Y como siempre, a todos, les contesto lo mismo: “¿Qué voy a hacer? Lo que pueda… ¿O no?”

¡Cómo fatiga esta cuestecilla hasta la vía del tren! Me voy quedando sin resuello. Pero aunque me agote no puedo dormirme como hice anoche. ¡Me quedé dormido encima! Si es que con ochenta y cuatro años me atrevo con una de cincuenta y tres…

Mis hijos me dicen que están conmigo por los cuartos. ¿Y por qué van a estar si no? ¡Han descubierto América!

La primera me dio a los cuatro que tengo. Si hubiera tenido una chica… Puede que si hubiera tenido una chica no me metiera en los fregados que me meto.

¡Fin de la cuesta! Necesito respirar.

La pobre se murió con cincuenta años. Yo tenía cincuenta y tres y muchas ganas de mujer. Nunca me ha gustado ir de putas. Ya lo decía mi abuelo: “Amor de puta y vino de frasco, a la noche gustosos, a la mañana dan asco”.

La Juana era soltera, tenía poco más de cuarenta años y estaba de muy buen ver. Ya pasado el luto empecé a ir detrás de ella con requiebros. No les hacía ascos. Se reía con ganas y picardía. Una mañana de julio le dije que si podía pasar a ayudarme a hacer la cama. ¡Y pasó!

Desde ese día dormimos juntos todas las noches durante quince años. No puedo decir que cumpliera todas las noches, pero sé que ella estaba bien servida. ¡Se le notaba en la cara!

Semáforo en rojo. No cruzo que hay mucho coche. ¡Que me limpian!

Un día, en el mercado, se desplomó. Dijeron que fue un infarto fulminante. Hubo gente del pueblo que dijo que yo la había reventado de tanto dale que dale. ¡Incultos! Eso no mata. ¡Da vida! ¡Y envidia a los demás!

Verde, a cruzar.

Setenta años y otra vez sin mujer. ¿Y quién iba a querer a un viejo como yo después de haber enterrado a dos? La paga de seiscientos no da para mucho, pero las rentas de ochenta y seis hectáreas son sustanciosas. ¡Y querían mis hijos que les diera las tierras! ¡Una mierda! Si me quedo sin tierras me quedo sin fiesta, pues no me piden estas lagartas…

Las dos siguientes fueron cubanas. ¡Vaya marcha tenían! Papito por aquí, papito por allá. ¡Nunca decían que no! Pero tenían un hambre de billetes…

La primera me sacó cerca de tres millones. Hasta que dije basta. ¡Y se fue!

Con la segunda cubana fui más listo. Duró la mitad que la otra. Al año calculé que me había sacado ya un millón y el que le dio la licencia fui yo.

La quinta estuvo más conmigo. Seis años. ¡Como estaba la tía! Del pueblo del al lado y sin pudor ninguno. ¡Cómo bailábamos en el hogar del pensionista! ¡Y qué envidia les daba a los demás! Alguno se llevó una buena colleja de su mujer por babosear más de la cuenta.

Y las noches… ¡Vaya noches me daba! Pero mis cuartos me costaban… Era una antojadiza de mucho cuidado. No sé cuánto me sacó ni lo quiero saber. ¡Pero vaya noches!

Ya queda poco para llegar… Llaneando no me canso tanto.

Discutimos en Benidorm. No me gustó como bailaba con aquel negro. En la barra del bar le dije que si bailaba otra se despidiese de mí. ¡Y me dijo adiós! La tía se fue con el negro y no la volví a ver hasta que subimos al autobús para volver. ¡Su cara hablaba claro, que luminosidad! Eso sólo lo da el placer. Desde entonces no nos hablamos.

Ahí está mi portal.

Ella me estará esperando con la cena preparada. Es muy cariñosa.

¡Ay los toros! Que cansado vengo. Seis toros por corrida para tres toreros. Yo ya llevo seis mujeres. No sé lo que estará conmigo, no será mucho, noto que mis fuerzas van flojeando. Mi corrida está tocando a su fin, ya me están dado el primer aviso, oigo los clarines en mi interior.


 Esta noche creo que no me duermo encima, esta noche lo perdono. ¡Vengo para el óleo!